jueves, 19 de mayo de 2011

El brujo (Arex-5)

Tras su aventura en el templo de Sharag, Asha y Arex regresan a Ilerda, donde se dan a la buena vida gracias al botín que han conseguido. Sin embargo, su idilio solo dura lo mismo que el dinero obtenido al vender las joyas. Cuando este se acaba, ambos abandonan la ciudad cada uno por su lado. Asha se dirige hacia el norte, Arex se encamina hacia el este y su vagabundeo le lleva hasta Ish-Tanir, segunda ciudad en importancia del reino de Aristán.







I

-¡¡Alejaos de mi demonios. No os llevareis mi alma. Protégeme, Ishtar, no dejes que sucumba ante estos seres del infierno!!.

El joven rey Sulei-Khan se revolcaba en su lecho presa de terribles pesadillas. Hacía ya dos lunas desde aquel día en que, en medio de una reunión con sus ministros, había caído desmayado. Desde entonces estaba postrado en la cama y era presa de continuas y terribles pesadillas. Los mejores médicos habían atendido a Sulei-Khan, pero ninguno había podido hallar la cura para la extraña enfermedad del monarca.

-Sulei-Khan, hermano, despierta, no es más que otra pesadilla.

La princesa Hamina apartó los negros rizos que cubrían la frente del rey y le aplico un paño humedecido en agua fría. Sulei-Khan se calmó, abrió los ojos y sonrió a su hermana.

-Hamina, suerte que te tengo a mi lado, eres mi ángel protector.

Hamina le devolvió la sonrisa. Una sonrisa calcada a la del rey. El parecido entre los dos hermanos era tal que parecían gemelos, a pesar de que Hamina era dos años mayor que su hermano.

-Ojalá pudiera ayudarte a luchar contra esos demonios que te atacan en tus sueños.

-Esos demonios son reales, hermana. Y si alguien no lo impide, acabarán capturando mi alma y mi cuerpo morirá.

-¿Como puedes saber eso? Las mentes más brillantes te han examinado y no han podido encontrar explicación alguna a lo que te sucede.

-En mis sueños, cuando me atacan esos horribles demonios, he podido ver en ocasiones una figura que siempre permanece en la sombra, dando ordenes a esos monstruos. Hoy, por fin, he podido ver su rostro.

-¿Y era un rostro conocido?

-Era Yoga-Tosh.

-¿El sacerdote de Anumán?

-El mismo.

-¿Y porqué querría Yoga-Tosh hacerte algún mal?

-Ya le conoces. Es poderoso y muy ambicioso. Sé que codicia mi trono.

-Pero aunque consiguiera acabar con tu vida, no podría acceder al trono. Es un extranjero.

-Podría si se casara con una princesa de sangre real.

Hamina recordó que Yoga-Tosh le había propuesto matrimonio en dos ocasiones. Ella le rechazó. El sacerdote-brujo, un hombre de extrema delgadez, piel muy pálida y unos ojos de color ambarino le recordaba a Hamina a una serpiente. Sentía una repugnancia instintiva hacia él.

-Jamás me casaría con ese hombre.

-Sabes que es poderoso, podría hechizarte de algún modo, como ha hecho conmigo.

-Antes acabaría yo misma con mi vida.

-No, eso le facilitaría las cosas. Tiene a la mitad de los nobles en el bolsillo, unos por miedo y otros por favores que le deben. Tenemos que encontrar otra forma de anularlo.

II

Era ya noche cerrada cuando Hamina, con la única compañía de su doncella Belita, estaba rezando en el templo de Ishtar tras sacrificar un lechal en el altar de la diosa, tal como venía haciendo noche tras noche desde la enfermedad de su hermano.

-¡Oh, poderosa! ¿Porqué ignoras mis súplicas? ¿Qué mal te ha hecho mi familia para merecer este suplicio?

La princesa cubrió su rostro con la manos y rompió a llorar. Entonces notó la mano de Belita sobre su hombro.

-Mi señora. ¿Puedo haceros una sugerencia?

-Si crees conocer una forma de ayudarme, habla.

-Si Ishtar os ignora, hay otros dioses que tal vez os escucharán.

-¿Otros dioses?

-Baelisto es un dios benévolo. El os escuchará.

-¿Porqué habría de escucharme? Jamás le he rendido culto. Es un dios extranjero. Ishtar es la protectora de mi pueblo.

-El ama a todos los seres humanos, le rindan culto o no. ¿Qué perdéis intentándolo?

-¿Tú eres uno de sus fieles?

-Mis antepasados eran de Herconia, mi familia siempre le ha rendido culto.

-Si el me ayudase sacrificaría cien reses adultas en su altar.

-A Baelisto no le gustan los sacrificios.

-Entonces...¿Que debo hacer para que atienda mis súplicas?

-Solo tenéis que pedírselo.

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El templo de Baelisto era de una gran sencillez. Carecía de los costosos adornos de oro y joyas de los que hacían gala otros templos. Incluso la estatua que representaba al dios era muy sencilla. Era de tamaño natural, de mármol blanco y representaba a un hombre joven, de bello rostro y larga cabellera vestido con una túnica que le llegaba a los pies.

-¿Ese es Baelisto?- preguntó Hamina.

Belita sonrió.

-Nadie pretende conocer el aspecto de Baelisto. Lo que veis ante vos no es más que una representación fruto de la inspiración del artista. Pretende mostrar a un dios benévolo y protector.

-¿Como debo dirigirme a el?

-Dejaros guiar por vuestro instinto, mi señora.

Hamina avanzó lentamente hasta el ídolo y se arrodilló.

-Divino Baelisto- dijo.- Se que no soy una de tus fieles y que no tengo ningún derecho a pedir tu favor. Pero te juro que si escuchas mi ruego, la familia real te rendirá culto hasta el fin de los días. Se que mi hermano, el rey, apoyará esta decisión.

Permaneció de rodillas, con la vista al suelo y las lágrimas resbalando por su rostro. Entonces escuchó una voz que parecía provenir de todas partes a la vez.

-He escuchado tu súplica, hija mía. Cesa tu llanto. Si sigues mis instrucciones tus penas acabarán y será el fin para el demonio que atormenta a tu hermano.

-¿Que debo hacer, poderoso?

-Cuando llegue el alba, ve al mercado y busca a un hombre calzado con una sola bota. Contrátalo para matar a vuestro atormentador.

-Pero todo el mundo teme a Yoga-Tosh, nadie se atrevería a atacarle, es un hechicero muy poderoso.

-Ese hombre no le teme a nada, ni siquiera a los propios dioses. Ahora ve, haz lo que te he dicho.

Hamina se levantó y se reunió con su doncella.

-¿Lo has oído, Belita? Baelisto nos ayudará.

-Mi señora, no he oído nada.

-¿Como es posible? Su voz retumbaba en todo el templo.

-Lo que Baelisto os haya dicho, era solo para vos.

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III

El artesano estudió con ojo experto la gastada bota que sostenía en sus manos.

-Lo siento, señor. Está demasiado estropeada, no puedo arreglarla. Pero puedo venderte un par nuevo a buen precio.

El hombre que estaba sentado ante el y que todavía calzaba la pareja de la que sostenía el zapatero torció la boca en un evidente gesto de disgusto.

Era un hombre alto, de anchas espaldas y miembros musculosos. Su larga cabellera roja lo delataba como un bárbaro de las lejanas montañas del norte. La mezcolanza de prendas que vestía demostraba que era un gran viajero. La túnica corta y los anchos pantalones estaban manufacturados en Kaurán su casco era el que usaba el cuerpo de mercenarios del ejército de Micosia así como su capa. La cota de mallas y la larga y ancha espada eran inconfundiblemente herconianas.

El bárbaro abrió la boca para decir algo pero la cerró sin decir nada para observar una lujosa carroza que se detuvo frente al establecimiento. De ella se apeó una mujer vestida con lujosos ropajes. Siguiendo las costumbres de Aristán llevaba el rostro cubierto con un velo, dejando solo sus ojos al descubierto. La mujer entro en el establecimiento.

-Ishtar os bendiga, señora- dijo el zapatero.- Enseguida os atiendo.- y dirigiéndose al norteño pregunto- ¿Que me dices?

-No tengo bastante para pagar unas botas nuevas. ¿Seguro que no puedes arreglar esta?

-Lo siento. Supera a mis habilidades.

-Tal vez yo pueda solucionar tu problema, bárbaro.- terció la mujer.

Los dos hombres volvieron la vista hacia ella sorprendidos.

-¿Y como pretendes hacer eso, mujer?- preguntó el bárbaro.

-Pagando tus botas nuevas.

La mujer se acercó a los dos hombres.

-Artesano, dale el mejor par que tengas de su talla.

-No acepto regalos.

-No es un regalo, es un adelanto. Mi señora quiere contratar tu espada.

-¿Y qué le hace suponer a tu señora que alquilo mi espada?

-Es evidente, viendo tu aspecto.

El bárbaro sonrió. Era una buena respuesta.

-¿Y si después de hablar con ella decido no aceptar el trabajo?

-Podrás quedarte con las botas, en pago por tu tiempo.

-De acuerdo. Llévame ante tu señora.

Un par de minutos después y calzando sus botas nuevas, el bárbaro siguió a la mujer hasta la carroza y subieron a ella. En el interior esperaba una dama que al igual que la primera llevaba la cara velada.

-¿Es esta tu señora?

-Si.

-Mi nombre es Arex, mi señora. ¿En que puedo ayudaros?

La dama se limitó a levantar una mano con la palma hacia fuera.

-Aquí no-dijo la otra.-Es peligroso hablar aquí, en la calle. Mi nombre es Belita. Sabrás quien es mi señora cuando estemos a salvo de oídos indiscretos.

Belita dio dos golpes en el techo del carruaje y este partió hacia su destino.

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IV

-¿El palacio real?-preguntó Arex al ver que la carroza traspasaba las rejas que daban a los jardines reales.- ¿Sois damas de la corte?

Las dos mujeres permanecieron calladas, pero Arex intuyó sendas sonrisas bajo los velos. Se apearon del vehículo y Arex siguió a las damas al interior del palacio. Atravesaron varios pasillos y el bárbaro pudo admirar el rico mobiliario y los hermosos tapices que cubrían todas las paredes. Por el camino se cruzaron con varios cortesanos y sirvientes y todos se detenían para dedicarle una profunda reverencia a la misteriosa dama que andaba junto a Belita. Por fin entraron a un salón y los dos miembros de la guardia que los habían escoltado hasta allí se quedaron de guardia en la puerta.

-Belita, sirve vino a nuestro invitado.- dijo la dama misteriosa.

Mientras Belita servia el vino en una copa de oro la dama se quitó el velo.

-¡Hamina!

-Veo que me reconoces.

-No os había visto nunca, princesa. Pero la efigie de vuestro hermano aparece en vuestras monedas. Sois su viva imagen.

Belita le ofreció la copa y Arex tomo un sorbo.

-No entiendo para que me necesitáis, princesa. ¿Que puedo hacer yo que no pueda hacer la guardia de palacio.

-El trabajo que quiero encargarte no es el de un guardia, es el trabajo de un asesino.

-¿Queréis que mate a un hombre?

-No es un hombre, es un demonio disfrazado de hombre.

-No le temo a nadie. Sea hombre o demonio.

-¿Ni cuando ese demonio se llama Yoga-Tosh?

-Mmm, llevo pocos días en Ish-Tanir pero ya he oído hablar de él en varias ocasiones. Siempre con temor. ¿Que ha hecho para que deseéis su muerte?

-A atacado a mi familia y conspira para hacerse con el trono.

-Sigo sin comprender para que me necesitáis. Que vuestro hermano envíe a la guardia para que acabe con él.

-No puede hacer eso. Es un hombre muy influyente y no tenemos pruebas contra él. Nada debe relacionar a mi familia con su muerte.

-No me gusta esto. Dicen que Yoga-Tosh es un poderoso hechicero. Prefiero mantenerme alejado de la brujería.

-Acabas de decir que no le temes a ningún hombre.

-Y así es.

Arex se sintió disgustado consigo mismo. Hamina le había atrapado usando sus propias palabras. ¿Es que nunca aprendería a mantener la boca cerrada?

-Tal vez tres mil yaris de oro te ayuden a decidirte.

Hamina hizo un gesto a Belita, que se acercó a un mueble y extrajo una bolsa de un cajón y se la entregó a Arex. Este abrió la bolsa y contempló las monedas.

-Ahí hay mil yaris. Tendrás el resto cuando acabes tu trabajo.

-¿Cuando debo hacerlo?

-Lo antes posible, la vida del rey corre peligro.

-Entonces lo haré esta noche.

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V

Era medianoche en Ish-Tanir, las calles estaban desiertas y los únicos sonidos que podían oírse eran las risas de los borrachos procedentes de las tabernas. Dos figuras avanzaban en las sombras y se detuvieron en una esquina.

-Esa es la torre de Yoga-Tosh- dijo Belita.-Dicen que no hay guardianes custodiándola, pero ninguno de los que entró en ella sin permiso, con intención de robar o de asesinar ha vuelto a salir.

Arex observó el edificio. Era una torre cilíndrica sin puertas ni ventanas visibles rodeada por un cuidado jardín que a su vez estaba rodeado por una tapia de unos cuatro metros de altura.

-Bien, a partir de aquí es cosa mía. Vuelve con la princesa, si todo sale bien, mañana por la mañana te veré en la tienda del zapatero.

-Ten mucho cuidado. Y recuerda que pase lo que pase, nadie debe relacionarte con la familia real.

Arex asintió con la cabeza y observó alejarse a la mujer. Sabía que si algún cortesano se enterase que la princesa había contratado personalmente a un asesino se escandalizaría. Arex no entendía esta línea de pensamiento, ni la compartía. Para el, una princesa era una mujer, no muy diferente a cualquier otra. Si una mujer contrataba a un asesino para defender a su familia, no veía nada malo en ello, fuera princesa o campesina.

Miró a uno y otro lado de la calle para asegurarse que nadie le observaba y se dirigió a la tapia a la carrera. De un salto consiguió agarrarse al borde, se izó y se quedó tumbado en la parte superior observando el jardín.

Unos minutos más tarde le llegó un olor característico. Después de todo, la torre si tenía guardianes, solo que estos no eran humanos. Estaba custodiada por alguna fiera.

Esperó unos minutos más y vio aparecer al animal, un enorme tigre. El animal se detuvo junto a la tapia, justo bajo Arex y olfateó el aire. No pudo descubrir al bárbaro ya que este tenía el viento a su favor, pero el instinto de la fiera le advertía de algún peligro.

Arex saltó sobre la fiera empuñando su espada con la punta hacia abajo. Cayó de horcajadas sobre el animal y su espada lo atravesó matándolo en el acto. Se puso en pie y libero su espada justo a tiempo de volverse rápidamente al oír un gruñido a su espalda.

Un segundo tigre salió de detrás de unos setos y saltó hacia el. Arex solo tuvo tiempo de interponer su espada entre el y la fiera. El impulso del animal hizo que se ensartara en el arma, pero también hizo caer al bárbaro. El tigre estaba herido de muerte, pero su tremenda vitalidad le impulsaba a morir matando. Intentó desgarrar el cuello de Arex con sus fauces, pero este interpuso su brazo sobre el cuello del animal impidiéndole alcanzarle mientra que con la mano libre extraía una larga daga de su bota.

Apuñaló repetidas veces a la fiera mientras mantenía sus fauces apartadas con el otro brazo. Finalmente, las múltiples heridas acabaron con el animal que se desplomó sin vida sobre el hombre.

Arex se puso en pie agotado. La cota de mallas le había protegido de las garras y los dientes de la fiera, pero sus brazos estaban desprotegidos y la sangre manaba de una fea herida en el hombro. Arrancó una manga de su túnica e hizo tiras con las que se cubrió la herida, todo eso sin dejar de vigilar por si aparecía otra fiera.

Atravesó el jardín y se acercó a la torre. Nadie apareció para averiguar el motivo de los ruidos que había causado su lucha con los tigres. Sin duda, Yoga-Tosh estaba acostumbrado al revuelo que causaban sus mascotas cuando capturaban algún intruso.

La torre no mostraba ninguna puerta visible. Arex la rodeó inspeccionando el terreno hasta que observó una porción de césped que aparecía ligeramente aplastado, señal de que era un lugar de paso. Pasó sus manos suavemente por la pared de la torre hasta que sus sensibles dedos descubrieron un resorte invisible a simple vista. Lo presionó y una puerta oculta se abrió.

Arex inspeccionó la puerta y felicitó mentalmente a su constructor. Mientras estaba cerrada ni una sola rendija delataba su existencia. Miró al interior y vio una sala vacía y unas escaleras que subían a la parte superior de la torre.

Apretó el puño alrededor de la empuñadura de su espada y entró.

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VI

Avanzó lentamente hacia las escaleras con todos sus sentidos alerta. Faltaban solo un par de metros para llegar a ellas cuando una de las losas del suelo cedió bajo su pie. Su fino oído percibió el chasquido de un resorte y se lanzó al suelo y rodó en dirección a la escalera. Sintió mas que vio varios dardos que cruzaron el aire por encima suyo y se estrellaron en la pared.

Se puso en pie y empezó la ascensión llegando hasta una puerta de la que salía un fuerte olor a incienso.

Abrió la puerta sin dificultad y penetró en la estancia. Reconoció a Yoga-Tosh por la descripción que le habían dado Hamina y Belita. El sacerdote-brujo estaba sentado en unos cojines con las piernas cruzadas. Tenía los ojos cerrados y estaba aspirando los vapores que se desprendían de un pebetero.

Yoga-Tosh abrió los ojos, miró fijamente al bárbaro y una sonrisa apareció en sus labios.

-Veo que Sulei-Khan ha decidido, por fin, contraatacar y me ha enviado a un asesino.

-¿Sulei-Khan?

-Ah, ya veo. Es Hamina quien te envía, ¿verdad?

Arex permaneció callado.

-Siempre ha sido más valiente que el pusilánime de su hermano. No te preocupes, me ocuparé personalmente de esa zorra de sangre azul cuando me haya librado del rey.



Arex avanzó con la espada en alto cuando su mirada se cruzó con la del brujo. Entonces sintió que su sangre se helaba y su cuerpo se paralizaba de cuello para abajo.

Yoga-Tosh se levantó, sacó un puñal de la manga de su túnica y se acercó lentamente al bárbaro.

Arex no podía mover un músculo y no podía apartar su mirada de la del brujo. Apretó los dientes y luchó por resistirse a esos ojos.

Yoga-Tosh detuvo su avance, podía sentir la voluntad de Arex luchar contra la suya. Nunca ningún hombre se resistió de esa manera a su influjo.

Arex avanzó un paso haciendo un gran esfuerzo.

Yoga-Tosh abrió los ojos sorprendido.

-¡No! No puedes...

-¡Puedo! Luché contra la valquiria, me he enfrentado a dioses y demonios y he sobrevivido. No caeré ante un hombrecillo como tú.

Yoga-Tosh sintió miedo ante la fuerza de voluntad del bárbaro y, ese miedo fue su perdición. Su concentración se rompió y Arex quedó libre. Solo pudo escuchar el grito de guerra de Arex antes de que este le decapitara con su espada de un solo tajo.

Arex se quedo mirando el cadáver de Yoga-Tosh mientras la sangre que manaba de su cuerpo formaba un charco a su alrededor.

-Así que tu sangre era roja, después de todo, y no negra como había oído decir.

VII

Belita entró en la tienda del zapatero y este la reconoció enseguida y la guió hacia la vivienda anexa a su tienda. Dentro encontró a Arex sentado a una mesa, devorando una pata de cordero.

-Esta mañana a llegado la noticia a palacio- dijo.- Según parece, los acólitos de Yoga-Tosh han encontrado su cadáver decapitado en su habitación.

Arex dejó la comida sobre la mesa y se levantó.

-He cumplido mi parte del trato. ¿Donde está el dinero?

-Aquí lo tienes. Con la gratitud de la familia real.

Belita saco dos bolsas de debajo de su capa y las depositó sobre la mesa.

-Adiós, Arex. Espero volver a verte.

Arex la retuvo por un brazo.

-¿Qué prisa tienes, muchacha?

La besó en los labios y ella respondió a la caricia.

-Creo que ya es hora de que nos conozcamos mejor.

Levantó a Belita en brazos y entró con ella en el dormitorio de la vivienda. Ella no hizo nada por evitarlo.

FIN

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