viernes, 3 de mayo de 2013

LILITH (Arex-9)


Tras su decisión de dedicarse a la piratería Arex y sus compañeros llevan el “Halcón del Mar” alrededor de las costas de Herconia y entran en las azules aguas del Mar del Sur. Allí empiezan a ejercer su nuevo oficio atacando a barcos mercantes y pequeñas poblaciones portuarias logrando importantes botines. Arex se gana un sobrenombre que pronto es conocido y temido en todo el Mar del Sur: sus hombres le llaman “Halcón”.
Hartos de sus desmanes, los gobiernos de Nubia, Nissia y Aristán se alían y envían sus flotas de guerra a cazar al “Halcón del Mar”. Arex y sus hombres consiguen escapar al ataque de dos naves nubianas abandonando el Mar del Sur y costeando el reino de Keishan. Finalmente fondean varias millas al sur de ese país frente a las costas de alguno de los reinos negros completamente desconocidos por el hombre blanco.




I

El maltrecho navío se balanceaba sobre las oscuras aguas débilmente iluminadas por una luna en cuarto menguante. Los treinta hombres supervivientes del ataque que habían sufrido por parte de dos bajeles de guerra nubianos se afanaban por la cubierta haciendo reparaciones. Eran hombres de todas las nacionalidades: había herconianos, micosianos, sommorios, aristanos y vanires. Iban semidesnudos, pero las pocas ropas que llevaban pese a estar manchadas de brea y de sangre eran de buena calidad. Todos llevaban las orejas perforadas por grandes aros de oro y las joyas relucían en los anillos que llevaban en sus dedos y en las empuñaduras de las espadas que colgaban desnudas de sus cintos. Aunque ninguno desatendía sus tareas, todos estaban pendientes de las evoluciones de su capitán,que observaba la costa desde el castillo de popa.

Este era un gigantesco vanir de poderosa musculatura y larga cabellera roja. Aparentaba unos veinticinco años, vestía al estilo aristano y sobre su túnica llevaba una cota de mallas, de su costado izquierdo colgaba un pesado alfanje que muchos hombres apenas habrían conseguido levantar. Sus ojos, de un azul acerado, estaban fijos en la cercana costa.

No se veía ninguna ciudad o aldea, solo una playa de arena blanca y tras ella, la selva impenetrable. Se encontraban al sur de la frontera de Keishán, el más conocido de los reinos negros. Esta era una región desconocida por el hombre blanco, lo poco que se sabía de esas tierras era a través de los cuentos y leyendas que contaban los mercaderes nubianos. Y todo el mundo sabía que no podías creerte ni la mitad de lo que te contara un nubiano ya que son maestros en el arte de la mentira.

A sus pies, sentada sobre la cubierta se encontraba Vania, su actual compañera sentimental. Vania era hija de un noble de Kritein, el cual la había entregado en matrimonio a un príncipe aristano a cambio de algunos favores políticos. Arex la había rescatado de su destino cuando abordó con sus hombres el barco que la llevaba a Aristán.

-¿Cuanto tiempo permaneceremos aquí, Halcón? Este sitio no me gusta, tengo un mal presentimiento.

Arex apartó la vista de la costa para fijarla en la muchacha. Vania era una mujer hermosa de ojos color miel, melena castaña, labios rojos y un curvilíneo cuerpo de grandes pechos y voluptuosas caderas. Recordó el día que la había conocido:

La encontró en uno de los camarotes encadenada a la cama con una cadena de plata. Lejos de asustarse por su presencia, la chica se arrojó a sus brazos.

-Por favor, Halcón, llévame contigo.

-Una oferta tentadora, pero un barco pirata no es el mejor lugar para una muchachita como tú.

-Piratas, batallas navales, sangre y fuego...todo eso es preferible a la vida que llevaba en Kritein y a la que me esperaba en Aristán donde no sería mas que una prisionera en una jaula de oro. Seré tu amante, tu esclava, lo que quieras; pero no me devuelvas a esa vida.

Y eso es lo que hizo Arex, la liberó de sus cadenas y la tomó como amante, desde ese momento ella jamás se había separado de su lado y Vania parecía feliz con su nueva vida.

-¿En qué piensas, Halcón?

-En nada. Respondiendo a tu pregunta, estaremos varios días aquí. Mañana bajaremos a la costa. Tenemos que encontrar madera con la que reparar el barco y, sobre todo, agua y víveres ya que nuestras reservas están agotadas.

-No me gusta, hay algo malo en esa selva, lo noto en los huesos.

-Solo encontraremos fieras y, tal vez, algunos salvajes. Nada que deba preocuparnos. Anda, ve al camarote; está refrescando, eso es lo que sienten tus huesos. Me reuniré contigo dentro de un rato.

Vania se retiró en silencio y Arex volvió a fijar la vista en la costa. No quería preocupar a Vania, pero él también tenía esa sensación de que algo maligno les observaba desde la selva.


II

El sol naciente teñía de oro las aguas del océano en el momento en que la chalupa tocaba fondo en las blancas arenas de la costa y los diez hombres que viajaban en ella se apearon y la empujaron tierra adentro. Arex dejó a uno de ellos vigilando la embarcación y guió a los demás hacia el interior de la selva. Todos llevaban arcos de caza que esperaban poder usar para reponer sus suministros de carne.

La columna avanzaba lentamente entre la maraña de la selva y pronto los hombres empezaron a murmurar juramentos y maldiciones a causa de los mosquitos que los acribillaban a picotazos y a la humedad y el bochorno reinantes a los cuales no estaban acostumbrados y que hacían que sus cuerpos se cubrieran de sudor. Arex se detuvo y se encaró con ellos.

-Maldita sea, parecéis viejas. ¿Es qué os asustan unos insectos y un poco de calor? Avanzad en silencio, perros.

Después se acercó a su viejo compañero de armas, Hajib.

-Adelántate para explorar el terreno- le dijo. -Si encuentras algo da la vuelta e infórmame.

Hajib hizo un gesto afirmativo y sin pronunciar palabra echó a andar a grandes pasos y desapareció entre la vegetación. Arex miró a sus hombres.

-No quiero oír más quejas. El que quiera puede dar media vuelta y esperar en la playa.

Los hombres se removieron, inquietos y avergonzados por las palabras de su capitán.

-Te seguiremos hasta el mismo infierno si hace falta, Halcón- dijo uno de ellos. Todos los demás asintieron.

-Bien, entonces adelante.

La columna siguió avanzando, esta vez en silencio, hasta que dos horas más tarde Hajib regresó a su encuentro.

-He encontrado un camino a una media hora de marcha- informó.

-¿Un camino aquí, en medio de la nada?

Arex dejó a sus hombres en aquel lugar para que descansaran un rato mientras esperaban su regreso y siguió a Hajib para inspeccionar ese camino.

Cuando llegaron al lugar Arex sonrió. Al igual que el resto de sus compañeros, Hajib era un hombre de ciudad y sabía muy poco de entornos salvajes como aquel.

-No es un camino,- dijo- es una senda. Un paso que han abierto los animales al pasar continuamente por aquí. Si lo seguimos nos llevará a una fuente de agua potable. Vé a buscar a los hombres.

Hajib desapareció nuevamente entre la jungla y Arex se acuclilló al borde de la senda, oteando a un lado y a otro. Volvió a él la sensación de que un gran peligro les acechaba, uno que nada tenía que ver con los peligros habituales de la selva.

Cuando Hajib volvió con el resto, continuaron su camino. El paso por la senda era mucho más fácil que a través de la jungla y eso animo a los hombres.

-Tened los arcos preparados- les dijo Arex. -Y estad alerta, los depredadores suelen acechar cerca de estos pasos.

Algunos minutos después, llegaron a orillas de un pequeño río de unos diez o doce metros de ancho. Saciaron su sed y se bañaron. El contacto de las frescas aguas en sus sudorosos cuerpos alegró el ánimo de todos, pero Arex no dejó que se relajaran.

-Ya está bien de juegos, perros. Tenemos trabajo que hacer, dispersaros y empezad a buscar víveres. Hajib, vuelve al barco y mañana por la mañana regresa con otros diez hombres, traed los barriles para reponer nuestras reservas de agua y cestas para los vegetales que podamos encontrar.

Arex ya conocía un poco el ambiente de la jungla ya que había visitado Keishán tiempo atrás junto a Asha la zíngara y un sacerdote-brujo llamado Tutmosés (1). Instruyó a sus hombres sobre lo que debían buscar y estos se dispersaron por parejas hacia el interior de la jungla. Al final de la tarde habían hecho un buen acopio de frutas: mangos, plátanos, piñas tropicales, frutas de la pasión y papayas, así como algunas verduras como hojas de n'dole que recordaban mucho a las espinacas, batatas y mandiocas. Lo reunieron todo en un pequeño claro que encontraron a poca distancia del río.

Solo faltaba conseguir algo de carne. Arex sabía que estaban en el lugar y momento correctos. El sol estaba ya muy bajo en el cielo y sabía que a estas horas muchos animales se acercarían al río para abrevar. Dispuso a sus hombres a los márgenes de la senda, ocultos entre la vegetación, con los arcos a punto. Tuvieron suerte, pues los primeros en acercarse al río a saciar su sed fueron una manada de gacelas. Arex esperó a que empezaran a abrevar y dio a sus hombres la señal de disparar. Las cuerdas de los arcos vibraron, las flechas silbaron y cinco de los animales cayeron, el resto huyó senda atrás, pero tres más cayeron a causa de la segunda andanada de flechas.

Volvieron al claro con las últimas luces del día, dejaron sus presas junto a una hoguera que hicieron con ramas verdes para que el humo mantuviera alejados a los insectos, cenaron frugalmente con lo que llevaban en sus zurrones y, tras asignar los turnos de guardia se echaron a dormir.

  1. Ver: Los colmillos de Sharag.

III

Arex abrió los ojos, se levantó y echó a andar sin hacer ruido. Enfiló la senda hasta el río, no llevaba ninguna antorcha, ya que una brillante luna llena iluminaba todo el entorno. Cuando fue consciente de ese hecho se sorprendió, pues la noche anterior estaba en cuarto menguante. Comprendió entonces que estaba soñando, pero intuyó que era algo más que un simple sueño. Algo en su interior le impulsaba a encaminar sus pasos más allá del río donde la senda continuaba.

Pensó que al tratarse de un sueño no podía sucederle nada malo, así que cruzó la corriente y siguió la senda. Tras unos minutos de marcha esta quedaba cortada por un precipicio. Se asomó al borde, la pared tenía unos trescientos metros y se extendía hacia ambos lados formando un arco. En el fondo pudo ver varios edificios de piedra que a la pálida luz de la luna parecían negros como el azabache. Descubrió unos agujeros en la roca que formaban una rudimentaria escalera de mano. El mismo impulso que le había llevado hasta allí le decidió a descender. No le llevó mucho tiempo, como cualquiera de su raza estaba acostumbrado a escalar altas cumbres, así que el descenso no le supuso ningún problema.

Al llegar abajo estuvo un rato contemplando el conjunto de edificios en silencio. El más cercano a él se encontraba a un centenar de metros de donde se encontraba. No se observaba ninguna luz ni ningún movimiento excepto en el mayor de todos. Por la estructura del mismo parecía algún tipo de edificio público, posiblemente un templo. Pudo ver el fulgor de varias antorchas en el interior y escucho un rumor, como si una multitud estuviera murmurando.

Se encaminó hacia allí, llegó ante dos grandes puertas y se asomó. El interior constaba de un solo espacio, una enorme habitación cuyo techo estaba sostenido por grandes columnas. Una multitud de negros semidesnudos abarrotaba el local. El lugar carecía de adornos a excepción de los soportes de las antorchas y un altar.

La persona que se encontraba tras ese altar parecía tan fuera de lugar en ese sitio como un sacerdote de Ishtar en un lupanar. Se trataba de una joven de piel blanca que aparentaba unos quince años de edad. Iba completamente desnuda pero no mostraba ningún pudor. Arex dio unos pasos hacia el interior pero nadie, ni los negros ni la muchacha, parecieron advertir su presencia, comprendió en ese momento que lo que estaba experimentando no era un sueño si no una visión. La escena que estaba contemplando había sucedido en algún remoto pasado.

La muchacha dio un paso al frente y señaló a uno de los salvajes, un auténtico coloso de dos metros de altura y poderosa musculatura. El hombre se acercó a ella y se arrodilló. Los rostros de ambos quedaron así a la misma altura, la muchacha tomó el rostro del coloso entre sus manos y unió sus labios a los de él. La extrema palidez de ella, de un blanco marmóreo, contrastaba vivamente con la piel de ébano del hombre.

El beso se prolongó y un gemido de agonía se escapó de la garganta del coloso. Un escalofriante fenómeno tuvo lugar ante la mirada de Arex. La piel del hombre pareció volverse gris, sus músculos empezaron a perder volumen y profundas arrugas fueron apareciendo en su rostro y su cuerpo. Al mismo tiempo, la piel de la muchacha fue perdiendo su palidez y adquirió un saludable tono rosado. Ella puso fin al vampírico beso y soltó el rostro del hombre que cayó al suelo muerto, su aspecto era el de un anciano de cien años.

Cuatro de los salvajes que asistían a la extraña ceremonia recogieron el cadáver y abandonaron el local seguidos por el resto mientras la muchacha desaparecía tras unas cortinas cercanas al altar.

-Su nombre es Lilith.

Arex se volvió hacia la persona que había pronunciado esas palabras.

-¡Brunilda!(2). ¿Has sido tú quién me ha provocado esta visión?

La valquiria sonrió ante la pregunta.

-No, no he sido yo, te la envía el padre de todos, Odín.

-¡Lilith! ¿Qué sabes de esa extraña mujer y porqué estas tú aquí?

-No es una mujer, es uno de los demonios primigenios. Ya era vieja cuando Atlantis se hundió en las aguas. Y estoy aquí para advertirte, tú y los tuyos estáis en peligro.

-¿Qué clase de peligro?

-Lilith sigue aquí, en lo que ahora son las ruinas de este templo. Hace siglos, tras diezmar la tribu que habitaba esta zona, a los que había subyugado con un hechizo de seducción, entró en un sueño preservador que le permitía sobrevivir sin alimentarse. Ahora, vuestra presencia la ha despertado y está hambrienta. Debéis marcharos antes de que caigáis ante su hechizo.

-No podemos, nuestro barco necesita reparaciones, en el estado en que se encuentra no podemos aventurarnos en alta mar.

-Debéis daros prisa.

-Así lo haremos, gracias por tu aviso.

-Antes de despedirnos, tengo un regalo.

Brunilda sacó un puñal de su cinto y se lo entregó. Arex examinó el arma. La hoja medía unos cincuenta centímetros, su vaina y su empuñadura eran de oro y estaban exquisitamente adornadas con perlas.

-¿Qué puedo hacer con esto que no pueda hacer con mi sable?

-No es para ti, es para Vania.

-¿Para Vania, qué diablos va a hacer la chica con esto? Nunca ha empuñado un arma.

-Te sorprendería saber de lo que es capaz. Prométeme que se lo entregarás.

-Está bien, lo prometo.

-Permaneced alerta, todos vosotros.

La valquiria y el templo en que ambos se encontraban empezaron a difuminarse ante los ojos de Arex que en ese momento despertó. Se incorporó pensando que era el sueño más extraño que había tenido nunca, pero en ese momento notó que tenía algo agarrado con su mano derecha.

Era el puñal que le había entregado Brunilda.


    1. Ver: Yo hilo mi propio destino.


IV

Arex movilizó a sus hombres para que empezaran a buscar la madera necesaria para reparar el barco. Les costó un poco encontrar el árbol adecuado, pero cuando el carpintero seleccionó uno que le satisfizo no tardaron demasiado en derribarlo. Estaban desbrozándolo cuando llegó Hajib con el resto de los hombres. Vania venía con ellos, iba vestida con ropas de hombre y calzaba unas botas de gruesa suela.

-Lo siento, amigo- se disculpó Hajib.- Ha insistido en venir, no he podido convencerla de que se quedara en el barco.

-No te enfades conmigo, Halcón. Tenía miedo de quedarme sola en el barco.

-¿Y de qué serviría enfadarme? Ahora ya está hecho. Por lo menos te has vestido de forma adecuada para andar por la selva.

La abrazó y le dio un apasionado beso.

-Hajib, que los que han venido contigo llenen esos barriles de agua y recojan los vegetales y la carne y lo lleven todo al barco. Vania, ven conmigo, tengo algo para ti.

Vania le siguió intrigada, vio como Arex rebuscaba en su petate y extraía el puñal.

-¿Recuerdas cuando te hablé de Brunilda?

-¿La valquiria a la que te enfrentaste?

-Si, ella me lo dio para ti.

Le contó el extraño sueño que había tenido y como, al despertar, tenía el arma en su mano. Vania la tomó en sus manos sin dudar ni por un momento de la historia que le había contado Arex.

-¿Porqué crees que Brunilda quiere que yo tenga este arma?

-No estoy seguro. Tal vez porque eres la única de nosotros que va desarmada.

Vania sujetó el arma en su cinturón, al estilo de los hombres que la acompañaban.

-Pareces una auténtica guerrera.

-Halcón, estoy asustada. Si esa Lilith es tan peligrosa como parece...¿Porqué no nos alejamos de aquí inmediatamente?

-No sin antes conseguir la madera que necesitamos.

Hajib y los otros acabaron de recoger el agua y los víveres y se encaminaron hacia el barco. Poco después uno de los que se habían quedado con él, un micosiano llamado Vitelius, apareció a la carrera.

-Halcón, han surgido problemas.

-¿Qué sucede?

-Balder y Rugard han desaparecido.

Arex frunció el ceño al oír esos nombres, de los cuatro compatriotas que le habían acompañado en la batalla de Fuerte Tulsen solo ellos dos habían sobrevivido.(3)

-¿Cómo que han desaparecido?

-Mientras estábamos seleccionando el árbol adecuado se separaron del grupo. No hemos vuelto ha verlos. Los demás les están buscando.

Arex permaneció un rato pensando. Se había quedado tan solo con nueve hombres, los demás habían regresado al barco. No había tiempo de enviar a alguien en busca de refuerzos, debía apañárselas con lo que tenía.

-Está bien, ve en busca de los demás, organizaremos la búsqueda pero no debemos olvidarnos de llevar ese tronco al barco, nos dividiremos en dos grupos. ¡Muévete!

Vitelius salió a la carrera y desapareció entre la vegetación.

Una hora después, Arex y Vania seguían esperando el regreso de sus compañeros.

-Malditos perros. ¿Donde se habrán metido?

Vania se agarró al fuerte brazo de su compañero.

-¿Y si esa bruja de la que me has hablado tiene algo que ver en la desaparición de los demás?

-¡Lilith, claro! Brunilda ya me habló de su hechizo de seducción. Vamos.

Arrastró a Vania hasta la senda y continuaron hasta el río.

-Debemos pasar a la otra orilla, cógete a mi, la corriente es bastante fuerte y podría arrastrarte.

Cuando llegaron al otro lado, Arex se quedó un momento inmóvil, su rostro adquirió una expresión extraña, como ausente.

-¿Qué sucede, Halcón?

Arex no respondió y empezó a andar a grandes pasos. Vania corría tras él casi sin poder seguir su ritmo.

-Halcón, esperame. No puedo ir tan deprisa.

Arex mantuvo el paso sin responder a su amante. Cuando llegaron al precipicio empezó a descender por la escala tallada en la roca sin inmutarse por las preguntas y los lamentos de Vania. Esta la ver como descendía se horrorizó. Ya había comprendido hacía rato que Arex había caído en el hechizo de Lilith, ahora, mientras contemplaba las ruinas del fondo, no sabía si podría reunir el valor para seguirle en tan vertiginoso descenso.

Cuando tocó el suelo, Arex encaminó sus pasos hacia las ruinas y entró en lo que quedaba del antiguo templo. Allí estaban sus compañeros, todos permanecían en pie, completamente inmóviles, con la mirada perdida. Lilith estaba frente al altar, como en la visión que le había enviado Odín.

-¡Ah! Por fin has llegado, Arex, el Halcón, acércate.

Arex avanzó hacia ella pero entonces vio los dos cadáveres que yacían a sus pies. A pesar del lamentable estado en que los había dejado Lilith, reconoció a Balder y Rugard. Una alarma resonó en algún lugar de su cerebro y se detuvo. La visión de sus compañeros muertos le hizo recuperar el control de sus pensamientos, pero su cuerpo estaba paralizado.

-¿Porqué te detienes? Acercate.

-No.

Ya solo pronunciar ese simple monosílabo le había supuesto un esfuerzo, pero siguió luchando por recuperar el control.

-¿Te resistes? ¡Extraordinario! Muy pocos lo han logrado. Pero todos han caído, al fin.

-Zorra...te...mataré.

-Ningún hombre puede matarme. Así está escrito, así será hasta el fin de los tiempos.

Lilith se acercó a Arex y apoyo sus manos en el amplio pecho del hombre.

-Arrodíllate.

Arex luchó con todo su ser, con todas sus fuerzas para desoír esa orden, pero sus rodillas se doblaron hasta tocar el suelo. Lilith acercó lentamente su rostro al de Arex, que seguía luchando por recuperar el control de su cuerpo. Cuando los labios de la arpía rozaban ya los suyos, ella soltó un gemido y echó el rostro atrás.

Arex pudo ver como la punta de una hoja de acero asomaba por el pecho de la bruja a la altura del corazón.

-¡No!-gritó.-No puede ser, ningún hombre puede matarme.

-Yo no soy un hombre, zorra.

Vania empujó con fuerza el puñal hasta que la empuñadura golpeó la espalda de Lilith. La bruja soltó un grito de rabia y se desplomó muerta mientras Arex y los demás recuperaban el control de sus mentes y cuerpos.

Arex se puso trabajosamente en pie y abrazó a Vania.

-Chica, nos has salvado a todos. Has sido muy valiente.

Los demás se acercaron a la pareja y todos pudieron ver como el cadáver de Lilith se convertía lentamente en polvo.

EPÍLOGO

Vania estaba de pie en el castillo de popa, su mano apoyada en la empuñadura de la enjoyada hoja que colgaba de su cinto, viendo como los hombres ultimaban los preparativos para la partida. Arex y Hajib, un poco más atrás la observaban divertidos. Ahora los hombres la llamaban cariñosamente “capitana”, ninguno de ellos olvidaba que le debían la vida.

-¿Qué crees que debemos hacer ahora?-pregunto Hagib.

-No podemos volver al mar del sur, seguro que aún nos están buscando. Creo que lo mejor es que rodeemos las costas de Herconia y entremos en el mar del norte. Podríamos desembarcar en algún puerto de Kritein, repartir el botín acumulado y disolver nuestra hermandad.

-¿Y luego?

-Nos dispersaremos. Que cada cual se vaya por su lado.

-Me parece un buen plan. Creo que los demás estarán de acuerdo. Voy a comunicárselo.

-Bien, entonces ocúpate tú de las maniobras. Puedes ordenar zarpar cuando quieras.

Hajib bajó a cubierta y empezó a hablar con los hombres, mientras, Arex se acercó a Vania y pasó los brazos alrededor de su cintura.

-¿Estás muy ocupada, capitana?

-Mmmm...Creo que podrán arreglárselas sin mi.

-Perfecto.

Desde la cubierta Hajib sonrió al ver como Arex levantaba a Vania en brazos y entraba en el camarote del capitán...¿O debería decir de la “capitana”?

FIN


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