sábado, 20 de agosto de 2011

ARENAS ROJAS (Arex-6)

Después de su enfrentamiento con el sacerdote-brujo Yoga-Tosh, Arex disfruta durante un tiempo de su recompensa y de los favores de Belita. Pero cuando ella pronuncia la palabra “matrimonio”, Arex desaparece de Ish-Tanir sin que nadie vuelva a saber de el.



I

HONOR ENTRE LADRONES

Pocos hombres se atrevían a pasear por las calles del barrio de la rata, donde se reunía toda el hampa de Sharimar, ciudad fronteriza de Aristán. Pero esa noche, un hombre caminaba confiadamente por las estrechas callejuelas haciendo resonar con fuerza sus pasos. Era un hombre alto, de movimientos ágiles y cuerpo atlético. Vestía al estilo aristano, con ropas holgadas y coloridas, cubría su cabeza con un turbante adornado con una gema verde, llevaba el rostro embozado dejando al descubierto un par de ojos oscuros y de su cintura pendía un típico sable aristano de hoja curva enfundado en una rica vaina.

Dirigió sus pasos al Dragón Verde, una taberna que era uno de los puntos de reunión de los más diversos malhechores. Allí se dedicaban a negociar abiertamente con el producto de sus delitos, no tenían miedo a que los delataran, ya que la guardia de la ciudad no se atrevía a entrar en los oscuros callejones del barrio de la rata.

Al entrar en la taberna, el tabernero se apresuró a recibirlo con una reverencia y le acompañó a una de las habitaciones reservadas del piso superior. Si alguno de los presentes reconoció en el embozado a Jamal, sheik de una tribu nómada que se dedicaba al bandidaje en el desierto, se guardó mucho de comentarlo. Ambos hombres se detuvieron ante una de las puertas.

-Vuestra cita os está esperando, poderoso señor-dijo el tabernero.

-Bien,-respondió Jamal entregándole unas monedas- recuerda que tu vida depende de tu silencio.

-Nadie sabe nada de vuestro encuentro, señor.

-Que siga así, por tu bien-sentenció Jamal entrando en el reservado.

El interior era sobrio, solo una mesa, dos sillas y una lámpara colgada del techo que iluminaba tenuemente la estancia. Sobre la mesa había una jarra del fuerte vino aristano, dos copas y una fuente con dátiles y frutos secos. Una de las sillas estaba ocupaba por un hombre vestido con ropas parecidas a las del recién llegado. Pero ahí terminaba la similitud, pues el hombre que estaba esperando a Jamal era bajo y extremadamente gordo.

-¿Que tienes esta vez para mi Yusuf? Espero que valga la pena.

-¡Por Ishtar! No pronuncies mi nombre tan alto, estas paredes tienen oídos.

-No se de que tienes miedo, todo el mundo en el barrio de la rata sabe de tus tejemanejes.

Yusuf puso cara de resignación mientras acariciaba distraidamente el medallón que colgaba de su cuello y que era el distintivo de su cargo. Si, era cierto, todos los delincuentes de Sharimar conocían sus actividades. Como jefe de aduanas de la ciudad tenía información privilegiada sobre las caravanas que partían de Sharimar, su carga, su destino o la ruta que tomarían y no dudaba en vender esa información a cualquiera que le interesara.

-Se trata de Faisal y su gente-dijo.-Mañana por la mañana parten hacia Kaurán con mercancías variadas.

-¿Y que transportan que valga el precio que me has pedido?

-Uno de los artículos es un pequeño cofre que contiene joyas de gran valor. Son un regalo del noble Hassan para un conde kaurano, pretende con ese regalo conseguir la mano de la hija del conde.

-¿Y cuan valiosas son esas joyas?

-No tienen precio. Se trata de “las lágrimas de Ishtar”.

Jamal emitió un largo silbido de admiración. Las lágrimas de Ishtar era un collar de esmeraldas talladas en forma de lágrima obra del más afamado joyero de Aristán, muerto hacía ya dos siglos. Con una sola de esas joyas podría comprar la ciudad de Sharimar.

-Bien vale lo que me has pedido, Yusuf. Pero las lágrimas no son mercancía fácil de traficar. Te pagaré tu parte después de su venta.

Está bien Jamal, me fío de ti. Después de todo, como dice el proverbio, también existe el honor entre ladrones.
II

TIERRAS BALDÍAS

Entre los reinos de Aristán y Kaurán se extendía el desierto que la gente de la región conocía como “Tierras Baldías”, una gran extensión de arena rojiza que separaba ambos reinos, lo que hacía que muchos prefirieran viajar de una nación a otra por barco, a través del Mar Interior.

En realidad, lo que los hombres conocían como Tierras Baldías, era una inmensa extensión de terreno deshabitado que rodeaba el reino de Kaurán y continuaba hacia el norte transformándose progresivamente en grandes praderas, bosques de taiga y finalmente en la fría tundra que llegaba hasta las fronteras de los helados reinos de Asgurd y Somoria y hacia el oeste hasta Opar.





Montado en un caballo blanco, un hombre avanzaba por ese vasto mar de arena. Vestía al estilo de los nómadas que habían hecho del desierto su hogar. Pantalones anchos con las perneras atadas a sus botas de montar y una amplia túnica que le llegaba a las rodillas, ambas prendas fueron en su momento de un blanco inmaculado pero ahora aparecían sucias de arena y manchadas de sudor. Completaba su atuendo con un turbante, también blanco que cubría su cabeza y su rostro.

Un observador alejado no lo habría diferenciado de un habitante del desierto, pero visto de cerca podía apreciarse que no era un nativo de esas tierras. Era mucho mas alto que la gente del desierto y de anchos hombros. La escasa porción de piel que podía verse por debajo de sus ropas era, a pesar de estar bronceada por el sol, más clara que la de los hombres de esa parte del mundo y bajo su turbante asomaban dos ojos del mismo color azul acerado que el cielo del desierto, así como un mechón de su larga cabellera rojiza.

El hombre detuvo a su montura y se apeó. Cogió el odre que contenía el poco agua que le quedaba y dio de beber al animal haciendo un cuenco con la mano libre, después, él mismo lo acabó de vaciar de un trago. Colgó el odre en la silla y miró hacia el norte haciendo visera con las manos para protegerse del reflejo del sol en las dunas.

-Ya no puede faltar mucho para el oasis de Kasan-Dum, allí podrás beber todo lo que quieras.

El corcel cabeceó como asintiendo a las palabras del hombre, que tomando las riendas con una mano, continuó el camino a pie, para no cansar en exceso al animal.

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Horas después, el viajero distinguió a lo lejos las palmeras de Kasan-Dum. El caballo relinchó agitando las crines.

-Hueles el agua, ¿no es así?. Tranquilo amigo, parece que Kasan-Dum tiene otros visitantes, veremos si somos bien recibidos.

Mientras observaba a los dos jinetes que se acercaban a él montados en sendos camellos, el hombre se ajustó la vaina de su espada para poder desenvainar con rapidez si era necesario y extendió ambos brazos con las palmas abiertas hacia arriba haciendo el gesto que significaba paz entre las gentes del desierto.

Cuando llegaron a su altura, los dos hombres, vestidos igual que el viajero, imitaron su gesto de paz.

-¿Quien eres y cuales son tus intenciones?-pregunto uno de ellos.

-Soy Arex de Vanaheim y vengo en son de paz. Solo deseo acercarme al oasis para calmar mi sed y la de mi montura.

-Ningún hombre le negará el agua a otro, esa es la ley del desierto. Ven con nosotros, hombre del lejano norte, te llevaremos ante nuestro sheik.

Arex montó y siguió a los otros dos hasta el campamento que se había instalado en Kasan-Dum. Había cerca de un centenar de tiendas, cada una ocupada por una familia. Los dos hombres le acompañaron hasta la tienda más grande, situada en el centro del campamento. Tras hacerle una seña para que esperara, uno de ellos entró en la tienda de la que volvió a salir tras unos instantes.

-Puedes pasar, Faisal, nuestro sheik, te recibirá.

Arex entró en la tienda. Conocía las costumbres de esas gentes, por haber hablado con algunos de ellos en las tabernas de Ish-Tanir. Se detuvo a una distancia prudencial de su anfitrión y se inclinó llevándose la mano derecha a la frente y pronunció la fórmula de cortesía.

-Que la paz de Ishtar descienda sobre esta estancia y permita a un pobre viajero entrar en ella.

El sheik Faisal sonrió sorprendido al escuchar esas palabras en boca de un extranjero, no era habitual que las gentes de otras tierras respetaran así las costumbres del país.

Faisal se puso en pie. Hacía tiempo que había dejado atrás su juventud, pero aún conservaba el porte de un guerrero. Su blanca barba contrastaba con su piel oscura. Sus ojos se clavaron en Arex durante varios segundos e hizo un gesto de aprobación con la cabeza. Se inclinó repitiendo el gesto de Arex y respondió a su cortesía.

-Que la hospitalidad de esta estancia sea suficiente para satisfacer tus necesidades.

Faisal le señaló unos cojines justo al lado de los que el estaba usando.

-Siéntate, Arex de Vanaheim y permíteme agasajarte.

Arex se sentó y a una palmada de Faisal entraron tres esclavas, una de ellas llevaba una jarra de agua fresca y se la sirvió a Arex mientras las otras dos, siguiendo las costumbres de su gente, lavaban su rostro, sus manos y sus pies. Cuando las esclavas terminaron su cometido, abandonaron la tienda y entraron otras cuatro cargadas con vino y viandas variadas.

-Bebe y come hasta saciarte, después nos contarás tu historia.

Contar historias era el principal entretenimiento entre el pueblo del desierto. Los buenos narradores eran muy estimados por esa gente y recibían un trato de respeto. Cuando esa noche, alrededor de un gran fuego, refirió algunas de sus aventuras ante todo el campamento, se ganó la estima de todos ellos. Y dado que la caravana también se dirigía a Kaurán, Arex fue invitado a viajar con ellos.

III

LA HOSPITALIDAD DE FAISAL

-Esta será tu tienda mientras estés entre nosotros-dijo Faisal.

-¿Mi propia tienda? Es más de lo que esperaba.

Faisal sonrió e hizo un gesto a Arex para que entrara a la tienda. El interior sorprendió a Arex. El suelo estaba cubierto con gruesas alfombras y abundaban los cojines donde sentarse. A un lado había un lecho de aspecto muy cómodo y también pudo ver un par de mesas bajas sobre las que no faltaban agua, vino y viandas. Dos jóvenes esclavas estaban terminando de acomodarlo todo. A un gesto de Faisal las esclavas se acercaron a ellos.

-Estas son Salomé y Faima, están a tu servicio. Ellas cubrirán todas tus necesidades.

-¿Todas?

La sonrisa de Faisal se ensanchó.

-Todas-respondió.

-Tu hospitalidad me abruma Faisal.

-Queremos que estés cómodo.

-No se como podré pagarte tus favores.

-Si pidiera algo a cambio ya no sería hospitalidad, pero si quieres pagarlo de algún modo, sigue contándonos tus aventuras durante las próximas jornadas, aún quedan tres días de viaje hasta Kaurán. También nos será útil tu espada si nos atacan los bandidos del desierto.

Faisal abandonó la tienda y Arex observó a las dos bellas muchachas. Salomé era indudablemente occidental, probablemente de Micosia o Herconia, de larga cabellera negra, ojos oscuros y labios rojos. Faima era una muchacha de piel de ébano, pelo rizado y labios gruesos, debía ser originaria de Keishán o Dafar. Ambas eran muy atractivas.

Las chicas se acercaron a Arex, le desnudaron, lavaron su cuerpo y lo cubrieron de aceites perfumados, después lo llevaron al lecho.

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Cuando a la mañana siguiente despertó, Arex pudo ver a las chicas afanadas recogiendo la tienda, preparándose para la marcha, a su lado estaban sus ropas limpias y cuidadosamente dobladas. Cuando quiso ayudarlas, ellas se negaron rotundamente.

-Es nuestro trabajo-dijo Salomé-y si no lo hacemos seremos castigadas.

-Además, lo hacemos a gusto-añadió Faima.-No todos los días podemos servir a un hombre joven y vigoroso como tu.

Arex sonrió al recordar su batalla amorosa con las dos mozas, salió de la tienda y se dirigió a donde estaban los animales para ver como estaba Yimir. El animal parecía algo nervioso entre los camellos de los nómadas, pero se encontraba perfectamente. Alguien lo había bañado y cepillado y había una pila de avena para que se alimentara.

Se acerco a su montura y le palmeó el cuello mientras le susurraba palabras cariñosas al oído.

-Es un magnífico animal.

Arex se giró hacia quien había pronunciado esas palabras.

-Buenos días Faisal. Que la paz de Ishtar sea contigo.

-Y contigo mi noble amigo. ¿Puedo?

Arex se hizo a un lado y permitió que Faisal examinara a Yimir.

-Realmente magnífico. ¿De verdad fue un regalo de una diosa?

-No exactamente. Las valquirias no son diosas, pero son hijas de Odín, al que mi pueblo considera el dios supremo.

-De todas formas, para viajar por el desierto, no hay mejor montura que un camello. He hecho preparar uno para ti, así tu caballo viajará más descansado, supongo que no estará acostumbrado a este clima.

-¿Un camello? Jamás he montado una de esas bestias.

-Bueno, partiremos dentro de una hora, tienes tiempo de practicar un poco.

Tras algunas caídas que provocaron las risas francas y sin malicia de la gente de Faisal, Arex consiguió dominar los rudimentos de tan peculiar forma de monta. A la hora prevista, la caravana partió de Kasan-Dum con Faisal a la cabeza y Arex a su lado.

IV

EMBOSCADA

La larga caravana avanzaba serpenteando por las rojas arenas cubriendo la segunda etapa de su viaje que finalizaría en el oasis de Seirán-Dum poco antes de que el sol se ocultara por el horizonte. Los hombres viajaban en la parte delantera y trasera de la larga fila con sus espadas curvas preparadas para hacer frente a cualquier peligro que pudiera presentarse, mientras que el centro era ocupado por las mujeres, los niños y los esclavos, junto con los animales de carga.

-¡Ah, Arex! No solo cuentas buenas historias, además sabes hacerlas interesantes- dijo Faisal después de hacerle contar, una vez más, su enfrentamiento con la valquiria Brunilda.

-También mi pueblo sabe apreciar una buena historia, Faisal. En los largos inviernos de mi tierra, cuando la nieve cubre todos los caminos y hace imposible viajar, narrar historias alrededor de una hoguera es una de las pocas distracciones de las que disponemos.

-¿Puedo hacerte una pregunta personal? No quisiera ser indiscreto, así que no tienes que responder si no quieres.

-No existen las preguntas indiscretas, solo las respuestas pueden ser indiscretas.

-Bien dicho.

-¿Cual es la pregunta?

-Un hombre que se interna en solitario por el desierto, solo puede hacerlo por un motivo, está huyendo de alguien o de algo. ¿Que puede hacer huir a un hombre como tu?

-Una mujer.

-¿Quería matarte?

-Peor.

-¿Que puede ser peor que querer matarte?

-Quería casarse.

Faisal estalló en sonoras carcajadas de las que muy pronto se contagió Arex.

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El sol estaba ya muy bajo en el cielo cuando divisaron en el horizonte las palmeras de Seirán-Dum. Arex detuvo a su camello y oteó a su alrededor.

-¿Que sucede, has visto algo?-pregunto Faisal deteniéndose el mismo y haciendo una señal al resto de la caravana para que también cesaran su avance.

-No, no he visto nada-respondió sin dejar de mirar a su alrededor. -Pero presiento peligro, que tus hombres tengan listas sus armas por si acaso.

Antes de que Faisal pudiera dar ninguna orden a los suyos se inició el ataque.

Surgieron de improviso de detrás de las dunas cercanas. Debían ser unos quinientos hombres montados en camellos y blandiendo sus espadas curvas.

A pesar de la sorpresa inicial, los hombres de Faisal reaccionaron rápidamente formando un círculo alrededor del resto de la caravana y se dispusieron valientemente a presentar batalla a pesar de que los atacantes les superaban en número en proporción de cinco a uno.

-Son la tribu de Jamal- dijo Faisal. -Reconocería las túnicas azules de esos bandidos en cualquier lugar. Vienen por las lágrimas de Ishtar, seguro.

Arex hizo un gesto afirmativo. Faisal le había mostrado el collar, orgulloso de que el noble Hassan hubiera confiado en su tribu para transportar tan valiosa mercancía.

Los dos bandos chocaron con estrépito y pronto el desierto se llenó con una mezcolanza de gritos de guerra, alaridos de dolor y estertores de muerte. Las espadas se cruzaban lanzando destellos bajo la luz del sol poniente mientras hombres y bestias vertían su sangre en las sedientas arenas del desierto.

Arex, poco habituado a montar en camello, pronto fue derribado pero continuó luchando a pie. No tardó en verse rodeado de los cadáveres de quienes habían osado enfrentar su espada curva contra la recta hoja de acero herconiano que el bárbaro manejaba con la precisión de un carnicero.

Jamal, desde su seguro puesto de observador en la cima de una duna observaba con admiración al gigante vestido de blanco que había acabado con la vida de, por lo menos, quince de sus hombres. Hizo una señal al hombre que estaba a su lado y este empuño un arco de guerra, cargó una flecha y la disparó.

Al recibir el impacto de la flecha en un hombro, Arex hincó una rodilla en el suelo. Se sobrepuso enseguida, pero antes de que pudiera levantarse de nuevo, un fuerte golpe en la cabeza hizo que miles de luces estallaran en su cabeza y perdió el conocimiento.


V

PAISAJE DESPUÉS DE UNA BATALLA

Abrió los ojos con la sensación de que el propio Thor le estaba despertando golpeándole la cabeza con su martillo. La flecha había entrado por la espalda atravesando su hombro y la punta sobresalía por delante. Por suerte no había tocado ningún órgano vital. Se puso en pie con dificultad y vio que el sol estaba en el punto más alto en el cielo, había estado inconsciente toda la noche y la mitad del día. Tras unos pasos pudo ver el cuerpo sin vida de Faisal, la sangre del sheik había manado por varias heridas y empapaba la arena a su alrededor. Cerró los ojos del que ya había considerado un amigo y se internó en el campo de batalla en busca de otros supervivientes. No encontró a nadie con vida, hombres, mujeres y niños mezclaban su sangre sobre las arenas de Tierras Baldías. Hombres libres o esclavos, no importaba. Los bandidos de Jamal no habían respetado a nadie.

Dos cuerpos llamaron su atención, se trataba de Salomé y Faima, yacían abrazadas la una a la otra con una expresión de terror en sus bellos rostros. Arex acarició los fríos cuerpos que dos noches atrás sintió pegados al suyo cálidos y llenos de vida y su cara se cubrió con una máscara mezcla de rabia y dolor.

Se giró al oír un sonido de cascos sobre la arena.

-¡Yimir!

El fiel animal se acerco a el y apoyo el morro sobre su hombro. Arex palmeó cariñosamente su cuello.

-Así que tu también has podido escapar, compañero. Supongo que sus camellos no fueron lo bastante rápidos para capturarte.

Yimir respondió con un relincho y sacudiendo sus crines.

-Bien, celebro que estés conmigo, amigo, porque tenemos un sucio trabajo que hacer, pero antes tengo que librarme de esta flecha.

Recogió un fardo de ropa que había entre los restos de la caravana, montó y condujo a Yimir al cercano oasis de Seirán-Dum. Allí procedió a la dolorosa operación de extraer la flecha. Su espada había desaparecido, pero aún conservaba el cuchillo que llevaba dentro de su bota derecha y que había escapado al saqueo de los hombres de Jamal.

Cortó la fina vara en la base de la punta y cogiendo la parte de las plumas que sobresalían por su espalda extrajo el resto del dardo. Después se limpió la herida en las aguas del oasis e hizo un vendaje con la ropa del fardo que había recogido.

Descansó un par de horas y montando de nuevo en Yimir regreso al campo de batalla. Cargó los cuerpos de Salomé y de Faima sobre el lomo del animal y cargando él mismo con Faisal, regresó a Seirán-Dum.

Cuando la luna en cuarto creciente se levantó por el horizonte sorprendió a Arex de pie ante tres tumbas. Había colocado a Faisal entre las dos chicas. Lamentó no poder hacer lo mismo con el resto de los cadáveres, pero era demasiado trabajo para un solo hombre.

-Que Ishtar te acoja bajo su manto plateado, amigo mio. Y vosotras muchachas, acompañadlo y cuidad de el.

A la mañana siguiente, armado con una de las espadas curvas que había pertenecido a uno de los hombres de Faisal, emprendió el regreso a Aristán, pues hacia allí llevaba el rastro de los bandidos.

VI

MANIOBRAS CLANDESTINAS

Arex dejó a Yimir en un establo cercano a las puertas de la ciudad, pagó generosamente para que estuviera bien cuidado y se internó a pie por las calles de Sharimar. Temía que alguno de los hombres de Jamal pudiera reconocer al animal como parte de la caravana de Faisal. No había peligro de que le reconocieran a él, ya que durante la batalla mantuvo su rostro oculto tras el embozo, los pocos que estuvieron lo suficientemente cerca para reconocerlo, cayeron bajo su espada.

Durante dos días, Arex amenazó, chantajeó y gastó sus últimas monedas para obtener información útil para sus propósitos.

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Yusuf, el obeso jefe de aduanas de la ciudad de Sharimar paseaba por el populoso mercado de la ciudad escoltado por sus dos guardaespaldas con la intención de comprar una nueva esclava para añadirla a su pequeño harem.

De pronto entre la abigarrada multitud surgió un gigante vestido como los hombres del desierto que chocó contra él derribándole.

-Perdonad, poderoso señor- dijo el individuo mientras se apresuraba a ayudar a Yusuf a incorporarse y a sacudir el polvo de sus vestiduras.

Los dos guardaespaldas apartaron al hombre a empujones.

-Aparta tus manos de nuestro amo, perro- dijo uno de ellos.

Yusuf buscó en su cinturón la bolsa en la que llevaba el dinero y, al comprobar que continuaba en su sitio, ordenó que dejaran marchar al desconocido.

Tras darle las gracias por su benevolencia, el gigante se perdió entre la multitud. Nadie pudo ver la sonrisa que se dibujó en el rostro embozado de Arex mientras palpaba el medallón bajo su túnica.

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La tribu de Jamal había acampado a los pies de la muralla de la ciudad, tal como hacían todas las tribus nómadas que se acercaban a comerciar a Sharimar. Ya era noche cerrada cuando Arex, burlando a los hombres que estaban de guardia penetró en el campamento. Sus pasos eran más silenciosos que la brisa procedente del desierto mientras se acercaba a la tienda principal por su parte trasera.

Pegó el oído a la lona y tras comprobar que la tienda estaba vacía practicó un corte con su cuchillo por el que penetró en el interior. Arex observó con ojo crítico el interior de la tienda de Jamal y se decidió por un gran arcón, lo abrió y entre otros artículos de valor encontró el cofre con el collar en su interior.

Cerró el arcón dejándolo todo como estaba y abandonó la tienda por donde había entrado con el cofre bajo el brazo. Antes de abandonar el campamento dejó caer el medallón de Yusuf donde pudiera ser fácilmente encontrado con la luz del día.

VII

COMO CAZAR A DOS GRANUJAS

Cuando Jamal, entró al alba en su tienda tras su juerga nocturna y vio el corte en la lona de su tienda profirió un grito que era mitad de terror, mitad de rabia. Abrió el arcón y buscó infructuosamente en su interior. Salió de la tienda con la espada desenvainada y ladrando órdenes.

-Todos en pie, perros. Han robado en mi tienda, buscad por todas partes alguna pista del ladrón.

Todos los hombres de Jamal se prestaron a cumplir las órdenes y no pasó mucho rato hasta que uno de ellos se acercó a Jamal con un objeto brillante entre las manos.

-He encontrado esto en el exterior del campamento, sheik.

Jamal cogió el medallón con un gesto de rabia, escupió sobre el y lo lanzó al suelo.

-Cuatro hombres conmigo-ordenó.-Vamos a hacerle una visita a mi amigo Yusuf.

Minutos más tarde Jamal aporreaba la puerta de la casa de Yusuf con el puño de su espada. Le abrió uno de los esclavos de la casa.

-¿Está tu amo en casa?

-Lo está, poderoso señor, pero ahora está durmiendo, volved más tarde os lo ruego.

-De eso nada. Ve a despertarlo y dile que Jamal quiere verle inmediatamente.

-No se puede molestar al amo cuando duerme, señor.

-Seguro que si haces un esfuerzo podrás hacerlo-dijo Jamal apoyando la punta de su espada en el pecho del esclavo.

-Se-seguro que el amo hará una excepción esta vez-respondió el hombre temblando de pies a cabeza.

-Date prisa, o iré yo en persona a sacarlo de la cama.

El esclavo subió corriendo las escaleras que llevaban al dormitorio de Yusuf y no tardó en volver acompañado de este.

-¿Que significa todo esto, Jamal? Sabes que no debes venir a mi casa, es peligroso que...

-¿Donde están?

-¿De que me estas hablando?

-Las lágrimas de Ishtar.¿Donde las tienes?

-¿Yo? Las tienes tu.

-Las han robado, esta noche.

-¿Y crees que yo...?

-Mis hombres han encontrado esto cerca del campamento.

-¡Mi insignia de aduanas! Pero si me la robaron ayer en el mercado.

-¿Pretendes que me crea esa estúpida excusa?

-Es la verdad.

-Devuélveme el collar, ¡ahora!

-No lo tengo. Lo juro por Ishtar.

-Embustero-gritó Jamal atravesando al aduanero con su espada.

Mientras Yusuf agonizaba en un charco de su propia sangre, Jamal dio órdenes a sus hombres de asesinar a todos los de la casa y encontrar el collar. Tras la carnicería, buscaron por toda la casa sin resultado.

Uno de los hombres de acercó a Jamal.

-Sheik, es peligroso quedarse aquí más tiempo, podrían descubrirnos.

-Tienes razón Amín. Vayámonos.

Con el corazón ardiendo de rabia, Jamal abandono la casa con sus hombres y emprendieron el camino de regreso a su campamento.

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Horas más tarde Jamal estaba en su tienda maldiciendo a todos los dioses y demonios que podía recordar cuando uno de sus hombres entró en la tienda.

-Sheik, debes venir a ver esto, la guardia de la ciudad está rodeando el campamento.

Salió al exterior justo en el momento en que el capitán de la guardia se apeaba del caballo frente a su tienda. La guardia al completo, unos mil quinientos hombres fuertemente armados, había rodeado su campamento.

-¿Eres el sheik Jamal?

-Lo soy. ¿Que queréis de mi?

-Se os acusa, a ti y a tus hombres, de múltiples asesinatos y de bandidaje.

-¿Que pruebas tenéis?

-Ninguna, de momento. Pero si nuestro anónimo informador dice la verdad, no tardaremos en tenerlas.

El capitán hizo una seña a los cuatro hombres que le acompañaban y entraron en la tienda seguidos de Jamal.

Momentos después uno de los guardias sacaba del interior del arcón un pequeño cofre que Jamal reconoció al instante.

El capitán abrió el cofre el cual, además de las lágrimas de Ishtar guardaba el medallón de Yusuf.

-Ese cofre no es mio-gritó Jamal desconcertado.

-No, no es tuyo. Pertenece al noble Hassan. Tu y todos los varones de tu tribu en edad de empuñar un arma estáis detenidos

EPÍLOGO

El noble Hassan no poseía ningún título nobiliario, su apodo se refería a la nobleza de su espíritu. Poseedor de una gran fortuna, siempre había ayudado a los mas necesitados y todos sus hábitos se ajustaban a las leyes sagradas de Ishtar. Cerró el cofre que contenía las lágrimas de Ishtar y lo entrego a un criado que lo llevó a un lugar seguro.

-Cuando viniste a mi casa pidiéndome que denunciara a Jamal y a los suyos por el robo del collar creí que estabas loco, pero tu plan ha funcionado. Eres realmente un ladrón audaz, Arex de Vanaheim.

-En realidad no era tan difícil par alguien que ha aprendido el oficio en el gremio de ladrones de Herconia.

-La ciudad está revolucionada, no todos los días se ajusticia a quinientos bandidos de un solo golpe.

-No entiendo que encuentran de divertido los hombres civilizados en ver ajusticiar a alguien.

-Créeme, mi bárbaro amigo, tampoco yo puedo entenderlo. Y ahora dime. ¿Como puedo pagar lo que has hecho por mi?

-No me debes nada. No lo he hecho por ti, noble Hassan, lo he hecho por Faisal y los suyos. Estaba en deuda con ellos.

-Eres un hombre de honor, Arex. Algo muy difícil de encontrar en estos tiempos.

Hassan sirvió vino en dos copas de fino cristal y le entregó una a Arex.

-Por Faisal.-Dijo levantando su copa.

-Por Faisal.-Repitió Arex.

-Dime, Arex. ¿Que vas a hacer ahora?

-No lo se. Tal vez vaya a Kaurán, como era mi intención cuando me encontré con Faisal.

-Si es así, tal vez podrías hacer un trabajo para mi. Te pagare generosamente.

-¿De que se trata?

-Las lágrimas de Ishtar. Quiero que seas tú quien las lleve a casa de mi futuro suegro.

Arex sonrió.

-Amigo Hassan, acabas de contratar los servicios de un bárbaro.

FIN






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