jueves, 6 de enero de 2011

Yo hilo mi propio destino (Arex-1)

La nieve que cubría el campo de batalla estaba teñida de rojo por la sangre vertida por los dos ejércitos. Allí, 6000 feroces vanires se habían enfrentado al ejército invasor procedente de Asgurt que estaba formado por 10000 hombres.

Durante tres días ambas fuerzas combatieron sin descanso, y ahora, solo un hombre deambulaba como sonámbulo entre el océano de cadáveres. Se trataba de un vanir de roja cabellera recogida en dos largas trenzas. Era alto, de hombros anchos, pecho amplio, cintura estrecha y brazos y piernas musculosos. Iba desnudo a excepción de un trozo de tela harapienta que llevaba encima y unas sandalias atadas a sus piernas.




Se apoyó sobre su ensangrentada espada para dar descanso a sus fuertes brazos y echó la cabeza hacia atrás para observar cuatro puntos que revoloteaban por el cielo y que parecían acercarse al campo de batalla.

Cuando estuvieron al alcance de su vista, el guerrero pudo observar a cuatro caballos alados, blancos como la nieve eterna de las cumbres y montados por cuatro mujeres vestidas con armadura dorada. Las cuatro eran hermosas, de grandes pechos y voluptuosas caderas. Un simple vistazo a sus bellos rostros bastaba para comprender que eran hermanas.

Una de ellas descendió cerca del guerrero, desmontó y fijó su mirada en los azules ojos del guerrero.

-¿Quien eres?- preguntó el.

-Soy Brunilda, una de las valquirias. He venido a recoger las almas de los caídos en combate para llevarles al lugar que les corresponde en Valhalla. Y tu, Arex de Vanaheim, eres uno de ellos.

-¡NO!

Brunilda dio un paso atrás impresionada por la firmeza de esa negación.

-Allá en Asgard, bajo el sagrado árbol Yggdrasil, las nornas hilan y tejen el destino de los hombres, y tu hilo a sido cortado junto a los de tus compañeros. ¿Acaso te revelas contra el destino que los dioses te tienen reservado?

-Una y mil veces SI. Yo hilo mi propio destino. Si quieres mi alma tendrás que arrancarla tu misma de mi cuerpo.

-¡Blasfemo!- gritó la valquiria mientras desenvainaba su espada y atacaba al guerrero.

Arex repelió el feroz ataque de Brunilda y atacó a su vez.

Después de tres días de batalla, este nuevo enfrentamiento enfureció al vanir. Un velo de roja ira cubrió sus ojos y dio nuevas fuerzas a sus agotados brazos. Ya no quedaba nada del guerrero entrenado y disciplinado, el que se enfrentaba a la valquiria era el salvaje de las montañas.

Durante horas combatieron sin descanso. Un hipotético observador se habría llevado la impresión de estar observando un ballet. Ninguno de los dos contendientes ejecutaba un movimiento de más. Solo los justos para defenderse y atacar a su vez, reservando fuerzas para el momento de dar el golpe decisivo.

Como hijas directas de Odín, las valquirias llevaban sangre divina en las venas. La resistencia que le otorgaba a Brunilda esa herencia divina y su gran agilidad contrarrestaban la fuerza y la furia homicida de Arex.

La lucha continuó hasta que en uno de los lances de la misma ambos contendientes quedaron separados unos cuatro metros. Se miraron uno al otro a los ojos y ambos comprendieron que el momento decisivo había llegado. Ambos levantaron su espada por encima de la cabeza y arremetieron uno contra el otro. Las espadas descendieron y chocaron y el estruendo provocado por ese choque fue oído en el mismísimo Asgard.

La espada de Brunilda cayó al suelo rota en tres fragmentos.

-¡Noooo!

El grito de Brunilda detuvo el brazo de Arex que observó atónito como la valquiria se desentendía de la batalla y se arrodillaba para recoger los fragmentos de su espada.

-Esto no debería haber pasado- dijo.- Esta espada fue forjada por los enanos con el mismo metal sagrado con que se forjó el martillo de Thor. No debería haberse quebrado contra el simple acero.

-Tal vez si la hubieses blandido con más destreza esto no habría pasado.

Brunilda, aún de rodillas, levantó la mirada hacia Arex y rompió a reír. Su risa recordó a Arex el sonido de los cristales de hielo al ser golpeados.

La valquiria se levanto, guardó los fragmentos de su espada en la vaina, se alejo unos metros y emitió un agudo silbido. En el cielo apareció su bello corcel alado que descendió hasta posarse al lado de su jinete.

Ella montó e hizo que su corcel avanzara hasta quedar a la altura de Arex.

-Cada diez o doce generaciones, aparece un hombre excepcional. Un hombre que desafía el destino que los dioses le han asignado. Tu, Arex, eres uno de esos hombres.

Arex miró fijamente a Brunilda pero no respondió.

-Que así sea entonces- continuó ella. -Forjarás tu propio destino con fuego, sangre y acero.

Ella se inclinó desde su silla y le besó largamente en los labios.

Arex sintió como su cansancio desaparecía, sus fuerzas volvían a sus músculos y sus heridas dejaban de sangrar y se cicatrizaban en segundos.

-Adiós Arex, el del pelo rojo. Nos veremos en Valhalla.

-Mantén tu lecho caliente hasta entonces, Brunilda, porque ese día lo compartirás conmigo.

Ella rió de nuevo y siguió riendo mientras se elevaba en el cielo hasta perderse vista. Entonces un ruido a su espalda hizo que Arex se girara de golpe.

Era un caballo blanco ricamente engalanado. Arex se dio cuenta que era idéntico al de Brunilda, excepto en que carecía de alas.
Se acercó lentamente al animal para no asustarlo, pero este permitió que el hombre acariciara su cabeza y palmeara su cuello sin dar muestras de miedo.

-Te llamare Yimir, como el gigante helado de las leyendas. ¿Que te parece?

El animal levanto la cabeza y emitió un relincho.

-Ya veo que te gusta.
Arex acarició una vez más el cuello del caballo y examinó la silla. Esta estaba ricamente adornada, era una silla digna de un rey. De uno de sus costados pendía una poderosa hacha de guerra y del otro una alforja que contenía algunos alimentos y dos bolsas repletas de monedas de oro.

Arex levantó la mirada hacia el cielo y le dio las gracias a Brunilda, pues estaba seguro que el corcel era un regalo de ella. Montó y dirigió su mirada hacia el norte, hacia Vanaheim, su hogar eternamente cubierto de brumas y nieve y poblado de gente huraña y hostil como el clima que les rodeaba. Después miró hacia el sur, hacia los reinos de Opar y Kritein.

Acarició de nuevo el cuello de Yimir.

-Dicen que en Kritein el clima y las mujeres son eternamente cálidos. ¿Tu que dices compañero?

Yimir relinchó de nuevo como asintiendo a las palabras de su jinete.

-Hacia el sur entonces. De todos modos ya estaba harto de tanta nieve.


FIN

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