miércoles, 2 de marzo de 2011

Los colmillos de Sharag (Arex 4)

Tras su enfrentamiento con el dios licántropo, Arex se dirige a Herconia y se instala en en su capital, Ilérica. Harto de la vida militar, encuentra un nuevo oficio: el de ladrón. Pronto se hace un nombre gracias a sus proezas rateriles y el gremio de ladrones de Ilérica no duda en abrirle sus puertas.
PRIMERA PARTE


Yo hilo mi propio destino.
(Arex de Vanaheim)


El mercado de Ilérica era famoso por ofrecer todo lo que un visitante pudiera desear, siempre y cuando tuviera suficiente oro para pagar. Allí podían encontrarse frutas exóticas, piedras preciosas, sedas de las lejanas tierras de oriente o esclavos.

Una figura destacaba entre la abigarrada multitud que deambulaba por las calles del mercado comprando, vendiendo o trocando las más variadas mercancías como destacaría un tigre entre una manada de lobos. Se trataba de un hombre joven de larga melena roja y ojos azules. Su gran altura y su cuerpo musculoso lo delataban como un bárbaro de las montañas. Vestía a la moda de Herconia, con una túnica hasta las rodillas sobre la que llevaba una cota de malla y pantalones de amplias perneras embutidos en unas altas botas. Una capa de tela roja remataba su vestimenta y ocultaba la larga espada que pendía de su cintura en una vaina de cuero.

-Arex de Vanaheim. ¿Quieres conocer tu futuro?

Arex se giró al sonido de esa voz y vio que procedía de una anciana mendiga que estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada en una pared.

-¿Como sabes mi nombre, anciana?

-¿Y quién no conoce a Arex? Arex el osado ladrón, Arex el temible guerrero matador de licántropos. Solo una moneda de cobre, Arex, y te diré el futuro escrito en la palma de tu mano.

Arex sonrió divertido. No creía en esas tonterías pero pensó que estaría bien ayudar a la anciana a ganar unas monedas. Saco una moneda de su bolsa y la arrojo a la mujer.

-¡Una moneda de plata! Pagas mucho más de lo que te he pedido.

-Tal vez un buen pago me reporte un buen futuro.

La adivina tomó la mano de Arex entre las suyas y estudió las lineas de su palma.

-¿Qué ves?

-Veo una mujer que está destinada a ser tu compañera en tu próximo viaje. Veo un mal que despierta de un largo sueño. Veo un arma que no esta hecha de metal alguno y que puede derrotar a ese mal. Y te veo a ti, Arex el pelirrojo, empuñando ese arma.

-No está mal como profecía- respondió entregándole otra moneda.- Come caliente esta noche anciana, te lo has ganado.

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La Guarida del Tuerto era una taberna donde se reunía el hampa de la ciudad. Raptores, ladrones y asesinos atestaban el local cerrando tratos y presumiendo de sus fechorías entre jarras de vino aguado o de la amarga cerveza de Herconia. Arex estaba en una de las mesas con una rolliza muchacha sentada sobre sus rodillas y una jarra de vino en la mano cuando un muchacho de rizos dorados y ojos claros se paró delante suyo.

-¿Qué quieres?

-Se lo que te ha dicho la adivina y he pensado que necesitarías esto.

El muchacho dejó sobre la mesa un colgante de cristal tallado en forma de espada, de unos 15 cm. y que pendía de una fina cadena de plata.

Arex tomó el colgante y lo observó detenidamente, era de bella factura, sin duda la obra de un experto artesano.

-¿Para qué demonios quiero yo....

Las palabras murieron en su boca ya que el muchacho había desaparecido. Arex murmuró algo para si y se guardó el colgante en un bolsillo de su capa.

Fuera de la taberna, en un oscuro callejón, tuvo lugar una prodigiosa transformación. Donde un momento antes había un muchacho rubio, ahora estaba la valquiria Brunilda.

Brunilda montó en un caballo blanco que le esperaba al fondo del callejón y una carcajada surgió de su garganta. Continuó riendo mientras abandonaba la ciudad y cuando, ya fuera de la vista de todos, brotaron alas en los flancos de su caballo y se elevó perdiéndose en el cielo nocturno.

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Un nuevo personaje hizo su aparición en la entrada de la taberna que atrajo la mirada de Arex y de casi todos los rufianes allí reunidos.

Se trataba de una hermosa mujer. Alta, de bello rostro de labios carnosos, larga cabellera castaña que llevaba recogida en una trenza y ojos oscuros y rasgados. El tono oscuro de su piel la delataba como hija del pueblo nómada de los zíngaros. Vestía una túnica hasta medio muslo que permitía ver sus hermosas piernas y sobre esta llevaba una cota de malla de fina factura que se adaptaba como un guante sobre sus formas generosas, calzaba unas botas altas que le llegaban justo bajo las rodillas. De su costado izquierdo pendía una espada larga y estrecha en una funda de cuero adornada con una esmeralda.

La mujer vio una mesa libre y se dirigió a ella con andares felinos que recordaron a Arex los movimientos de una pantera.

Pidió comida y vino y comenzó a comer sin prestar atención a las miradas lascivas que le lanzaban desde las otras mesas.

Un hombre se levantó de una mesa cercana donde estaba sentado con otros tres y se acercó a la mujer.

Arex vio como el hombre le decía algo y ella respondió con un monosílabo. No podía oír lo que hablaban, pero el lenguaje corporal de ambos le dijo que habría problemas.

-Lárgate furcia- dijo dándole una palmada en las nalgas a la muchacha de taberna que tenía sobre las rodillas.

-Pero tu dijiste...

Arex dejó caer unas monedas en el interior del escote de la chica.

-Lárgate.

Mientras la muchacha se alejaba en busca de otro cliente, Arex no perdía detalle de lo que sucedía en la otra mesa.

La mujer zíngara se puso de pie y cruzó la cara de su interlocutor con una sonora bofetada. El hombre sacó un cuchillo e hizo intención de apuñalar a la mujer, pero esta reaccionando con la rapidez del rayo detuvo el golpe y aplicó una torsión en el brazo de su atacante, un segundo después el hombre yacía en el suelo con su propio cuchillo atravesado en el corazón.

Arex estaba asombrado, pocos hombres podrían haber hecho un movimiento como ese de forma tan rápida e impecable.

Los tres compañeros del muerto se levantaron de la mesa y atacaron a la mujer espada en mano. Ella desenvainó y de un certero tajo destripó al primero de ellos. Los otros dos detuvieron el ataque durante un segundo asombrados por la habilidad con la espada que no esperaban en una mujer, pero reanudaron el ataque.

La mujer no esperó ese ataque, sino que se lanzó de un salto hacia sus agresores tomando la iniciativa, poco después el segundo hombre caía con el cuello cortado.

Las apuestas comenzaron a cruzarse entre los observadores ya que el sobreviviente era conocido por ser un hábil espadachín. Los contendientes empezaron a dar vueltas entre las mesas de la taberna cruzando sus aceros, el hombre era evidentemente más fuerte que la mujer pero esta rechazaba su ataque tejiendo con su espada una telaraña de acero entre los dos.

Un quinto hombre, camarada de los otros cuatro, desenvainó su espada y se acercó sigilosamente a la mujer por la espalda pero cayó fulminado cuando el cuchillo lanzado por Arex le atravesó el corazón.
El gemido de muerte de su compañero hizo que el hombre que se enfrentaba a la espadachina desviara su atención durante un instante que resultó fatal. La mujer aprovechó ese instante para atravesar con su acero el pecho de su rival dando así fin al enfrentamiento.

Se quedó allí, en pie, observando retadoramente al resto de los presentes. Todos apartaron la mirada y volvieron a sus asuntos. Las reyertas como aquella eran habituales en la Guarida del Tuerto.

Mientras los empleados de la taberna retiraban los cadáveres y los echaban a la calle por la puerta trasera, la mujer limpió su espada con las ropas de su última víctima y después hizo lo mismo con la daga de Arex, fue hasta la mesa del vanir y se la devolvió.

-Gracias.

-No es nada, no me gusta la gente que ataca a traición.

-Aún así, Asha la zíngara nunca olvida un favor.

-He oído hablar de ti. Creía que eras un mito. Soy Arex de Vanaheim.

-Debí de adivinarlo al ver ese pelo rojo. Tu tampoco eres un desconocido en esta ciudad.

Asha estudió el rostro de Arex y pareció tomar una determinación.

-Estaba buscando un compañero para una aventura que podría enriquecernos a ambos- dijo.- Alguien hábil con la espada y que no le tema a nada. ¿Te interesa?

Arex le indicó con un gesto que tomara asiento.

-Te escucho.

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-¿Has oído hablar del tesoro de Sak Murak?

Arex hizo un gesto afirmativo, conocía la leyenda.

Sak Murak había vivido siglos atrás en Nubia, el país de las pirámides y los adoradores de serpientes. Era un sacerdote del culto al dios demonio Sharag, eterno enemigo del dios serpiente Seth al que adoraban todos los nubianos.

Sak Murak levantó un templo a Sharag y, con el tiempo, fue ganando más y más adeptos ya que Sharag era un dios más benévolo que Seth.

Los sacerdotes de Seth, viendo peligrar su supremacía frente a otros cultos, envenenaron los oídos del rey de Nubia en contra de Sak Murak y consiguieron que este prohibiera el culto de Sharag y condenara a muerte a Sak Murak por delito de sacrilegio.

Sin embargo, un esclavo de palacio adepto al culto de Sharag pudo oír los planes del rey y corrió a avisar al sacerdote.

Sak Murak huyó llevándose el tesoro del templo consistente en grandes cantidades de oro y piedras preciosas. Desapareció de la faz de la tierra y nunca más se supo de el ni del tesoro, a pesar de que muchos lo habían buscado desde entonces.

-Ahora me dirás que sabes donde está el tesoro y que tienes un plano del lugar.

-Así es.

-Ja ja ja ja...Deben haber más de cien planos de ese tesoro solo en esta ciudad. Si has comprado ese plano te han timado.

-No lo compré. Hace días, en las montañas de Aurán a cien leguas de aquí, vi a un hombre que era atacado por un león de las montañas. Mate al león con mi arco, pero ya era tarde para el hombre. Antes de morir, me dio el plano.

-¿Y que te hace suponer que es auténtico?
-Por que con el plano me dio esto.

Asha le mostró la esmeralda que adornaba la vaina de su espada. En una de sus facetas estaba grabada la figura de una cobra, el símbolo de Sharag.

-Disculpad mi interrupción.

El que así había hablado era un hombre vestido con una túnica negra y con la cabeza cubierta por una capucha.

-¿Quien eres y qué deseas?-preguntó Arex.

-Me llamo Tutmosés. No he podido evitar escuchar vuestra conversación. Deseo unirme a vuestra expedición.

Tutmosés se quitó la capucha y los otros dos pudieron ver un rostro inequívocamente nubiano. Llevaba la cabeza afeitada, lo que lo delataba como sacerdote o mago.

-¿Con qué derecho?-preguntó Asha.

-El hombre que encontraste trabajaba para mi. Le esperaba desde hace días. Yo le envié tras la pista de ese plano.

-Tal vez sea así o tal vez no-respondió Arex.

-Comprendo vuestra desconfianza. Pero no es el tesoro lo que me interesa, podéis quedaros con todo. Yo solo estoy interesado en el ídolo que Sak Murak se llevó junto al tesoro. Soy sacerdote de Sharag y mi gente considera ese ídolo como sagrado. Quiero llevarlo a mi país, al lugar que le corresponde.

Tutmosés le dio a Asha una descripción del hombre que le dio el plano. Y la mujer tuvo que reconocer que coincidía.

-Bien, supongo que eso te da algún derecho.

Arex, después de que Tutmosés le asegurase que no le interesaba el tesoro y que no pediría una parte del mismo, estuvo de acuerdo con Asha.

Tutmosés se sentó a la mesa con ellos y juntos hicieron planes para su expedición.

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SEGUNDA PARTE



Si tus ojos pueden verlo,
tu acero puede atravesarlo.
(Antiguo proverbio vanir)

Dos meses más tarde, el trío avanzaba en silencio a través de las selvas de Keishan, el primer reino negro al sur de Nubia. Según el plano el escondite del tesoro se hallaba a solo una jornada de viaje.

Arex llevaba colgando del cuello el amuleto que le entregó aquel muchacho en la taberna. Después de todo, lo que la anciana adivina le había profetizado se estaba cumpliendo. Una nueva compañera de aventuras (Asha) y un arma que no estaba hecha de metal (el amuleto).
Hacía días que no hablaban entre ellos mas que lo justo para planificar su próximo movimiento. Cada uno tenía sus motivos para ese silencio; Tutmosés por estar sumido en sus rezos y meditaciones, Asha y Arex habían discutido al rechazar la mujer los acercamientos amorosos del hombre.

Al oscurecer hicieron un alto para pasar la noche.

-Mañana alcanzaremos esas montañas que hay al sur- dijo Tutmosés consultando el plano.-Y deberíamos encontrar un paso oculto que nos llevará a un valle entre las montañas donde está el escondite del tesoro.

Los otros hicieron un gesto de asentimiento pero se mantuvieron en silencio.

-Iré a buscar leña para hacer el fuego- añadió como pretexto para dejarlos solos y pudieran resolver sus problemas más íntimamente.

Arex y Asha desensillaron los caballos y empezaron a montar el campamento en un obstinado silencio. Finalmente Asha rompió ese silencio.

-Esta situación es estúpida. No podemos seguir así. Nos necesitamos unos a otros. ¿No es mejor que nos llevemos bien?

-Tienes razón, me porté como un niño. Me di cuenta de mi estupidez hace días, pero no dije nada porque creí que tu preferías mantener el silencio.

-Bueno, pues ya ves que no. ¿Amigos?

-Amigos.

Estrecharon sus manos y ambos sintieron un gran alivio.

-Cualquier hombre se sentiría orgulloso de tenerte como amiga. Pero si algún día decides romper ese estúpido voto de castidad, me gustaría ser algo más que eso.

-Si algún día lo rompo, serás el primero en saberlo. Y no es un voto estúpido.

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Encontrar el paso oculto entre las montañas les llevó toda la mañana a pesar de que el plano que llevaban era muy preciso. Escondido tras unas espesas y altas matas solo alguien que supiera lo que buscaba podía encontrarlo.

-Ahora debemos ir con mucho cuidado- dijo Tutmosés.- Sak Murak dejó protegido el paso.

-¿A que tipo de protección te refieres?

-No lo se, los escritos antiguos que consulté no lo especifican. Pueden ser trampas ocultas o, tal vez, dejó algún tipo de guardián sobrenatural que haya persistido en su puesto a través de los siglos.

El paso era un estrecho pasadizo entre dos paredes cortadas a pico en el que apenas podían pasar los tres a la vez. Decidieron que Arex y Asha avanzarían delante con las espadas en la mano y Tutmosés les seguiría llevando los caballos de las riendas.

Avanzaron lentamente atentos a cualquier posible trampa que pudieran encontrar.

-¿Que es ese sonido?-pregunto Asha.

-Parecen hombres a pie y armados.

De pronto, al final del paso, entre una nube de polvo que levantaban a su paso, vieron unas cincuenta figuras armadas con espadas, escudos y cascos que se acercaban a su posición. Arex observó algo raro en su forma de andar, como si sus piernas estuvieran rígidas.

-¡Por Lug y Lida!- exclamó Asha.-Son muertos vivientes.

Los dos guerreros se aprestaron a enfrentarse a las sobrenaturales criaturas. Por suerte, la estrechez del paso impedía que les atacaran todos a la vez.

Las espadas de Arex y Asha se hundían una y otra vez en la carne putrefacta de sus atacantes, pero ¿como matar lo que ya está muerto?, cuando uno de los zombies caía por la espada otro ocupaba su lugar y el caído volvía a levantarse de nuevo.

Tutmosés dio unos pasos atrás y empezó a rebuscar en sus alforjas.

Mientras tanto los otros dos vieron que la única manera de parar a sus atacantes era haciéndolos pedazos, desmembrándolos uno a uno, para que no pudieran levantarse de nuevo.

-No podremos continuar así mucho tiempo- dijo Asha.

-Debemos intentarlo. Sigue luchando.

Las espadas centelleaban destrozando a las criaturas, pero el grueso del grupo seguía avanzando de forma implacable.

-Asha, Arex, venid aquí, poneros a mis espaldas rápido.

Sorprendidos por la petición del sacerdote, los dos hicieron lo que les pedía y vieron que Tutmosés sostenía un frasco en su mano alzada.

-Daros prisa.

-Espero que sepas lo que haces sacerdote- le espetó Asha.

-Manteneros detrás de mi- dijo mientras lanzaba el frasco frente a los zombies.- Si el viento cambia de dirección, huid como si los demonios de Seth os pisaran los talones.

Cuando el frasco se estrelló frente a las sobrenaturales criaturas, liberó una nube de vapor verdoso que las rodeó por completo. Los tres compañeros vieron como la carne putrefacta se disolvía sobre los muertos huesos y como estos se desmoronaban en un confuso montón para finalmente disolverse a su vez.

-Esperad a que el polvo se aposente en el suelo antes de continuar si no queréis que os suceda lo mismo.

-Debí imaginarlo- dijo Arex,- eres un hechicero.

-Si, pero este hechicero, con sus negras artes, acaba de salvar nuestras vidas.

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Al salir del paso pudieron ver el valle interior en todo su esplendor. Una jungla tan espesa como la del exterior llenaba lo que parecía un inmenso cuenco. Habían salido a cierta altura sobre el suelo del valle por lo que pudieron observar en el centro del mismo una torre negra que sobresalía sobre la vegetación.

-Parece que el plano era auténtico después de todo- dijo Arex.

Montaron de nuevo y descendieron por un camino que llevaba hasta la jungla, se internaron en ella y pocas horas después se hallaban ante el templo.

Este estaba construido con un raro mármol negro veteado de rojo. Se trataba de un edificio cuadrado de cuyo centro sobresalía la oscura torre que habían observado a la salida del paso.

Arex intentó abrir las puertas pero estas estaban sólidamente cerradas. Sin embargo, eran muy viejas y la madera estaba podrida por el paso de los siglos. Unos cuantos golpes con el hacha de guerra de Arex abrieron un boquete que les permitió entrar con facilidad.

Tutmosés se adelantó a los otros y entró el primero en el templo. En el interior pudieron ver varios muebles que en otro tiempo debían de haber sido muy costosos pero que ahora estaban casi todos convertidos en polvo. Arex apoyó la mano sobre uno de ellos y este se deshizo entre sus dedos.

En el centro de la estancia se elevaba una figura modelada en el mismo mármol negro del templo que representaba una gigantesca cobra. Alrededor del ídolo había varios cofre de metal.

-¿Ese es Sharag?- preguntó Asha.-Se parece a Seth.

-Sharag es hermano de Seth. ¿Porqué no había de parecerse a el?

Tutmosés cayo de rodillas ante la imagen del dios-serpiente y empezó a entonar una salmodia en una extraña lengua que no se parecía a ninguna que Arex hubiera oído jamás.

-Arex, mira esto.

Arex se volvió hacia Asha que había abierto uno de los cofres. En su interior brillaba una miriada de piedras preciosas que refulgían como las estrellas en el cielo nocturno. Un vistazo a los otros cofres reveló idénticos contenidos.

-Aquí hay suficiente para comprar nuestro propio reino- dijo Arex casi sin aliento.

Algo indefinido, un instinto que no poseían los hombres civilizados, le hizo volver la cabeza y observar al hechicero que continuaba con su salmodia. Arex no comprendía las palabras de Tutmosés, pero había algo en ellas que las hacía sonar obscenas y que provocaba que el vello de la nuca de Arex se erizara.

De pronto una fina grieta se dibujó en la superficie del ídolo y fue agrandándose provocando que fragmentos del mismo se desprendieran. Era como si la gigantesca serpiente estuviera mudando de piel y bajo el mármol se descubría una serpiente viva.

Arex cogió a Asha por el brazo y la alejó del altar mientras desenvainaba la espada.

-Lug y Lida nos protejan- dijo Asha desenvainando también.

En ese momento la gigantesca cobra estaba sobre Tutmosés y parecía bailar al son del cántico del hechicero pero solo fue una ilusión, pues al momento se abalanzó sobre el y lo devoró.

-Sabía que no podíamos fiarnos de un hechicero- dijo Arex. - Bueno, ahora ya tiene lo que se merece.

Pero Sharag aún no tenía bastante y decidió continuar con el festín a costa de Asha y Arex.



El pelirrojo empujo a su compañera fuera del alcance de Sharag y arremetió contra el monstruo con su espada.

El acero golpeó las escamas de Sharag una y otra vez sin producir ningún efecto y de pronto, Arex se sintió atrapado por sus anillos. Continuó golpeando la dura piel con su espada, ya que el brazo con el que la empuñaba había quedado libre del abrazo mortal, pero los anillos apretaban cada vez más y a Arex empezaba a faltarle el aire.

Asha atacó a su vez pero Sharag se limitó a ignorar ese ataque mientras acercaba sus mandíbulas a la cabeza del bárbaro.

Arex recordó entonces la profecía de la adivina y soltando la espada agarro el amuleto que llevaba colgado y girando con gran esfuerzo su aprisionado cuerpo se enfrentó a los enormes colmillos que estaban a punto de alcanzarle y lo clavó entre los ojos de Sharag.

Sharag emitió un fuerte siseo y Arex se vio despedido a través del templo.

La gigantesca serpiente se retorcía en el suelo y sus estertores de muerte provocaron temblores en toda la sala.

Arex agarró a Asha y se dirigió con ella a uno de los cofres.

-Coge todo lo que puedas y vayámonos de aquí.

Cargaron lo que pudieron en sus zurrones y salieron a la carrera justo a tiempo antes de que el templo entero se derrumbara sobre sus cimientos.

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Al anochecer ya habían abandonado el valle, cruzado el paso y acampado en el mismo lugar que la víspera.

Arex introdujo las manos en su zurrón y las sacó unidas en forma de cuenco repletas de joyas. Alargó las manos hacia Asha que le tendió las suyas para que el las llenara. Arex cogió las manos de la mujer entre las suyas y la besó en los labios.

-Recuerda mi voto- dijo ella.- Prometiste respetarlo.

-Al diablo los votos, yo rompí los míos con mis dioses y desde entonces me va mucho mejor.

-Tal vez tus dioses son más tolerantes que los míos.

-¡Bah! Thor o Lug, Odín o Lida, que más da. Solo son dioses.

Arex la abrazó y esta vez Asha no rehuyó sus caricias.


FIN

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