viernes, 12 de junio de 2015

CIRCULO LETAL



Capítulo 1

Habían pasado tres años desde el caso del “asesino de los planetas [1]”. Desde entonces solo me había ocupado en casos de poca monta. Eso estaba a punto de cambiar.

Aquella mañana llegué a la comisaría con una resaca de cojones.

-Inspector Morales...

Me volví hacia quien me había llamado, que no era otra que Susana, la simpática agente que atendía la recepción.

-¿Qué hay Susi?

-El comisario quiere verle enseguida, inspector.

Le di las gracias por el recado y me dirigí al despacho de Barbany.

Marc Barbany, el comisario del distrito, tenía ya 45 años pero conservaba el mismo aspecto que tenía a los treinta. Alto, atlético y con una sonrisa perfecta. Entré en el despacho sin llamar.

-¿Qué tripa se te ha roto, Marc? Tengo un montón de papeleo que rellenar, no me hagas perder el tiempo con tonterías.

Barbany se puso en pie intentando parecer enfadado, cosa difícil con su cara de niño.

-¡Vaya forma de entrar! ¿No te has dado cuenta de que tenemos compañía?

Entonces me fijé en la chica. Morena, ojos color miel, boca de labios carnosos y un cuerpazo de infarto.

-Te presento a la subinspectora Juanita Román-dijo Barbany.-Subinspectora, este maleducado es el inspector Pedro Morales.

-Espero que no se haya llevado una mala impresión de mi- le dije después de haber intercambiado las cortesías de rigor.- Es que hoy no estoy muy fino.

-No se preocupe, todos podemos tener un mal día.

-Bien. ¿Qué tienes para mi Marc?

-Un caso de asesinato. Un apuñalamiento en un parquing. Esta es la dirección.

Observé el papel que me tendió Barbany, era un lugar bastante céntrico.

-De acuerdo, voy para allá enseguida.

-No tan deprisa Pedro -dijo Barbany. -La subinspectora Román viene contigo.

-¿Cómo dices?

-Es tu nueva compañera.

-Estarás de broma.

Barbany me obsequió con una de sus sonrisas de anuncio de dentífrico.

-En absoluto -respondió.

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-No parece muy contento de tenerme como compañera, inspector.

Estábamos ya en el coche, camino de la escena del crimen, cuando me hizo esa pregunta.

-Mire subinspectora, tal vez me considere usted un retrógrado después de decirle esto, pero creo que este es un trabajo para hombres.

-Ya veo, piensa que estaría mejor en casa, cuidando de un marido y una numerosa prole.

-No es eso. Me importaría un bledo que fuese usted directiva de una multinacional o la puñetera presidenta del gobierno...

-Pero no policía -dijo ella acabando mi frase.

-No se le tome a mal, pero en este oficio uno ve cosas que...

-Estoy curada de espantos inspector. Crecí en las calles del casco antiguo. Mi madre era prostituta, a mi padre nunca le conocí. Cuando mi madre recibía a un cliente me enviaba a jugar a la calle. Allí vi de todo. Putas, proxenetas, drogadictos, chorizos..No es que solo los viera en la calle, eran nuestros vecinos, la gente que nos saludaba en la escalera, los que llamaban a la puerta para pedirnos sal y que nos felicitaban por Navidad. Créame, nada de lo que vea en el ejercicio de mi profesión puede ya asustarme o sorprenderme.

Respondí con un gruñido. ¿Qué podía decir después de oír esa declaración?

[1] Morales se refiere al caso que vimos en su primera aventura conocida y relatada en: “Siete”

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Capítulo 2

Cuando llegamos al parquing Sara Pons, la forense, ya estaba allí analizando el cadáver.

-¿Qué hay Sarita, está mejor tu pequeña?

-Mucho mejor, gracias. No era más que un resfriado.

-¿Qué puedes decirme?

-Una sola puñalada, directa al corazón. No puedo asegurarlo hasta que haga la autopsia, pero por el aspecto del cadáver diría que ha seccionado la arteria pulmonar. Lleva muerto unas seis horas.

-¿Puedes aventurar el tipo de arma que se usó?

-No me hace falta, la han encontrado en un contenedor cercano.

-Una sola puñalada, el asesino debe ser un profesional -intervino Juanita.

-O ha tenido suerte -respondí. -Perdonad mi falta de educación. Os presentaré, Sara Pons, nuestra mejor forense; subinspectora Juanita Román, mi nueva compañera.

-Encantada. -dijo Sara- No se si felicitarte o compadecerte.

-Muy graciosa, Sarita -dije.

En esos momentos un sargento puso en mis manos el arma del crimen dentro de una bolsa. Se trataba de una navaja plegable con una hoja de unos 15 cm.

-Hemos encontrado una huella en la empuñadura- dijo. -La estamos cotejando.

-Bien. ¿Qué sabemos de la víctima?

El sargento sacó un bloc de notas de su bolsillo.

-Antonio Blanco, 31 años. Encarcelado en un par de ocasiones por tráfico de drogas. Un pez pequeño, un simple camello.

Me pasó una nota con los datos de la víctima.

-Ya veo.

-Hemos encontrado su cartera al lado de la víctima, no se si se habrán llevado algo de dentro, pero han dejado toda la documentación y trecientos euros en billetes de cincuenta.

-Gracias sargento. Avísenme cuando tengan los resultados de esa huella.

Bueno subinspectora, aquí ya no hacemos nada. Vamos a investigar el entorno de la víctima.

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Blanco vivía en un barrio marginal. No tenía familia. No sacamos nada en claro. En un barrio como ese los vecinos se cerraban en banda ante la policía.

Registramos la vivienda de Blanco, una auténtica pocilga. No encontramos nada que pudiera sernos útil, así que regresamos a comisaría para estudiar el historial de la víctima.

Blanco había sido encarcelado en dos ocasiones por mercadeo, un pez pequeño, como nos había dicho el sargento. Había salido de la trena hacía siete días tras serle reducida su condena por buena conducta. No se le conocían enemigos, claro que dada su ocupación podía creárselos fácilmente. Con los datos que teníamos no podíamos avanzar en el caso. Tendríamos que esperar a que identificaran la huella del arma del crimen, pero no tendríamos los resultados hasta la mañana siguiente.

-Bueno, subinspectora, parece que tendremos que dejarlo hasta mañana.

-Eso parece.

-Entonces, ¿Nos vamos?

-No veo que más podemos hacer de momento.

Me quedé observándola mientras se ponía la chaqueta y recogía su bolso. La verdad es que era una auténtica monada.

-¿Le apetece una cerveza, subinspectora? Yo invito.

-¿Porqué no? Acepto la invitación.

Entramos en el ascensor y su perfume invadió mis fosas nasales. No soy un tipo enamoradizo, pero lo cierto es que Juanita empezaba a hacer mella en mi corazón de solterón empedernido.

-Ya que vamos a ser compañeros -dije -creo que podríamos tutearnos.

-Me parece bien.

-Entonces llámame Pedro.

-Y tú a mi Juanita.

-Entonces, Juanita, hoy te mostraré los secretos de “La Guarida”.

-¿La Guarida?

-El antro con la cerveza más fría y las tapas más suculentas de la ciudad.


Capítulo 3

A la mañana siguiente, en comisaría, nos esperaba el resultado del análisis de la huella. Pertenecía a Bernardo Rojo, fichado por proxenetismo. Había compartido celda recientemente con Antonio Blanco. Actualmente con paradero desconocido.

-Bueno Juanita, vamos a dar un paseo.

-¿Algún lugar en concreto?

-Le haremos una visita a mi amigo “Peladilla”.

-¿Peladilla?

-El Peladilla es uno de mis confites. Antes hacía de chulo, seguro que sabe algo de Rojo.

-¿A qué esperamos?

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Fuimos hacia el bar Galaxia, en el casco antiguo, el Peladilla pasaba allí la mayor parte del día. Efectivamente, cuando llegábamos pude verle en la terraza. Se lo estaba señalando a Juanita cuando nos vio llegar y se dio a la fuga internándose en el laberinto de callejuelas que forma el distrito. Corrimos en su persecución.

-Maldita sea Peladilla, no me hagas correr- grité mientras lo perseguía doblando esquina tras esquina.

El Peladilla estaba en forma y poco a poco fue sacándome ventaja, mientras, había dejado de oír los pasos de Juanita detrás de mi. Cuando al girar una de las esquinas lo vi desaparecer tras la siguiente, estuve seguro de que lo había perdido, ya que el callejón que había tomado desembocaba en una calle principal, pero cual fue mi sorpresa al encontrármelo parado con las manos en alto. Juanita estaba al otro lado del callejón apuntándole con su pistola.

-Joder Peladilla, te dije que no me hicieras correr- le dije dándole una colleja.

-¿Y qué esperabas Morales? Estaba tan tranquilo, tomándome un cubata, cuando de pronto aparecéis tú y Harryet la sucia señalándome con el dedo...

-Ella es la subinspectora Román para ti- le corté dándole otra colleja.

-¿Qué queréis? No me he metido en líos en mucho tiempo.

-Buscamos información.

-¿Y qué ofrecéis a cambio?

-No me toques los cojones Peladilla, puedo traerte muchos problemas y lo sabes.

-Joder, tan rácano como siempre Morales. Esta bien, ¿qué buscáis?

El Peladilla nos dio una dirección donde, según él, encontraríamos a Rojo. Le solté no sin antes advertirle que si volvía a huir de mi le metería una temporadita en la trena.

-¿Como supiste por donde iba a salir ese bicho?- le pregunté a mi compañera.

-Ya te dije que crecí en este barrio. Conozco estas calles como la palma de mi mano.

-Estás hecha una caja de sorpresas, compañera.

-No lo sabes tú bien, compañero.

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Cuando llegamos a la dirección que nos dio el Peladilla encontramos la puerta entreabierta.

-Mala señal -le dije a Juanita mientras sacaba mi pistola. Ella me imitó y entramos.

-Bernardo Rojo, somos de la policía.

Nadie contestó a mi aviso. Toda la casa estaba revuelta, tenía toda la pinta de un robo. Revisamos la casa y encontramos a Rojo en su habitación. Estaba tumbado en la cama, le habían abierto un tercer ojo en mitad de la frente, calibre 9 mm.

-Joder, esto se complica.

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-La víctima no presenta señales de violencia-nos dijo Sara después de inspeccionar el fiambre. -Aparte del agujero en la cabeza, claro, causado por una bala de 9 mm.

-¿Qué opinas? -pregunté a Juanita mientras se llevaban el cadáver y los de la científica peinaban la vivienda en busca de pruebas.

-El asesino entró en la vivienda, la cerradura no parece forzada así que; o bien tenía llave o es muy hábil con la ganzúa. Seguramente encontró a Rojo en la cama y lo despachó antes de que pudiera defenderse. Después registró la casa buscando algo, si lo encontró o no, debemos averiguarlo. También sería útil saber que buscaba, si lo averiguamos sabremos quién es el asesino.

-O al revés,-respondí -si averiguamos quien es el asesino, sabremos que buscaba. Ya llevamos dos cadáveres y aun estamos como al principio. Vamos a comisaría a repasar los archivos, a ver si los dos fiambres tienen algo más en común aparte de haber compartido celda.

Capítulo 4

Al llegar a comisaría, Juanita se sentó frente al ordenador y buscó los expedientes de Blanco y de Rojo. Ambos habían compartido celda con otros dos individuos:

Carlos Gris, encarcelado por diversas estafas. Sus especialidades; el timo de la estampita y el del Conde Arnau.

David Pardo, encarcelado por el robo a una joyería cuatro años atrás. Lo pillaron cuando estaba a punto de huir del país en un autocar con destino París. No llevaba las joyas con él y nunca se encontraron. Pardo nunca dijo donde las había escondido, su paradero seguía siendo un misterio.

Al parecer, Blanco, Rojo y Gris habían salido el mismo día de la trena, beneficiándose de una amnistía general. Pardo no tuvo tiempo de acogerse a esa amnistía, murió dos meses antes de neumonía.

-¿Estás pensando lo mismo que yo?-dije.

-¿Que Pardo les dijo a esos tres donde tenía escondidas las joyas?

-Y que se han matado el uno al otro para quedarse con todo.

-Tenemos que encontrar a Carlos Gris...Aquí está su dirección. ¿Vamos?

-Ya tardamos.

Gris vivía en una casita en las afueras. Llamamos pero nadie respondió. Miré por una de las ventanas y vi a Gris, lo reconocí por la foto de su ficha, estaba en una butaca completamente inmóvil. Golpeé la ventana para llamar su atención pero no se movió en absoluto. Me temí lo peor, así que eché la puerta abajo y entramos. A pesar del ruido Gris no se movió, Juanita puso dos dedos en su cuello para tomarle el pulso. Me miró y movió negativamente la cabeza.

-Está muerto -dijo.

-Mierda. Llama a comisaría, que envíen al forense. Mientras echaré un vistazo por aquí.

Encontré la pistola en un cajón. Una 9 mm que había sido usada hacía poco.

-¿Qué te apuestas a que esta es la pistola que mató a Rojo? -dije.

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-No tiene ninguna herida o lesión visible -nos dijo Sara después de examinar a Gris – así que no os podré decir la causa de la muerte hasta que le haya hecho la autopsia.

-Gracias Sarita.

Estaba mirando como dos empleados colocaban al fiambre en una camilla para llevárselo al depósito cuando observé algo raro.

-Un momento -dije.

Gris tenía el puño cerrado, sujetando algo. Abrí su mano y saqué una bola de papel.

-Pueden llevárselo.

-¿Qué es eso? -preguntó Juanita.

-No estoy seguro.

Desenrollé la bola y alisé tres pequeñas hojas de papel sobre las que había dibujadas una serie de pequeñas líneas horizontales, verticales y diagonales. Las tres hojas eran distintas y no tenían ningún sentido, por lo menos para mi.

-¿Entiendes algo? -pregunté a Juanita.

-No había visto nada parecido. Debe ser una clave.

-Y debe ser importante, ya que se aferró a ello en el momento de su muerte.

-¿Qué crees que puede ser?

-Ni idea, pero debe ser algo valioso, tres hombres han muerto por ello.

-¿Crees que tiene relación con los asesinatos?

-No tengo la menor duda. Tres hombres, tres mensajes en clave. ¡Claro! Seguramente estos mensajes nos dirán donde están las joyas desaparecidas.

-Y cada uno de ellos tenía uno de esos papeles y se mataron uno al otro para conseguir los otros dos. ¿Eso es lo que crees?

-Creo que es muy posible.

-Si, pero...

-¿Pero?

-Si tu teoría es cierta, Bernardo Rojo mató a Antonio Blanco para conseguir su clave, después, Carlos Gris le mató a él y consiguió reunir los tres mensajes. ¿Voy bien?

-Vas bien.

-¿Y entonces Gris se muere de un infarto o vete a saber qué? Algo no me cuadra.

-Creo que la muerte de Gris no tiene nada de natural.

-¿Pero, en ese caso, quién le mato y porque no se llevó los mensajes?

-Esa es una buena pregunta.

Capítulo 5

Horas después recibí una llamada de Sara, la forense. Al parecer había encontrado algo. Juanita y yo fuimos a verla de inmediato.

-¿Qué has encontrado Sara?

Vuestra víctima a sido envenenado. Por Talio.

-¿Talio?

-El Talio tiene muchos usos. Se emplea en componentes electrónicos, lentes ópticas y... raticidas.

-¿Le han dado veneno para ratas?

-Eso parece. Y quien lo ha hecho sabía lo que se hacía. El cuerpo humano absorbe el Talio muy eficientemente, especialmente a través de la piel, los órganos respiratorios y el tracto digestivo.
El envenenamiento por Talio es mayormente causado por una toma accidental de veneno de rata, el cual contiene grandes cantidades de sulfato de Talio. Aparecerán dolores estomacales y el sistema nervioso será dañado. En algunos casos los daños son irreversibles y la muerte sigue pronto.


-¿Como de pronto?


-Depende, en este caso le dieron una dosis letal hace dos días. Cuando le habéis encontrado llevaba muerto solo dos horas.


-El que le dio el veneno quería tiempo para procurarse una coartada para el momento de su muerte.


-Eso debéis decirlo vosotros.


-Gracias Sara. Buen trabajo.


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-¿Qué opinas, subinspectora?


-Bueno, se me ocurre una teoría, pero...


-¿Estás pensando lo mismo que yo?


-Es de locos.


-Pero plausible. Tal vez nunca podamos demostrarlo, pero estoy seguro de que fue Blanco quien le administró el veneno a Gris. Piénsalo, Blanco era camello, seguro que solía cortar la droga para aumentar sus ganancias. A veces, los camellos usan raticida para ello. Al ser en pocas cantidades los efectos son mínimos. Blanco debía conocer la substancia lo suficiente para no envenenar a sus clientes.


-Si eso es cierto, todos ellos son a la vez víctimas y asesinos.


-Y han acabado el uno con el otro en un círculo cerrado letal.


-¿Y que hay de los mensajes en clave?


-Creo que eso podemos dejarlo para mañana. ¿Cenamos juntos subinspectora?


-Pero esta vez invito yo y escojo el lugar.


-Acepto.


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Juanita escogió para nuestra cena un restaurante iraní. La verdad es que la comida estaba muy buena. Intercambiamos anécdotas de nuestros tiempos de patrulleros y echamos unas risas. Fue entonces, mientras oía la risa de Juanita, una risa fresca y cristalina como campanillas de plata, fue entonces digo, que me di cuenta de que estaba enamorado de mi compañera.
Si, ya se lo que estarán pensando. La conocía hacía apenas tres días. Pero estas cosas pasan, incluso al más bregado.
La acompañé hasta su casa dando un paseo, ambos habíamos bebido demasiado para conducir.


-Ha sido una velada agradable -dijo.


-Y divertida -respondí.


Entonces me miró fijamente con esos ojazos color miel que aún hoy hacen que me derrita.


-¿Quieres subir a tomar la última en mi casa?


-Estaba a punto de proponerlo.


Capítulo 6


Cuando desperté a la mañana siguiente, no reconocí el lugar donde me encontraba. Durante unos segundos me sentí confuso, pero pronto recordé como había llegado hasta allí. Giré la cabeza a mi izquierda y contemplé a la mujer que había compartido su cama conmigo esa noche. Me pregunté si había hecho bien, liarse con un compañero de trabajo suele ser problemático en nuestra profesión. Pero, ¡que diablos!, Juanita valía la pena.

La besé suavemente en el hombro y eso hizo que despertara. Me miró con esos bellos ojos color miel y sonrió seductoramente.

-Buenos días- dijo.

-Buenos días. Anda levántate tenemos trabajo.

Dio media vuelta y se abrazó a la almohada.

-Cinco minutos más...porfavoooor

-De eso nada. Arriba perezosa, hay tres crímenes por resolver.

Después de un tirón de sábanas y dos cafés bien cargados, nos dirigíamos a comisaría.

-¿Crees que podemos tener problemas?

-No está prohibido que dos compañeros se líen, pero los jefazos no lo ven con muy buenos ojos. Creo que, por ahora, deberíamos llevarlo en secreto.

-Si, me parece que es lo mejor. De momento.

-Si. De momento.


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Cuando llegamos a comisaría recibimos el aviso de que Barbany quería vernos. Nos miramos preocupados.


-No puede saberlo -dije. -A menos que haya instalado cámaras en tu habitación.


-Tienes razón, pero por un momento el corazón me ha dado un vuelco.


Barbany, evidentemente no sabía nada de lo nuestro, solo sentía curiosidad por como nos iba trabajando juntos.


-Juanita...quiero decir la subinspectora Román a demostrado ser una buena profesional. Seguro que acabaremos entendiéndonos de maravilla.


Barbany me miró como si no acabara de creerse lo que oía.


-¿Y usted que dice, subinspectora?


-Estoy de acuerdo con el inspector Morales. Creo que nos hemos entendido desde el principio.


-Bien, me alegra oír eso. Y ahora...¿Qué me decís de vuestro caso? Parece que habéis llegado a un punto muerto. Parecería que el caso está cerrado.


-Queda un pequeño detalle Marc.


-¿Te refieres a las joyas? ¿Crees que podréis descifrar esos papeles?


-Tengo un amigo que es un experto en códigos. Un profesor universitario. Si me das permiso para enseñarle esos códigos...


-Adelante, hazlo. Estaría bien resolver dos casos a la vez.


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Conocí a Raul Salas en la mili y si bien no nos habíamos visto mucho desde entonces, seguíamos manteniendo el contacto. Cuando le llamé no puso ninguna pega. Dijo que sería un placer volver a verme y ayudar a la policía de paso. Nos recibió en su despacho en la universidad.


-¡Pedro, que alegría tío! ¿Como lo llevas camarada?


-Como siempre, ya sabes, protegiendo la ciudad y todo eso.


-¿No vas a presentarme a tu amiga?


-Claro.


Hice las presentaciones y le expliqué nuestro caso a Raul.


-Déjame ver esos mensajes.


Los estudió un par de minutos y una sonrisa iluminó su rostro.


-No me digas que ya lo has resuelto -dije.


-Pues si, y tú también deberías haberlo resuelto. ¿No me dijiste una vez que de joven habías leído las aventuras de Tintín?


Epílogo


-¿Qué tiene que ver Tintín con todo esto? -pregunté pensando que Raul quería tomarme el pelo.


-¡Venga! El se encuentra con el mismo problema que tú en “El secreto del Unicornio”.


Hice memoria y no tardé en recordar a que se refería Raul.


-No, no puede ser tan fácil.


Junté las tres hojas de papel y las puse a contraluz. Las líneas de los tres mensajes se unieron formando un único mensaje, claro y en castellano:


VESTIBULO HOTEL CLARAMUNT – TRAS EL BODEGON


Lo habíamos tenido delante de las narices todo el tiempo.


-Gracias Raul, has sido de mucha ayuda.


-No ha sido nada. Seguro que al final, tú también lo habrías resuelto.


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El Hotel Claramunt se hallaba en la misma manzana que la joyería que había robado David Pardo. Juanita y yo entramos en el vestíbulo y nos paramos frente a un bodegón que estaba colgado en una de las paredes.


-¿Crees que lo que sea aún estará aquí después de cuatro años? -preguntó Juanita.


-¿Porqué no? No perdemos nada por comprobarlo.


Fuimos a recepción y tras identificarnos pedimos hablar con el gerente del hotel. Le explicamos la situación y le pedimos que descolgara el cuadro para poder examinarlo.


-No hay problema inspectores. Por favor, pasen a mi despacho mientras uno de mis empleados descuelga el cuadro.


Esperamos en el despacho y al poco rato entró un botones cargando el cuadro. Lo examinamos y en la parte de atrás encontramos una pequeña llave pegada al marco con cinta aislante.


-¿Qué creen que abre esa llave? -preguntó asombrado el gerente.


-Conozco este tipo de llave -respondí. -Abre una de las taquillas de la Estación Central.


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Efectivamente, encontramos la taquilla y sorprendentemente, dentro de ella aún estaba una bolsa de deporte con el botín en su interior. Había estado allí, delante de todo el mundo, durante cuatro años. Pardo había encontrado el escondite perfecto. ¿Quién habría imaginado que un tópico de las películas de tiros hubiese funcionado tan bien?


La verdad es que si lo miráis bien, es un caso de lo más atípico. Empezó como un simple caso de asesinato y acabamos con tres víctimas, tres asesinos y resolviendo un robo de cuatro años de antigüedad y todo ello sin ningún detenido. Pero caso resuelto al fin y al cabo.


Juanita y yo seguimos siendo pareja, tanto en el terreno profesional como en el sentimental, y nos va muy bien.


Y nada más queda por añadir. Solo despedirme hasta un nuevo caso.
¡Nos vemos!


FIN



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