miércoles, 23 de octubre de 2013

El "600" de Martín


Conocí a Martín Garrido a mediados de los 90, cuando, por razones de trabajo, me mudé a Vilarosa, un pequeño pueblo de la provincia de Tarragona. Vilarosa es un pueblecito de casas antiguas, en el que aún no se ha levantado ningún edificio de apartamentos moderno y conserva, a día de hoy, el mismo aspecto que hace quinientos años.

Adquirí una casa de dos plantas en la calle Mayor, una casa antigua como todas las de Vilarosa, pero con todas la comodidades de la vida moderna. Martín vivía en la casa contigua, así que era mi vecino más próximo. Una vez instalado, pasé a saludarlo para darme a conocer y resultó ser un anfitrión afable y con ganas de agradar. Con el tiempo mis visitas se sucedieron y llegamos a alcanzar un cierto grado de amistad.

Cuando le conocí, Martín era un cincuentón de cuerpo menudo y aspecto enfermizo, no tenía amigos ni parientes, no tenía esposa ni hijos, Martín solo tenía una cosa.

Martín tenía un “Seat 600”.



Y, como les sucede a algunas personas que no tienen a quien amar y vuelcan su amor hacia un animal o un objeto, él volcó su amor hacia su coche. Incluso le había puesto nombre: Alicia.

Martín adquirió a Alicia en la década de los 60, cuando tenía veinte años recién cumplidos y bajo sus tiernos cuidados, Alicia funcionó siempre como un reloj. Cada vez que tenía un momento libre, allí estaba él, trasteando en las entrañas de Alicia, ajustándole las tuercas, poniéndole piezas nuevas, aceitando el motor o, simplemente, lavando su carrocería.

El primer suceso raro que recuerdo fue en primavera del año 2000, un día que fui a visitarle y lo encontré en su garaje, como siempre, con la cabeza hundida bajo el capó de Alicia.

-Martín- le dije- dedicas demasiado tiempo a ese coche, cualquiera pensaría que crees que está vivo.

Entonces, él levantó la cabeza y me miró fijamente a los ojos con una tierna sonrisa dibujada en sus finos labios.

-¿Es que no lo sabías?- respondió- Mi Alicia está realmente viva.

No era una broma, por el tono de su voz comprendí que él estaba totalmente convencido de esa aseveración. No supe que pensar, pero decidí no sacar a relucir el tema nunca más. Ese día mi visita duró menos de lo habitual, las palabras de Martín me habían puesto muy nervioso y tal vez fue por eso que, durante un momento, mientras me marchaba, tuve la sensación de que los faros de Alicia me miraban fijamente.

Ese mismo año, durante la Fiesta Mayor de Vilarosa conocí a la que hoy es mi esposa, Marta. Evidentemente, durante nuestro noviazgo, pasaba todo el tiempo posible con ella y mis visitas a Martín eran cada vez menos frecuentes, lo que era un alivio para mi, pues cada vez que pasaba a verle acabábamos en su garaje, conversando mientras el trasteaba en Alicia y en varias ocasiones volvía a mi la extraña sensación de que el vehículo me observaba atentamente con sus faros.

El segundo suceso raro que viene a mi memoria sucedió en marzo de 2012. Aquel día regresaba a casa tras mi jornada laboral cuando vi a Alicia aparcada frente a la puerta de su garaje. Me llamó mucho la atención, ya que Martín jamás dejaba el vehículo en la calle. Al acercarme pude ver a Martín sentado frente al volante sin conocimiento. Por mucho que lo intenté no pude despertarlo así que llamé a urgencias y poco después ingresaba en el hospital. Había sufrido un infarto. Yo, por mi parte, ya que Alicia aún tenía las llaves en el contacto, la introduje en su garaje. De alguna manera, no me pareció correcto dejarla en la calle.

La lógica me dice que Martín sufrió el ataque justo al llegar a casa y que tuvo la suficiente presencia de ánimo para dejar el coche junto al bordillo, y no en medio de la calle, antes de desmayarse. Pero no puedo sacarme de la cabeza la loca idea que me vino a la mente en el mismo momento en que lo encontré sin conocimiento frente al volante. Se me ocurrió que, tal vez, Martín sufrió el ataque durante el camino y que Alicia le había llevado a casa por si misma.

Martín se recuperó y volvió a casa un mes más tarde, pero su cuerpo se había debilitado mucho y quedó postrado en la cama. Por suerte, su pensión le permitía costearse una enfermera particular que cuidaba de él durante todo el día. La primera vez que lo visité tras su regreso me recibió con su dulce sonrisa y me indicó una silla que se encontraba junto a su cama.

-¿Como te encuentras, amigo?- le pregunte mientras tomaba asiento.

-He tenido épocas mejores- respondió. -Agradezco mucho que vengas a verme.

-Ni lo menciones.

-¿Como te va con esa novia tuya?

-No podría ir mejor. Nos casamos dentro de seis meses.

-Bien, me alegro mucho por ti.

Me tendió su mano que estreche con afecto.

-Y ahora, dime...¿Como está Alicia?

No podía creerlo, allí estaba, tendido en la cama tras haberse librado de la muerte por los pelos, convaleciente e incapaz de cuidarse por si mismo y lo único que le preocupaba era el maldito coche.

-Alicia está bien- respondí. -Yo mismo la entré en el garaje la noche que sufriste el ataque.

-Eres un buen amigo, tal vez el único que tengo, es por eso que quiero pedirte un favor- dijo.

-Si está en mi mano, cuenta con ello.

-¿Querrás cuidar de Alicia por mi? Hasta que yo pueda hacerme cargo de ella.

Ahí estaba de nuevo. Su obsesión por ese coche era increíble, pero dado su delicado estado no quise disgustarlo.

-De acuerdo, le echaré un vistazo de vez en cuando, pero ya sabes que yo no tengo tiempo de dedicarle tantas atenciones como tú.

-Lo se. Tu solo dale algunos mimos. Será suficiente.

Entonces se durmió con esa dulce sonrisa con la que me obsequió aquella vez en que me dijo que Alicia estaba viva.

Esa misma noche, entré en el garaje de Martín y me sorprendí hablándole al coche, como hacía Martín cuando creía que yo no lo oía.

-Hola, Alicia. Me envía Martín, está muy enfermo y no puede cuidarte, yo lo haré por él hasta que se recupere.

Le quité el polvo, comprobé los niveles de aceite y gasolina y corregí la presión de los neumáticos. Cuando salí del garaje, volvió a mi la sensación de que Alicia me miraba fijamente, pero esta vez era una mirada diferente, más benévola, incluso cariñosa.

Desde entonces, iba un par de días a la semana a cuidar de Alicia, le limpiaba el polvo y ponía el motor en marcha, escuchaba el ronroneo del motor y le hablaba. Si, le hablaba, le contaba como evolucionaba Martín e incluso, algunas veces, le contaba como me había ido el día en el trabajo o en mi relación con Marta. Es de locos, lo se, pero me sentía cómodo explicándole aquellas cosas a Alicia y, muchas veces, sentía que ella me escuchaba. Después visitaba a Martín y le contaba lo que habíamos hecho Alicia y yo aquel día y él me regalaba con esa sonrisa suya que yo aprendí a amar durante esos días.

Y, al fin, llegó el día de mi boda. Marta y yo nos fuimos quince días de viaje de novios por Europa. Cuando volvimos a Vilarosa nos enteramos del fallecimiento de Martín, un nuevo infarto había acabado con él.

En el buzón me esperaba una sorpresa, una carta del abogado de Martín. Mi amigo se había acordado de mi en su testamento.

Había heredado a Alicia.

Ella sigue en el garaje de Martín, no he vuelto a verla, me da miedo. No porque ella pueda sentir algún rencor hacia mi, sino por todo lo contrario. Me recuerdo a mi mismo hablando con ella y temo acabar como Martín, obsesionado por Alicia hasta el punto de no tener vida propia, dedicando todo su tiempo al cuidado de un vehículo, de una simple máquina.

¿O acaso Alicia es más que una simple máquina?

Prefiero no averiguarlo.







No hay comentarios:

Publicar un comentario