lunes, 4 de mayo de 2020

LA LEYENDA DE LOS SIETE GUERREROS (Arex 10)




Tras su aventura africana, Arex y sus compañeros desembarcan en algún puerto de Kritein. Reparten su botín y se dispersan. Arex y Hajib viajan juntos hasta Kaurán, Vania ya no está con ellos, nada dicen las crónicas de lo que pasó con ella, pero este humilde escribano está convencido de que Arex la dejó en buenas manos, quizá bajo la protección de algún noble o de algún rico comerciante de Kritein o de Opar. Ambos amigos buscan la oportunidad de alquilar su espada.





Prólogo
La Loma es una aldea situada en la frontera entre Kothan y Kaurán.
Se trata de una población pequeña, de casas de una planta con paredes blancas y techos de barro para aislar el interior del calor reinante.

Es en La Loma donde empieza esta historia. Justo en el momento en que llegan a ella los dos guerreros.


I

Arex y Hajib paseaban con paso firme por las calles de La Loma. Los habitantes del lugar que se cruzaban con ellos se apartaban temerosos al ver sus armas y sus exóticas ropas que contrastaban con las sencillas vestimentas de colores terrosos típicas del lugar. Muchos se giraban a mirarlos ya que formaban un dúo poco usual..

Hajib era un Somorio, de baja estatura, de rostro redondo y ojos oscuros y rasgados y de complexión fornida. Iba vestido con las ropas típicas de su pueblo y de su cadera colgaba una pesada espada.

Arex era un hombre del norte, un vanir de roja cabellera y ojos de azul acerado, de cuerpo musculado, mirada alerta y andares felinos. Su atuendo era un compendio de ropas de varios países. También él llevaba una espada, pero esta colgaba de su hombro derecho, cruzada a su espalda.

Al llegar a un cruce escucharon un tumulto a su derecha. Picados por la curiosidad se acercaron a ver que sucedía. Una muchedumbre se agolpaba frente a la entrada de uno de los edificios.

-¿Qué sucede? -preguntó Arex a uno de los presentes.

-Un asesino. Se ha hecho fuerte en esa casa, tiene un niño como rehén.

-¿Y la guardia no ha hecho nada?

-¿Guardia? ¿En La Loma? Estarás bromeando.

-Tenemos que hacer algo -dijo Hajib.

-¿Tenemos?

-Se trata de un niño.

-No nos incumbe.

-Si tú no quieres hacer nada, quédate mirando. Yo voy a intentarlo.

Arex alzó los ojos al cielo y emitió un largo suspiro.

-No sé porque discuto contigo, siempre acabas saliéndote con la tuya.

-Así me gusta -respondió Hajib con una sonrisa. -¿Cómo lo hacemos?

Arex observó la casa durante un rato.

-¿Hay una entrada trasera? -preguntó al tipo de antes.

-Si, como en todos los edificios de la ciudad.

-Ok. Yo me acerco por delante y le distraigo y tú entras por detrás y rescatas al niño.

-Así me gusta. Dame dos minutos.

Arex esperó a que su compañero desapareciera tras la casa, calculó los dos minutos requeridos, se sacó el cinturón del que colgaba su arma y se lo entregó al tipo con el que hablaron.

-Guárdame esto. Y no lo toques, podrías cortarte.

Se acercó a la casa con las manos en alto y se detuvo a una distancia prudencial.

-Hola, el de dentro. ¿Podemos hablar?

-No te acerques más -sonó una voz bronca en el interior.

-Mira, voy desarmado, solo quiero discutir tus condiciones. -respondió Arex acercándose un poco más.

-Quédate ahí o me cargo al crio.

Arex se detuvo.

-¿Qué quieres a cambio del chico?

-Quiero un...

La voz se interrumpió en ese momento y tras unos segundos de incertidumbre, apareció por la puerta un kothiano con una fea herida en el estómago por la que asomaban sus tripas. Dio un par de pasos y cayó al suelo. Detrás de él apareció Hajib con el niño en brazos.

Mientras Hajib entregaba al pequeño a su madre, Arex recuperó su arma y ambos se reunieron bajo el aplauso de los presentes.

-¿Satisfecho?

-Satisfecho -respondió él con una sonrisa.

Continuaron su paseo, alejándose de la muchedumbre y a los pocos segundos se percataron de dos tipos que les seguían.

-¿Qué buscáis vosotros dos? -inquirió el somorio volviéndose hacia ellos.

Los dos hombres iban vestidos con ropas locales y, la verdad, no tenían un aspecto muy amenazador. Se acercaron a ellos con paso tímido.

-¿Qué queréis? -preguntó Arex. -¿Porqué nos seguís?

-Señores, no queremos hacerles ningún daño -dijo uno de ellos deshaciéndose en reverencias. -Solo queremos hacerles una propuesta.

II

Minutos más tarde, Arex y Hajib estaban reunidos con los dos individuos en la planta baja de la posada donde se hospedaban.

-Mi nombre es Rodyr, -empezó uno de ellos -y este es Bérdem. Ambos somos granjeros, como todos los habitantes de nuestra aldea. No da para lujos pero nadie en el pueblo pasa hambre. Pero llevamos dos temporadas que unos bandidos nos roban las cosechas. Aparecen cuando hemos recolectado y se lo llevan todo por la fuerza. La gente de la aldea no tiene armas y nada sabemos de peleas, siempre hemos llevado una vida pacífica...

-Y habéis decidido contratar mercenarios -le cortó Arex.

-Podemos pagar -dijo Bérdem mostrando un paquete que contenía unas cuantas monedas locales y varias joyas de poco valor.

Arex observó el contenido del paquete calculando su valor.

-No es mucho.

-Hemos reunido lo que había de valor en el pueblo. Es todo lo que tenemos.

Nos han ofrecido mucho por nuestro trabajo -dijo Hajib. -Pero nunca todo.

-Ya salió Hajib el santurrón -dijo Arex. -Quieres ayudarles, ¿no?

-Esta gente nos necesita.

Arex soltó un largo suspiro de resignación.

-¿Cómo consigues liarme siempre en tus cruzadas particulares?

-Porque eres un buen amigo-respondió Hajib con una sonrisa. -Además, tú también quieres ayudarles.

-Calculo que por esto sacaremos unas trescientas monedas.

-También ofrecemos tres comidas al día y alojamiento -dijo Rodyr.

-Gastos cubiertos, ¿eh?. ¿Cuantos bandidos forman esa banda?

-Hemos calculado unos cuarenta.

-Podríamos reunir un grupo de seis o siete personas. Me gustaría contratar a más, pero con esta paga no podemos aspirar a formar un grupo numeroso. Pero deberán ser buenos y que se conformen con poco. No será fácil.

-Entonces...¿lo harán?

-No prometo nada. Ya veremos como se desarrollan las cosas. De momento, vosotros dos salid a la calle y haced correr la voz de que contratamos mercenarios. Los interesados que vengan aquí a informarse.

Cuando los granjeros se marcharon, Arex apoyó su mano en el hombro de su amigo.

-¡Me metes en cada lío!

-Venga, no seas quejica. Será divertido.






III

Media hora después, Arex paseaba por La Loma observando a la variopinta muchedumbre que recorría sus calles. Hajib seguía en la posada para informar a posibles candidatos de las condiciones del trabajo. Al volver una esquina vio una multitud.

”¿Otro secuestro?” -pensó y se acercó a ver que pasaba.

Se trataba de un duelo. Los contendientes eran una mujer de su propia raza y un kaurano. Ambos empuñaban sendos bastones a guisa de espada. A la señal de uno de los espectadores ambos atacaron y golpearon al rival con su bastón.

-¡Qué fastidio! Hemos empatado -dijo el kaurano.

-No -respondió la mujer. -He ganado yo.

-Lo dirás en broma. Hemos quedado empatados.

-Te equivocas.

-De acuerdo zorra, hagámoslo otra vez, pero esta vez de verdad.

-Estás loco.

-¿Tienes miedo zorra?

-Tú lo has querido, todos son testigos.

“Ese tipo es estúpido o tiene ganas de suicidarse. Es evidente que la mujer lo supera” -pensó Arex mientras observaba detenidamente a la mujer.

Era casi tan alta como el propio Arex, tenía el pelo rubio muy largo, recogido en dos trenzas. Sus ojos eran como dos esmeraldas y sus labios rojos y carnosos. Vestía una túnica que le llegaba a las rodillas y calzaba unas sandalias que llevaba atadas con unas tiras alrededor de sus pantorrillas. De su cadera izquierda, colgaba una pesada espada.

Una vez más, los contendientes se pusieron frente a frente. El mismo hombre de antes dio la señal y ambos desenvainaron. El hombre cayó al suelo decapitado antes de poder efectuar un solo golpe.

“Esta mujer nos convendría” -se dijo Arex.

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Hajib estaba en la recepción, aburriéndose como una ostra cuando apareció Bérdem a la carrera.

-Rodyr viene hacia acá con uno.

-Bien, vamos a ponerle a prueba. Coge ese bastón, escóndete tras la entrada y cuando ese tipo entre, dale en la cabeza.

-¿Que haga qué?

-Hazlo.

Bérdem hizo lo que le ordenó Hajib y se situó tras la entrada con el bastón en alto. Poco después apareció Rodyr acompañado de un keishano armado con una lanza. El hombre era de estatura media, de pecho amplio y brazos musculosos, el color de su piel delataba su procedencia. Vestía al estilo kaurano. El tipo se acercó a la entrada con paso decidido, pero a los pocos pasos se detuvo y miró al interior con aire divertido.

-¿Es una broma?

Hajib se levantó y se acercó a la entrada.

-Por favor, perdona, solo era una prueba. Pasa, te lo ruego.

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Arex continuaba con su búsqueda cuando vio a una mujer armada con una espada hablando con un nativo frente a una tienda.

“¿Es quién yo creo?” -se preguntó

Se acerco a ella con sigilo, esperando sorprenderla, pero cuando estaba a solo un par de metros ella se volvió.

La fina cicatriz en su pómulo izquierdo no opacaba la belleza felina de su rostro de labios carnosos y ojos oscuros y rasgados. El tono olivaceo de su piel la delataba como hija del pueblo nómada de los zíngaros, lucía una larga cabellera castaña que llevaba recogida en una trenza. Vestía una túnica corta que permitía ver sus muslos sobre la que llevaba una cota de malla de fina factura que se adaptaba como un guante sobre sus formas generosas y calzaba unas botas altas que le llegaban justo bajo las rodillas. De su costado izquierdo pendía una espada larga y estrecha en una funda de cuero adornada con una esmeralda.

-Hola Asha. ¿Qué estás haciendo aquí?

-¡Arex! Menuda sorpresa. El mundo es un pañuelo.


IV

-Digamos que tuve algunos problemitas en Opar y tuve que salir por patas.

Arex sonrió al oír las palabras de la zingara.

-Si, escuché algo de una valiosa joya desaparecida, ese trabajito tenía tu firma.

-¿Y tú, qué te trae por aquí?

-Mi amigo Hajib y yo tuvimos que dejar el lucrativo negocio de la piratería. Hemos llegado hasta aquí buscando como ganar unas monedas. ¿Tienes algo entre manos?

-No... He oído por ahí de un trabajito, pero estaba mal pagado, así que pasé.

-¿De qué se trataba?

-Espantar las moscas en una aldea de las montañas. ¿Y tú, tienes algo?

-Si... espantar las moscas en una aldea de las montañas.

-¿Has cogido el trabajo? ¿Por esa miseria? No me lo creo.

-Pues si.

-¿Hay algo detrás de todo eso, verdad? ¿Qué es? ¿Oro? ¿Joyas?

-Nada, solo que se ve.

-Tunante... Está bien, ya me lo dirás cuando lo creas conveniente. Me apunto.

-Asha, en serio, no hay nada más.

-Claro, claro. Lo que tú digas. ¿Cuando salimos?

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Arex y Asha entraron en la posada.

-Hola Hajib, traigo un recluta, es una buena adquisición.

Arex vio al heishano que estaba junto a su compañero y le lanzó a este una mirada interrogativa.

-Yo también he reclutado a alguien. Te presento a Muravo.

-Supongo que sabrás que la paga es escasa.

-Es mejor que nada, que es lo que tengo ahora -Muravo se encogió de hombros. -Y ganancias son ganancias.

-Pues ya somos cuatro. Encontré a otro, una mujer de mi raza, muy buena con la espada, pero no aceptó.

-Por la escasa paga, supongo -dijo Hajib.

-No, el dinero no le importa. Pero dice que ya está harta de esta vida y se ha retirado.

-Vaya.


V


Arex se acercó a Muravo.

-Será mejor que seas bueno con esa lanza, amigo.

-Aprendí la lucha con lanza desde niño. Ninguna espada puede vencer a mi lanza.

-Eso está por ver. Bueno, estás contratado. Quédate por aquí, aún no sabemos cuando marcharemos.

-Bien, aprovecharé para ir a buscar mis cosas, nos vemos luego amigo.

-Hasta luego.

Arex se dirigió a la cantina, pidió una copa de aguardiente local y observó al personal. Negó con la cabeza.

-Son difíciles de encontrar -dijo para si.

El cantinero demostró tener buen oído, pues se acercó y preguntó:

-¿Qué es tan difícil de encontrar?

-Busco hombres que sepan manejar un arma. ¿Conoces alguno?

-Bueno, no se si sabrá manejarla, pero tengo un tipo ahí detrás que lleva una espada.

-¿Y que hace ahí?

-Está ordenando el almacén. Es un tipo simpático. Vino esta mañana y me dijo: “Ponme de comer, no tengo dinero pero trabajaré para ti.” Y ahí está.

-¿Te importa que pase? Me gustaría verle.

-Adelante.

Arex pasó al almacén y pudo ver a un joven aristano cargando cajas de un lado para otro. Se sentó en un taburete que encontró y se puso a observar al chico con una sonrisa.

-¿Qué pasa, nunca has visto a alguien trabajando?

-Oh, si, pero nunca con tanta alegría. Parece que te divierte.

-Me divierte más cargarme a cotillas como tú.

-Entonces tal vez te interese un trabajito para el que estoy reclutando gente.

-¿De qué se trata?

Arex le puso en antecedentes.
-No es una gran paga, la verdad.

-Lo se, pero es lo que hay. Tal vez te interese más seguir cargando cajas. Lo entenderé.

-Muy gracioso... De acuerdo, me apunto, pero primero debo acabar aquí, tengo que pagarme el papeo.

-Bien, estamos en la posada, no tengas prisa.

-Me llamo Jemal -dijo el muchacho tendiéndole la mano.

-Yo soy Arex -respondió correspondiendo al saludo.


VI

Al día siguiente Arex se levantó temprano, se vistió y antes de bajar al comedor depositó un beso en la mejilla de Asha que aún seguía dormida. Bajó las escaleras sonriente. Cuando llegó al comedor, vio a la mujer vanir del día anterior sentada ante una de las mesas. Esta, cuando vio a Arex le señalo la silla frente a si y él aceptó la invitación.

-He decidido acompañaros. Quiero ayudar a esa pobre gente.

-Me alegra tenerte en el grupo. Me llamo Arex.

-Mi nombre es Vania.

-Encantado de conocerte, Vania.

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Más tarde estaban reunidos los seis mercenarios y los dos granjeros.

-Partiremos mañana al alba -dijo Arex.

-Pero solo son seis y tú dijiste siete -respondió Bérdem.

-Dije seis o siete. Lo cierto es que no tenemos mucho tiempo y no creo que consigamos a un séptimo.

-Conozco a alguien que sería una buena adquisición, ahora está en la ciudad, pero será difícil convencerle -dijo Vania.

-¿Es bueno? -preguntó Hajib.

-El mejor. ¿Habéis oído hablar de Tiberius?

-¿Hablas de Tiberius, el herconiano?

-El mismo.

-¿Y quién no a oído hablar de él? Dudo que un tipo de su renombre quiera participar en un asunto de tan poca monta, pero podemos intentarlo. ¿Cuando podemos verle?

-Podemos ir ahora mismo si quieres.

-De acuerdo, vamos. Los demás quedaros aquí.

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Vania llevó a Arex hasta el centro de la ciudad, donde podían verse algunos edificios más lujosos. Pararon frente a uno de ellos.

-Será mejor que esperes aquí. No le gustan demasiado los desconocidos. Entraré yo para tantearlo.

-De acuerdo.

Vania entró y al cabo de unos minutos volvió a salir y le hizo señas al trill para que entrara.

-Le he hablado del trabajo, pero no de las condiciones, eso tendrás que negociarlo tú.

Entraron en una habitación decorada con mucho lujo. Tiberius estaba sentado en un sillón de cara a la entrada. Sobre su regazo descansaba un gato enorme que bufó al ver entrar al trill.

-¿Tú eres Tiberius?

-Así me llaman.

-¿Cómo has acabado en este agujero?

-He venido a descansar. No hay un maldito país en el mundo que no haya puesto precio a mi cabeza. Y ahora dime... ¿Quién eres y para qué me buscas?

-Me llamo Arex y estoy reclutando mercenarios para defender a los habitantes de un pueblo de las montañas del ataque de unos bandidos. Pero la paga es pobre. Trescientas monedas a repartir mas tres comidas al día y refugio.

Tiberius sonrió al escuchar la oferta.

-Seguramente podría comprar cien veces esa aldea solo con lo que tengo aquí.

-Claro. Siento haberte hecho perder el tiempo -respondió Arex dando la vuelta.

-No... espera, sigue escuchando... -Tiberius empezó a acariciar al gato tras las orejas.
-Duermo con la espalda contra la pared, cuando puedo dormir... Como serpiente siete días a la semana... No hay una sola ciudad donde pueda dejarme ver o gastar mi fortuna... Así que tu oferta me parece enormemente atractiva, -se levantó y se puso frente al vanir.
-Comida y un buen refugio... ¿Cuándo nos vamos?


VII

-¿De verdad vamos a viajar en “eso”? -dijo Jemal al ver el vehículo.

Rodyr y Bérdem observaban divertidos las caras de los mercenarios desde el pescante del carro tirado por cuatro percherones.

-Venga chicos, todos arriba, en peores situaciones nos hemos visto -exclamó Asha subiendo al carro.

Los demás la imitaron y se acomodaron lo mejor que pudieron.

Durante la primera etapa de la jornada permanecieron todos en silencio, sumidos en sus propios pensamientos. Este hecho preocupo a Arex, si no empezaban a interactuar no podría formar un grupo cohesionado y eso sería un problema a la hora de actuar en equipo. Se lo comentó a Hajib.

-Acabamos de salir, dales tiempo. -respondió el somorio. -Tenemos tres jornadas por delante antes de llegar a la aldea. Seguro que surge algo que los una.

Pararon a comer algo a mitad de jornada y luego continuaron su camino. El paisaje desértico era monótono, un mar de arena donde las dunas substituían a las olas.

Llevaban un par de horas de camino tras la comida cuando Jemal se puso en pie, mirando fijamente a un punto determinado.

-Parad este trasto, chicos -dijo dirigiéndose a los granjeros. -Creo que he visto algo interesante.

Rodyr, que llevaba las riendas, detuvo a las bestias. El joven aristano revolvió entre unas herramientas que estaban en el suelo del carro y sacó una larga horquilla de tres puntas.

-Ahora vengo chicos -dijo saltando del carro.

Se dirigió a una de las dunas y se quedó observando el suelo con el tridente en alto. Estuvo así, sin mover un músculo, durante un par de minutos cuando, de pronto, ante la mirada curiosa de sus compañeros, lanzó el tridente contra la arena, el cual se hundió hasta la mitad de su longitud. Cuando lo sacó tenía ensartado un lagarto de aproximadamente un metro de largo y unos treinta centímetros de diámetro que se retorcía espasmódicamente.

-Ya tenemos cena, chicos -dijo mientras volvía al carro.

-¿Esa cosa es comestible? -preguntó Muravo.

-Es un lagarto de las arenas -respondió Bérdem. -Si sabes como cocinarlo es un auténtico manjar.

-Pues espero que sepáis cocinarlo.

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A la hora de la cena, reunidos alrededor de una fogata, comprobaron que, efectivamente, el lagarto era uno de los platos más deliciosos que habían probado. Al poco rato, entre risas y algunas copas del fuerte aguardiente local, se intercambiaban anécdotas y chistes.

-Ahora empezamos a ser un equipo -le dijo Arex a su compañero.

-Te lo dije -respondió.


VIII

Llegaron al poblado al finalizar la tercera jornada.
Se trataba de dos docenas de casas bajas, muy parecidas a las de La Loma. Estas se arracimaban pegadas a la falda de de la montaña. Detrás de las viviendas podían verse diversas cuevas que se usaban como almacenes. Las calles estaban desiertas, no se oía nada ni a nadie.
-¿Donde están todos? -preguntó Jemal.

-No lo entiendo -respondió Bérdem. -Deberían estar todos aquí.

Rodyr bajó del pescante de un salto y se puso a llamar a voces.

-¡Jaro!, ¡Laida!, ¡Torás! ¿Donde os habéis metido? Berdem y yo hemos traído a unos amigos que nos ayudarán a enfrentarnos a esos bandidos.

Mientras tanto, los demás se apearon del carro.

-¿Qué diablos está pasando aquí? -preguntó Arex bastante mosqueado.

-Tendréis que perdonarles -dijo Bérdem con aspecto avergonzado. -Son unos timoratos. Tienen miedo de todo y de todos.

-Pero nosotros estamos aquí para ayudarles. ¿Porqué se comportan así?

De pronto se escuchó un fuerte sonido de campanas.

“Nang, nang, nang...”

Los aldeanos salieron a la carrera reuniéndose en el punto donde les esperaban los mercenarios.

-¿Qué pasa? -preguntó uno de ellos. -¿Quién está tocando la alarma?

-¡He sido yo!

Todos se volvieron hacia el origen de la voz. Encima de una atalaya, apoyado en la campana que había alarmado a todos, se encontraba Jemal.

-¡Hola a todos! -dijo encarándose a los aldeanos. -¡Gracias por vuestra cordial bienvenida! Queríais ayuda para libraros de esos bandidos. Bueno, pues aquí estamos mis amigos y yo. Espero que demostréis que vale la pena el esfuerzo de luchar por vosotros. Y ahora que ya nos conocemos...podéis volver a vuestras casas. ¡Largaros! Sacad vuestras feas caras de mi vista.

Mientras los aldeanos regresaban a sus hogares con la cabeza gacha, Jemal bajó de la atalaya. Los demás apenas podían aguantar la risa.

-Malditos aldeanos -dijo Jemal cuando llegó al lado de los otros. -¡Les odio!

-Claro que les odias -respondió Arex. -Eres uno de ellos.

-Si, es cierto, vengo de una aldea muy parecida a esta. Pero no es culpa suya el ser así, es culpa de gente como...

-De gente como nosotros -dijo Arex acabando la frase del aristano.

-Si. Gente armada, que campa por sus anchas y les vuelven asustadizos y antisociales. Por eso me fui. Prefiero ser uno de los que asustan antes que vivir siempre con miedo.

-Es comprensible.

-Mañana por la mañana, a la luz del sol, les veréis de otro carácter -Dijo Bérdem. -Ahora, si me acompañáis, os mostraré vuestros alojamientos. Podréis cenar un plato caliente y dormir en una cama confortable.


IX

Dos días después, Arex ya tenía a todos los habitantes de la aldea organizando las defensas. El y Hajib contemplaban los resultados desde un altozano.

-Lo primero que verán esos bandidos cuando vuelvan por aquí será esa zanja -dijo el somorio.

-Un proyecto de alcantarillado -respondió Arex.

-Ya. Después se fijarán en que los muros que rodean la aldea son ahora un metro más altos.

-Reformas municipales.

-¿De verdad crees que todo eso los parará?

-Hombre, algo ayuda. Además, mantiene a toda la aldea ocupada, no les da tiempo a tener miedo.

-Si tú lo dices...

-Anda, vamos a ayudar.

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Vania y los dos aldeanos que le ayudaban a levantar uno de los muros se tomaron un descanso.

-Son muy astutos esos bandidos -dijo.

Vania, al igual que Asha, también creía que había algo oculto tras esa misión. No podía creer que los otros arriesgaran la vida por tan poco. Asha, finalmente se convenció de que Arex y Hajib actuaban altruisticamente, pero Vania aún no estaba convencida.

-¿Porqué lo dice señora?

-¿Cómo creéis que se enteraron de esa mina de oro?

-¿Mina de oro? ¿Qué mina de oro?

-La que hay escondida en esas montañas.

-¿En nuestra montaña? Nunca hemos tenido minas de oro por aquí, señora.

-Bueno, ahora que pienso... Tal vez no era de oro, tal vez era de plata o cobre.

-No hay minas en esas montañas, señora. Nunca las hubo.

-¿Seguro?

-Seguro.

Vania hizo un gesto de disgusto.

-¿Donde ha oído eso de las minas, señora?

-Mmmfff. Venga chicos, a trabajar, este muro no se va a levantar solo.

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Vania dejó lo que estaba haciendo y se acercó a Arex.

-Oye le dijo señalando disimuladamente a una colina cercana. -¿Tú crees que habrá uno de los bandidos debajo de ese sombrero?

El vanir miró disimuladamente al punto que le señalaba su compatriota.

-Un explorador.... y donde hay uno pueden haber dos o tres. Ve para allá y llévate a Tiberius. Y procurad coger a uno vivo.


X

Vania y Tiberius dieron un rodeo y subieron la colina por la vertiente opuesta a la aldea. Avanzaban agachados, procurando ocultarse entre la escasa vegetación. Cuando llegaron al lugar donde vieron al observador no había nadie, pero vieron tres caballos atados a un árbol.

Los dos guerreros intercambiaron sendas miradas interrogativas. Finalmente, Vania le hizo una seña a su compañero para que permaneciera oculto y ella se sentó en el suelo, apoyando la espalda en un árbol muy cerca de los caballos y fingió dormir.

Pasaron un par de minutos cuando Tiberius escuchó el crujido de una rama a su espalda. En una fracción de segundo ya había desenvainado su espada y se había vuelto hacia la dirección del sonido encontrándose frente a dos hombres que ya estaban desenvainando sus armas. Atacó sin pensarlo y destripó a los dos individuos.
Vania se levantó de un salto al oír el sonido de la lucha y desenvainó a su vez. Tiberius salió de su escondrijo haciéndole comprender a la mujer por señas que no había podido evitarlo.

En ese momento, el tercer bandido apareció de repente, montó uno de los caballos y salió disparado.

-Mierda, se escapa -gruñó Tiberius.

-No -respondió la vanir.

Cogió el arco de uno de los bandidos muertos por Tiberius, apuntó y disparó. A pesar de la gran distancia que los separaba, el hombre cayó y el caballo siguió su camino perdiéndose en la distancia.

-Buen tiro -dijo Tiberius.

-Malísimo -respondió Vania. -Yo apuntaba al caballo.

Poco después, Vania y Tiberius, aparecían en la aldea montados en los caballos, traían con ellos las armas de los exploradores. Le contaron a Arex lo sucedido.

-Está bien, no pasa nada. Si han enviado a estos tres es que aún están bastante lejos. Tenemos tiempo de terminar las defensas y entrenar a algunos aldeanos en el uso de esas armas.

El vanir fue a hablar con Rodyr y Bérdem y les contó lo sucedido.

-...Es probable que, al ver que no vuelven esos hombres, el jefe de esa banda se imagine algo de lo sucedido. Eso acelerará su regreso. Así que escoge a tres vecinos que sean espabilados y les enseñaremos a usar las armas de esos cerdos. Y los demás que se den prisa en levantar esos muros. El momento se acerca, avisad a todos.

Acto seguido se reunió nuevamente con Vania y Tiberius para inspeccionar las armas que habían pertenecido a los bandidos. Todos ellos llevaban espadas de acero herconiano.

-Supongo que si estos tres llevaban la misma arma todos los otros también la usarán.

-Seguramente las adquirieron de alguna partida de contrabando -dijo Tiberius. -Son muy raras por estos barrios.

-Lo que sea. Procuremos darles buen uso.


XI

Aquella noche los aldeanos organizaron una fiesta para celebrar su pequeña victoria. Después de todo, eran tres bandidos menos de los que preocuparse. Hubo música y bailes y el aguardiente se sirvió en abundancia. En un momento dado, Tiberius se acercó a Arex.

-Oye, ¿tú conoces bien a Vania?

-No, la conocí en La Loma.

-¿Sabes porqué me mira de esa forma? No me ha quitado el ojo de encima en toda la noche.

-No tienes experiencia con mujeres vanires ¿verdad?

-Lo cierto es que no.

-Te está midiendo.

-¿Cómo dices?

-Se pregunta si aguantarías mucho rato con ella.

-¿Aguantar qué?

-En la cama.

-Bromeas.

-En absoluto. Y te advierto, una vanir nunca acepta un no por respuesta.

-¡Diablos!

-Tranquilo, si quieres, hablaré con ella, para que no sea demasiado brusca.

-¿Brusca?

-Las mujeres de mi tierra son muy pasionales. ¿Sabias que en los matrimonios vanires es de mal augurio si en la noche de bodas no hay algún hueso roto o dislocado?

-Me estás tomando el pelo.

-No, lo digo en serio. Espero que estés en buena forma amigo.

-¡En buena forma, dice!

-Y hablando del tema, creo que voy a retirarme, Asha parece impaciente por ir a la cama. ¡Suerte con Vania, amigo!

Dejando al herconiano con la boca abierta, Arex se levantó y se dirigió a su habitación siendo seguido prontamente por Asha.

Tiberius miró a Vania, que seguía observándole fijamente. Al ver que él le devolvía la mirada, la mujer se pasó la lengua por los labios de forma obscena.

“Diablos, ¿porqué no?” pensó él. Se bebió el vaso de aguardiente de un trago, le lanzó una sonrisa sugerente a la mujer y se dirigió a su habitación. Antes de abandonar el comedor vio como ella se levantaba y le seguía.

Mientras tanto, Jemal se disponía a pasar también una noche agradable con una de las jóvenes locales. El padre de la muchacha se percató de ello y se puso en pie para impedirlo, pero Muravo, que estaba al lado, le obligó a sentarse de nuevo.

-Déjalos -le dijo. -Son jóvenes y podrían morir dentro de un par de días. Se merecen disfrutar un poco.

-Pero...

-¿De qué te sirve la honra cuando corres el riesgo de perder la vida?


XII

Al día siguiente, durante el desayuno, Arex sonrió al ver a Vania y Tiberius sentados juntos. La vanir parecía satisfecha, el hombre estaba un poco magullado, pero parecía seguir en buena forma. También Jemal parecía disfrutar con las atenciones de las que era objeto por parte de la jovencita que estaba sirviendo la comida y que ya llenaba su plato por tercera vez.

-Parece que ha sido un buena noche para todos -le dijo a Asha.

-Si -respondió ella sonriendo. -Eso parece.

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Después del desayuno, Arex estaba dando una vuelta por la aldea, inspeccionando las reformas que habían llevado a cabo para la defensa.

-¡Ya están aquí!

Se volvió hacia la voz y vio a uno de los aldeanos que había puesto como vigía.

-¡Ya están aquí! -repitió el hombre cuando llegó a la altura de Arex. -Están como a unos veinte minutos del poblado.

-Bien, avisa a los demás y refugiaros -respondió mientras sus compañeros se reunían con él. -Y di a los hombres que tienen las armas que estén atentos por si tienen que intervenir.

-Parece que ha llegado el momento de ganarse las habichuelas -dijo Jemal.

-Eso parece. Id a vuestros puestos.

Todos se movieron rápidamente para ocupar los puestos estratégicos que Arex les había asignado.

El vanir aflojó su arma en la vaina, siendo imitado por Hajib y Jemal, que seguían a su lado. Los tres se situaron en la plaza de la aldea, de cara al camino por el que llegarían los bandidos.

-Bien, chicos, vamos a darles una buena bienvenida.



XIII

Para entrar en la aldea los bandidos tuvieron que rodear los nuevos muros, de modo que lo hicieron justo por donde los defensores habían planeado.

Entraron en tropel, montados en sus caballos. Cuando llegaron a la altura del trío que les esperaba se detuvieron.

-Debí haberlo supuesto cuando mis hombres no volvieron -dijo el que parecía el jefe. -¿A cuantos de vosotros han contratado?

-Los suficientes -respondió Arex.

El jefe miró a su alrededor.

-Veo un par de muros nuevos.

-Hay muchos muros nuevos.

-No van a impedirme entrar.

-Son para impedirte salir.

-¿Habéis oído? ¡Estamos rodeados! Los cuarenta. Por esos tres. Porque no pueden haber pagado a más.

-En grupo salimos más baratos -dijo Vania apareciendo junto a Tiberius sobre un tejado.

-Cinco. Pero aunque seáis cinco no nos daréis mucho trabajo.

-Cuenta bien amigo -dijo Muravo apareciendo en otro tejado junto a Asha.

-¡Siete! Bueno, aún no habéis resuelto mi problema.

-Nosotros no resolvemos problemas -dijo Arex.

-Los eliminamos -añadió Hajib.

-¿Y qué se supone que debo hacer yo ahora?

-Debes largarte.

-¡Generosidad! -dijo mirando a sus hombres. -Ese fue mi error. Les dejo lo suficiente para que puedan subsistir y ellos me lo pagan así, contratando mercenarios para enfrentarme. Y ahora me dicen que me largue. ¡A mi!

Hajib vio por el rabillo del ojo como uno de los bandidos que se había situado a su derecha desenvainaba su arma. Él fue más rápido, le lanzó su puñal y el hombre cayó. En ese momento se desató el infierno. Los siete amigos buscaron refugio y empezaron a disparar con los arcos que tenían escondidos.
La ventaja numérica de los bandidos se convirtió en desventaja. Montados en sus caballos y dificultados por los nuevos muros construidos por orden de Arex, no pudieron maniobrar con la suficiente rapidez. Tropezaban unos con otros en su afán de huir de los dardos de los defensores. Respondieron a las flechas de los mercenarios, pero estos estaban bien cubiertos y podían disparar a placer. La batalla duró solo un par de minutos, tras los cuales los bandidos emprendieron la retirada. El resultado fue de doce bandidos muertos. Los mercenarios resultaron ilesos.

-¡Lo conseguimos! Gritó Rodyr.

-No te entusiasmes -dijo Arex. -Volverán.


XIV

Dos días después, de madrugada, Arex despertó instintivamente al notar que Asha y él no estaban solos. El jefe de los bandidos y tres hombres más estaban rodeándoles con las armas en la mano. Notó que ella hacía un gesto agresivo y la detuvo.

-Ahora no -le dijo. -Ahora tienen toda la ventaja.

-De momento -respondió ella.

-Vestiros -ordenó el jefe.

Arex observó que uno de los hombres tenía sus armas, así que se limitó a obedecer la orden. Cuando estuvieron vestidos salieron al exterior donde les esperaban los demás rodeados por la banda.

-¿Cómo conseguisteis entrar?

-Tú no conoces a esta gente tan bien como yo. Son unas ratas cobardes. Uno de los que dejaste de guardia nos dejó pasar. Solo tuve que amenazarle y se meó encima.

-¿Y ahora qué?

-¿Ahora qué? Ahora, os llevaremos a las afueras. Cuando estemos a varios kilómetros os devolveré vuestras armas y os dejaré marchar. Incluso os daré un caballo de mis hombres caídos a cada uno para que podáis ir a donde queráis.

-¿Y a qué se debe tanta generosidad? ¿Porqué no matarnos aquí mismo?

-Verás... Podría matar a todos los de la aldea y no habría consecuencias. Pero con vosotros es distinto. Si os mato a todos y trasciende, no tardaría en tener a las milicias detrás mio incluso los keishanos podrían enviar a alguien. No, me sale más a cuenta dejaros marchar. Basta de explicaciones. En marcha.

Los siete montaron en los caballos que habían seleccionado para ellos y, rodeados por los bandidos salieron de la aldea.

Varios kilómetros después, el jefe dio la orden de detenerse. El bandido que llevaba sus armas las arrojó al suelo.

-Aquí nos despedimos.

-¿Qué pasará con los aldeanos? -preguntó Jemal.

-Ya no tienes que preocuparte por ellos, ahora son cosa mía. ¡Adiós!

Dio media vuelta y se alejó en dirección a la aldea seguido por sus hombres.

Los siete descabalgaron y recuperaron sus armas.

-Yo no se vosotros -dijo Asha. -Pero a mi, nadie me quita mi arma y me obliga a huir.

-Tampoco a mi -dijo Muravo.

-Tranquilos -dijo Arex. -No dejaremos solos a esa gente.

-¿Pensáis volver? -intervino Vania. -¿Por la miseria que nos pagan? Estáis locos.

-Nadie te obliga a venir -respondió el vanir. -Puedes marcharte si quieres.

-Puede contar con ello. ¿Alguien viene conmigo? ¿No? ¡Locos!

Vania montó en su caballo y se largó.

-¿Alguien más quiere irse? -preguntó Arex.

Todos negaron con la cabeza.

-Bien. Esta noche les daremos a esa chusma una sorpresa.



XV

Al ocaso se acercaron a la aldea, dejaron sus caballos a una distancia prudencial y continuaron a pie. Al llegar vieron a uno de los bandidos haciendo guardia frente al muro exterior.

-Yo me encargo -dijo Hajib.

Dio un rodeo acercándose al hombre por la espalda y le apuñaló. Los demás se reunieron con él y se internaron en la aldea. Vieron a varios bandidos durmiendo en el exterior y empezaron a disparar sus arcos contra ellos.
A causa del ruido consecuente, los que estaban en el interior de las viviendas empezaron a salir con las armas en la mano.
Los seis mercenarios buscaron algún parapeto y siguieron disparando.
Pero esta vez los bandidos iban a pie, por lo que tenían más movilidad. Arex se dio cuenta de que no tardarían en tener sus propias bajas.
Escuchó un ruido a su espalda y se volvió de repente para ver a uno de los bandidos que se le había acercado peligrosamente, pero antes de que pudiera reaccionar el hombre cayó con una flecha atravesada en el cuello.

-Deberías estar más atento, pelirrojo -dijo Vania apareciendo de pronto tras uno de los muros. La mujer salió a espacio descubierto para acercarse a él, pero fue alcanzada por una flecha de los bandidos.

-¡Vania!

Mientras el vanir se acercaba a la amiga caída, Tiberius, que había sido testigo del hecho, salió de su escondite y empezó a dar estocadas a diestro y siniestro acabando con la vida de varios bandidos.

-¡Malditos, lo pagaréis!

No tardó a ser alcanzado a su vez y cayó, quedando inmóvil en el suelo. Pero su acción permitió a Arex llegar junto a Vania y arrastrarla al interior de una de las viviendas. La mujer seguía viva, pero tras ver su herida, Arex comprendió que no duraría mucho.

-Sabia que no nos abandonarías -dijo.

-¡Arex! No dejes que muera como una estúpida. Dime que había algo más que esta miserable aldea.

-Tenías razón -respondió él.

-¿De qué se trata?

-Pronto pasará por aquí un convoy del ejército cargado con oro, está destinado a pagar a la patrullas que operan en la frontera.

-¿Cuanto?

-Diez mil monedas.

-¿Cuanto me habría tocado?

-A dividir entre siete...haz las cuentas.

-Maldita sea, que mala suerte.

Vania sonrió a su compatriota y murió.

Arex, levantó la mirada al cielo y de su garganta salió un terrible aullido.

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-¿Qué ha sido eso? -preguntó Hajib.

-Vania ha muerto -respondió Asha.

-¿Vania? ¿No se había largado?

-Un vanir nunca huye de la batalla. Venguémosla.

-De acuerdo.

Salieron de su escondite sembrando muerte con sus espadas.

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En el otro extremo de la aldea Jemal y Murabo se habían parapetado juntos.

-¿Qué es eso? -exclamó el aristano.

Murabo miró hacia el punto que señalaba su compañero. Un niño de unos siete años se acurrucaba tras un muro temblando de miedo.

-¿Qué diablos hace ese crio ahí fuera? -dijo el keishano.

Se miraron uno al otro.

-Cúbreme -dijo Murabo.

Salió al descubierto hacia donde estaba el crio mientras Jemal no dejaba de disparar sus flechas como un loco de un lado a otro. Cuando llegó junto a él, Murabo se dio cuenta de que el pequeño estaba paralizado por el terror. Cogió al niño en brazos y miró hacia donde estaba Jemal.

El aristano levanto el pulgar y siguió disparando

Murabo salió a la carrera hacia una de las viviendas. Faltaban solo unos pocos metros para llegar cuando fue alcanzado por la espalda. Cayó boca abajo, soltando al pequeño.

-Corre -le dijo. -Métete dentro y no salgas.

Giró sobre si mismo para quedar boca arriba.

-¡Mierda! -dijo.
Miró hacia donde estaba Jemal y vio que el aristano también había caído.

-¡Mierda! -repitió antes de morir.

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Arex ya había perdido la cuenta de los bandidos a los que había liquidado. De pronto vio al jefe que salía corriendo de una de las viviendas, montaba en uno de los caballos y huía.
Cogió otro caballo y fue tras él. Cuando salieron a campo abierto sacó su arco, apuntó, disparó y tuvo la satisfacción de ver caer al bandido. Se acercó a él y comprobó que aun seguía vivo.

-¡Habéis vuelto! -dijo el bandido. -Os habéis jugado la vida por esos miserables... ¿Porqué?

-Nunca lo entenderías -respondió.

El hombre pareció que iba a decir algo, pero murió antes de pronunciar una sílaba,

Arex miró hacia la aldea, un silencio sepulcral reinaba en el ambiente.

Regresó al interior del poblado. Todos los bandidos estaban muertos. De su grupo, aparte de él, solo Asha y Hajib habían sobrevivido. Ambos estaban ilesos. Los tres se miraron en silencio.

-Ahora si -dijo Arex. -Ahora, por fin, hemos terminado el trabajo.



EPÍLOGO

Asha, Hajib y Arex, montados en sus caballos, estaban en un altozano desde el que se divisaba toda la aldea, se encontraban frente a las tumbas de sus compañeros.
Permanecieron en silencio varios minutos, honrando la memoria de los caídos, después se volvieron y miraron hacia la aldea que habían protegido.

Los aldeanos estaban saliendo de sus casas y se dirigían hacia los campos de cultivo.

-¿Y ahora qué? -preguntó Hajib.

-Volvamos a La Loma -respondió Arex. -Y de allí, volvamos a la civilización.

-¿De vuelta a casa?

-De vuelta a la aventura.

Echaron una última mirada a la aldea. Sus habitantes habían desaparecido. Reinaba la calma después de la tormenta. Sin decir una palabra más, arrearon a los caballos y emprendieron el camino de regreso.

FIN




























































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