martes, 21 de junio de 2011

El Pueblo Árbol

Historia original de Esther Rodriguez.

Adaptación de Lorenzo Salgado.





El Pueblo Árbol



Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que pueda soñar tu filosofía.

Hamlet (Acto I, escena V)



PRÓLOGO



Era un frío día de diciembre y me encontraba en un restaurante de carretera. A causa de mi trabajo viajo mucho y suelo frecuentar ese tipo de establecimientos. Estaba intentando combatir el frío con un plato de sopa caliente cuando se me acercó una anciana con aspecto de vagabunda que me pidió un par de monedas para poder pagarse algo de comer.



El dueño del local se dio cuenta de la presencia de la anciana y se acercó a nosotros con la clara intención de echarla a la calle y dejase de molestar a sus clientes. Tal vez me dejé influir por el ambiente de buena voluntad que nos invade a todos cuando se acerca la Navidad, el caso es que detuve al individuo y mientras le indicaba a la anciana el asiento frente a mi, pedí un segundo menú para ella.



-Es usted muy amable, se lo agradezco muchísimo- dijo.



-No tiene importancia.



-Para mi si la tiene y me gustaría pagárselo de algún modo.



-No tiene que pagarme nada, señora.



-Veo que le gustan las historias de terror.



Mi mirada fue hacia el libro de Stephen King que estaba leyendo y que había dejado a un lado de la mesa mientras comía.



-Es muy observadora.



-Le pagaré la comida con una historia de terror. Una historia real.



Me pareció una idea muy original, así que le dije que aceptaba el trato.



Esta es, palabra por palabra la historia que me contó tras la comida, mientras estábamos frente a sendas tazas de humeante café.



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I



Villa Encina era un pequeño pueblo de 500 habitantes. Uno de esos pueblecitos antiguos y pintorescos que hace cincuenta años, momento en que empieza esta historia, aún subsistían gracias a la agricultura y al pastoreo. Recibía su nombre de una gran encina que había en las afueras del pueblo, cerca de un río que bordeaba al mismo. Se trataba de un árbol milenario, de tronco tan grueso que ocho personas con los brazos estirados apenas lograban abarcarlo, una cosa de ramas retorcidas de aspecto monstruoso que había nacido en la época de los césares.



En esa época, en la estación del pueblo solo paraba un tren al día. Era mediados de julio cuando de ese tren se apeó una involuntaria visitante.



Ruth era una muchacha de catorce años, delgada y algo desgarbada. Ese curso había sacado muy malas notas y sus padres decidieron castigarla dejándola sin vacaciones. Mientras el resto de la familia salía de crucero por el Mediterráneo, ella debería pasar el verano en casa de sus abuelos, en el aburridísimo pueblo de Villa Encina.



Sus abuelos la estaban esperando en el andén y tras los besos y abrazos de rigor, se encaminaron hacia el pueblo. La casa de los abuelos era la última del pueblo, al lado izquierdo de la carretera secundaria que lo atravesaba. Cuando llegaron, Ruth se fijó en un muchacho que estaba sentado en la puerta de la casa de enfrente, al otro lado de la carretera. No parecía un pueblerino, iba vestido con ropa vaquera y llevaba el pelo largo hasta los hombros. El chico le dirigió un saludo con la mano al que ella respondió tímidamente.



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II



A la mañana siguiente, Ruth se puso su bikini y bajó al río a darse un baño, la verdad es que poca cosa más se podía hacer en aquel rincón de mundo. Cuando llegó, vio que no era la única que había tenido esa idea. El muchacho que la había saludado el día anterior se encontraba en el agua. Ruth se detuvo algo apartada y lo observó. El muchacho nadaba perezosamente, dando largas y lentas brazadas, parecía disfrutar del contacto con las frías aguas. Finalmente, vio a Ruth y la saludo con la mano, como el día anterior.



-Hola,-gritó-anímate, el agua está deliciosa.



Ruth se quitó el pareo con el que se cubría y sin pensárselo dos veces se lanzó al agua. El primer contacto con las gélidas aguas provenientes del deshielo fue un shock, pero pronto su cuerpo se adaptó a la temperatura, permaneció un buen rato flotando estática, con los ojos cerrados, disfrutando de la sensación de frescor.



El muchacho se acercó a ella.



-Creo que somos vecinos. Me llamo Carlos.



-Y yo Ruth.



-También eres forastera, ¿verdad?



-¿Como lo sabes?



-Ninguna chica de este pueblo llevaría un bikini como el tuyo. Aquí aún viven en la edad de piedra, ¿sabes?



-Yo creo que lo has adivinado porqué me viste llegar con las maletas.



-Me has pillado. Y yo que quería impresionarte con mis dotes de deducción.



-Tu tampoco eres de aquí, es evidente. Con ese pelo tan largo, en este pueblucho ya te habrían etiquetado de “mariquita”.



-Acertaste. La verdad es que me han condenado a pasar mis vacaciones aquí, en casa de mi tía, como castigo por mis malas notas.



-Vaya casualidad, acabas de contar la historia de mi vida. Yo estoy en casa de mis abuelos.



Los chicos continuaron charlando, nadando y tomando el sol hasta que llegó la hora de comer y volvieron al pueblo. Ya estaban llegando cuando Carlos comentó:



-Oye, se me ocurre una idea.



-¿De que se trata?



-Me he enterado que en el próximo pueblo, a unos diez kilómetros, están en fiestas. Esta noche hay baile, no será gran cosa, pero no hay mucho donde elegir.



-¿Y como vamos a ir, listillo?



-Podemos coger el ciclomotor de mi tía, tengo licencia.



-De acuerdo. ¿Quedamos aquí después de cenar?



-OK. Abrígate, aquí refresca bastante tras la puesta de sol.



-Lo haré. Hasta luego.



-Hasta luego.



Ruth entró en la casa de sus abuelos y le entraron algunas dudas. ¿Hacía bien aceptando la invitación de Carlos? No conocía de nada al chico. Pero, diablos, no tendría muchas posibilidades de divertirse durante su estancia en Villa Encina. Se sacudió las dudas y se animó con la perspectiva del baile, después de todo, Carlos parecía buen chico.



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III



Cuando Ruth comunicó sus planes a los abuelos, estos se negaron en redondo muy enfadados, dándole mil excusas.



-No conocemos de nada a ese chico-dijo su abuela.-Vete a saber que intenciones tendrá.



-Además, esta carretera es muy peligrosa de noche, estas montañas están llenas de animales peligrosos, os podría atacar alguno-dijo su abuelo.



-Y recuerda que estás aquí castigada.-le recordó su abuela-Nada de diversiones.



Ruth protestó y protestó hasta que su abuelo, enfadado, la cogió por un brazo, la subió a su habitación y la encerró con llave.



No podía creerlo, la habían encerrado, como a una niña pequeña, y todo por un estúpido baile de fiesta mayor.



Abrió la ventana y se asomó al exterior. La habitación estaba en un primer piso y daba a la carretera, desde allí podía ver la casa donde se alojaba Carlos. Justo al lado de su ventana bajaba una tubería de desagüe que llegaba casi a nivel del suelo. Bien, era una buena gimnasta, no le sería difícil bajar por ella y luego volver a subir. En el cielo podía verse una brillante luna llena.



Esperó hasta que vio aparecer a Carlos, este salía de la parte posterior de la casa, no por la puerta principal, Ruth adivinó porque.



Se asomó a la ventana, se agarró a la tubería y descendió ágilmente por ella. Cuando llegó al suelo, Carlos ya estaba a su lado.



-Veo que tus abuelos tampoco te han dado permiso para salir esta noche.



-Cuando te he visto salir por la parte de atrás de la casa ya me he imaginado que a ti tampoco. Mi abuelo me ha encerrado en la habitación. ¿Puedes creerlo?



-Mi tía me ha amenazado con lo mismo, pero por suerte no lo ha hecho. Salir de mi habitación no es tan fácil, me he escabullido por la puerta trasera.



-Bueno, ¿que hacemos ahora?



-Aún podemos ir al baile. Mi tía deja el ciclomotor fuera de la casa, podemos arrastrarlo con el motor apagado hasta que nos hayamos alejado un poco, después no habrá problema.



Antes de que Ruth pudiera responder, ambos pudieron escuchar un raro murmullo que procedía del pueblo. Miraron hacia allí y vieron un resplandor que parecía acercarse a donde estaban ellos.



-¿Que es eso?-preguntó Ruth.



-¡Y yo que se!



Se escondieron tras la esquina de la casa y lo que vieron les dejó asombrados.



Un numeroso grupo de personas, vestidas con largas túnicas oscuras y portando antorchas se acercaban. El murmullo lo producía esa gente que iba entonando una rara letanía en un idioma incomprensible.



Parecía que todo el pueblo se había reunido allí y a medida que el grupo avanzaba por la calle principal, la gente salía de sus casas y se unían a la extraña procesión, todos con túnicas y antorchas.



Al llegar a las últimas casas del pueblo, los abuelos de Ruth y la tía de Carlos también se unieron a ellos. El grupo salió del pueblo y se adentró en el sendero que conducía al río.



-¿Sabes de que va todo esto?



-No tengo ni idea.



-¿Los seguimos y lo averiguamos?



Carlos sonrió ante esa idea.



-Creo que puede ser más interesante que ese tonto baile de pueblerinos.



Siguieron a la gente del pueblo a cierta distancia. La luna llena alumbraba el sendero, por lo que no necesitaban ninguna luz para andar con seguridad.



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IV



Por fin llegaron hasta el pequeño claro que estaba dominado por la milenaria encina que daba nombre al pueblo. Todos formaron un corro alrededor del árbol y cuando el círculo estuvo completo, cesaron en su letanía y quedaron en silencio.



Ruth y Carlos, subieron a uno de los árboles que rodeaban el claro para poder observar mejor.



Uno de los hombres se adelantó hasta quedar frente a la encina, Carlos lo reconoció, se trataba de Don Manuel, el alcalde de Villa Encina. Llevaba en brazos un cordero lechal.



Levantó al animal en alto y pronunció unas extrañas palabras.



-”Turipies de la nacien. Mosnive a plircum con tronues topac.”



-¿En que idioma habla?¿Latín?-preguntó Ruth en un susurro.



-No parece latín. No tengo ni idea.



Don Manuel, dejó el lechal al pie de la encina, retrocedió y ocupó de nuevo su sitio en el círculo.



Lo que sucedió entonces, les puso los pelos de punta a los dos jóvenes que observaban la escena.



Las raíces de la encina se movieron dejando al descubierto un oscuro hueco que se tragó al animal.



Poco después, del mismo hueco surgió una extraña bruma verde que envolvió a los oficiantes del extraño rito. Desde el mismo momento en que empezaron a respirar la bruma verde, empezaron a transformarse. Su piel se oscureció y cuarteó y sus brazos y piernas empezaron a adoptar la forma de ramas y raíces. Unos minutos más tarde, una multitud de árboles humanos danzaba alrededor de la encina.



-¡Dios, esto es horrible, vayámonos de aquí!-dijo Ruth.



-¡Cállate, van a oírnos!



-Estoy muy asustada, yo me voy.



Ruth empezó a descender del árbol, pero en su precipitación, falló un pie y cayo al suelo produciendo un gran estrépito.



Carlos, desde lo alto del árbol pudo ver como las criaturas cesaban su danza y dos de ellas se separaban del grupo y se dirigían a donde ellos estaban. A pesar de su deformidad, Carlos pudo reconocer a su tía y a la abuela de Ruth. Entonces el chico tomó una valerosa decisión y bajó rápidamente del árbol.



-Escóndete, y no hagas ningún ruido pase lo que pase.



Ruth, aterrada, solo pudo asentir en silencio mientras Carlos salía al encuentro de las dos extrañas criaturas.



-Tía, ¿que está pasando aquí? ¿Que os ha pasado?



-Maldito crío-contestó su tía.-Te dije que te quedaras en casa esta noche. ¿Está contigo tu amiguita?



-No, sus abuelos la encerraron en su habitación y no ha podido escaparse.-respondió mirando fijamente al ser en que se había convertido la abuela de Ruth.



-Eres un estúpido. Ahora que has visto el rito del pacto, EL no te dejará escapar.



-¿El? ¿Quién? ¿Vais a contarme que está pasando?



-Hace más de mil años que esta encina es la morada de un espíritu antiquísimo. EL hizo un pacto con nuestros antepasados. Gracias a su poder, nuestras tierras son siempre fértiles y nuestras cosechas abundantes y nuestros rebaños se multiplican sanos y fuertes. A cambio solo requiere un pequeño sacrificio la primera noche de cada luna llena. Eso y nuestra comunión con el.



-¿Que vais a hacerme?



-Convertirte en uno de los nuestros, después ya nunca podrás abandonar el pueblo.



Ruth contempló desde su escondrijo como se llevaban a su amigo hasta el centro del círculo y como le hacían respirar la bruma verde. Dos minutos después, el muchacho se había convertido en otro árbol humano y señalaba hacia el escondrijo de su amiga.



Entonces ella se recuperó de su parálisis y escapó lo más rápido que pudo. Corrió y corrió hasta que no pudo más y después, siguió corriendo a pesar de todo.



No pudieron atraparla. Ruth desapareció y jamás pudieron encontrarla. Nunca volvió al pueblo ni a su casa de la ciudad, vagabundeó el resto de su vida sin pararse jamás en ningún lugar, por temor a que pudieran encontrarla los hombres-árboles y la primera noche de cada luna llena, se ocultaba en el primer agujero que encontraba, porque sabía que en Villa Encina, el pacto milenario se repetía y eso la llenaba de terror. Nadie volvió a saber de ella.



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EPÍLOGO



Cuando la anciana terminó su historia ya acabábamos nuestra segunda taza de café.



-Una historia espeluznante-dije.-Pero no pretenderá que me crea que es real.



-Claro que lo es. ¿Que le hace suponer lo contrario?



-Bueno, si Carlos se convirtió en uno de ellos y Ruth desapareció de la faz de la tierra...¿Como puede usted conocer la historia con tanto detalle.



-Es fácil, ya debería usted haberlo adivinado-dijo mientras se levantaba de su asiento y se ponía su abrigo.



-Creo que no la sigo.



La anciana me sonrió dulcemente, con esa sonrisa que solo saben poner las abuelas cuando les explican algo evidente a sus nietos.



-Es fácil-repitió.-Yo soy Ruth.



Entonces abandonó el local y ya nunca más he vuelto a encontrarla.



FIN
















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