lunes, 14 de febrero de 2011

EL APOSTOL (3 DE 3)

TERCERA PARTE

Una curación, una revelación y una conversión


Durante un largo minuto reinó el silencio en el despacho de Zuriel.

-Una historia fascinante, pero no esperará que me la crea ¿verdad?

-No realmente, seguramente pensará usted que estoy loco.

-Usted no está loco. Simplemente pretende tomarme el pelo.

-Lamento que se lleve usted esa impresión de mi, señorita Ramos.- Zuriel consultó su reloj.- Lamentablemente no puedo concederle más tiempo hoy, pero puede volver cuando quiera y continuaremos nuestra charla.

-Puede estar seguro de que lo haré, aún me quedan muchas preguntas por hacerle.

-La acompañaré a la salida.
Cuando llegaron a la entrada de la casa Zuriel tendió su mano a Esther.

-Ha sido un placer conocerla, esperaré su regreso con impaciencia.

Esther estrechó la mano del hombre y en cuanto lo hizo, este sujeto la de Esther entre las dos suyas y le miró a los ojos.

-No se preocupe,- le dijo- todo irá bien.

Esther liberó su mano de un tirón y abandonó el lugar. Montó en su coche y lo puso en marcha. Mientras conducía en dirección a su casa, recordó lo que le había contado Zuriel.

-Viajes en el tiempo, dinosaurios, Jesús nombrándole su apóstol del siglo XXI... Ese tipo no tenía nada de loco, pero era un cuentista de cuidado. Ahora más que nunca estaba segura de que escondía algo. Pero ella lo descubriría.

A La mañana siguiente Esther se presentó en el Hospital de San Odón para hacerse unas pruebas a fin de mejorar su tratamiento. Le extrajeron sangre, le hicieron radiografías y una resonancia magnética. Le dijeron que en tres días le comunicarían los resultados.

Esther aprovechó ese tiempo para empezar el borrador de su artículo sobre Zuriel y su iglesia, probablemente iba a ser su último artículo y quería lucirse.

Tres días más tarde la llamaron del hospital, tenía que volver a hacerse las pruebas. Al parecer alguien había cometido algún error, porque los resultados de las pruebas eran muy confusos.

Esther se armó de paciencia y se presentó al día siguiente y se sometió nuevamente a las pruebas. Esta vez no la hicieron esperar. Los médicos pidieron los análisis con carácter de urgencia y cuatro horas después Esther se hallaba en la consulta esperando a que el doctor acabara de examinar los resultados.

Finalmente, el doctor cerró el informe que estaba leyendo y lo dejó sobre la mesa.

-Señorita Ramos. ¿Ha consultado usted con otro médico o se ha sometido a algún tratamiento alternativo?

-No. Solo he tomado las píldoras que me recetaron.

-Es sorprendente.

-¿Que es lo que pasa, doctor. Que es lo sorprendente?

-Verá, los anteriores análisis dieron un resultado tan sorprendente que solo pudimos pensar que estaban equivocados. Por eso los repetimos, pero estos nuevos análisis confirman el resultado de los primeros.

-¿Y que dicen esos resultados? Dígame la verdad doctor, estoy preparada para lo peor.

-¿Lo peor? ¡Al contrario! Señorita Ramos...está usted curada.

-¿Curada?

-Si, el cáncer a desaparecido, como si nunca hubiera existido. Su salud es perfecta. Es un milagro.

Minutos más tarde Esther abandonaba el hospital. El doctor le había hecho prometer que volvería para hacerse más pruebas, para intentar averiguar que había sucedido. Esther no tenía intención de cumplir esa promesa, ya había tenido suficiente de médicos y pruebas durante el último año.

Ya en su casa pensó en las palabras del doctor. “Es un milagro”. Recordó a Zuriel y su mano izquierda acarició la derecha, que Zuriel había retenido entre las suyas, y sintió que despedía una agradable sensación de calor.

Recordó asimismo las palabras de Zuriel. “No se preocupe, todo irá bien”.

-No. Es imposible.

Su mente consciente le decía eso, que era imposible. Pero su mente interior (todavía se negaba a llamarla “alma”), le decía que no había otra explicación. Zuriel la había curado. Esa lucha interior se prolongó durante varios días en que Esther no abandonó su casa.

Una semana más tarde Zuriel se encontraba en su despacho escribiendo con su portátil cuando oyó un ligero carraspeo.

Levantó la mirada y ahí estaba Esther, llevaba una maleta.

Zuriel sonrió y se levantó para recibirla.

-Bienvenida, hermana Esther, te estábamos esperando.

-Zuriel, quisiera...

Zuriel apoyó un dedo en los labios de Esther haciéndola callar.
-No será necesario. Ven, te enseñare tu habitación.

Salieron del despacho y empezaron a subir por una escalera que había al fondo del pasillo.

-Nos vendrá bien tu ayuda, Esther. Sobre todo a mi.

-¿Para que podrías necesitar mi ayuda?

-Con tu experiencia como escritora podrías ayudarme con lo que estoy escribiendo. No se me da muy bien la palabra escrita. Tu podrías pulir lo que escribo, presentarlo de una forma más correcta.

-¿Que estas escribiendo?

-Mi visión sobre la vida pública de Jesús.

-Un tema muy interesante. Creo que ya tengo un título.

-¿De verdad? Que bueno. Ese tema en concreto me estaba quitando el sueño. ¿En que has pensado?

-”El Evangelio según Zuriel”

-Que curioso, parece el título más evidente, pero nunca se me hubiera ocurrido. Realmente serás de mucha ayuda.

Zuriel se paró frente a una de las habitaciones del piso superior.

-Tu habitación.

-Tiene puerta.

-Claro.

-¿Que hay de eso de que no tenemos nada que esconder?

-Sigue siendo cierto, como también lo es que las personas necesitamos nuestros momentos de intimidad. Aquí podrás disfrutar de ellos.

Zuriel abrió la puerta y cedió el paso a Esther a una habitación sencilla, con una cama un armario un par de sillas y dos pequeños estantes adosados a la pared.

-Instálate tranquilamente, tomate tu tiempo. Cuando acabes baja a verme a mi despacho. Te contaré un par de cosillas sobre Jesús que no saldrán en nuestro “Evangelio”.



FIN

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