Tras
sus aventuras en Tierras Baldías, entre los reinos de Kaurán y
Aristán, Arex regresa a la pequeña aldea de Vanaheim donde se crió.
Durante un tiempo se divierte contando sus aventuras a sus familiares
y amigos de la infancia, pero pronto se cansa. La vida en la aldea y
sus habitantes, de talante frío y hosco como el clima del lugar, le
aburren. Así que, cuando oye rumores sobre un posible levantamiento
de los pictos para reconquistar las tierras que décadas atrás les
arrebató Micosia, se une a un pequeño grupo de compatriotas que
pretenden alistarse en el ejército micosiano.
PROLOGO
Los
trabajadores del puerto de Duncarc, ciudad costera de Micosia, se
prepararon para recibir al Orgullo
de Ägir, un
carguero procedente de Vanaheim. El carguero llevaba dos días
fondeado a dos millas del puerto en espera de un hueco para poder
descargar, ya que la mayor parte del puerto estaba ocupado por los
bajeles de guerra de la flota micosiana.
En
el momento de tocar puerto, desembarcaron cinco hombres que habían
viajado como pasajeros. Todos eran altos, de cuerpos musculosos,
vestían cotas de mallas y llevaban grandes espadas colgando de sus
caderas. Cuatro de ellos eran muy jóvenes, diecisiete o dieciocho
años, y lucían largas melenas rubias recogidas en dos trenzas. El
quinto era algo mayor, aparentaba unos veinticinco años, su pelo era
rojo y lo llevaba suelto, sus compañeros parecían tratarlo con el
respeto debido a un líder.
Uno
de los jóvenes se acercó al pelirrojo y le dio una palmada en la
espalda que habría derribado a un hombre más débil.
-Oye,
Arex. ¿Qué tal si vamos a probar ese vino micosiano del que tan
bien nos has hablado?
-Ya
tendrás tiempo de visitar todas las tabernas de Duncarc,
Balder-respondió el aludido.- Lo primero es ir a la oficina de
alistamiento.
Dos
horas más tarde, los cinco vestían el uniforme de legionario y se
encaminaban a sus cuarteles.
-¡No
puedo creerlo! ¿Arex? ¿De verdad eres tú, maldito norteño?
Los
cinco se giraron para identificar al que había emitido esas
palabras. Vieron a un hombre bajo, en comparación con ellos, de gran
musculatura, piel bronceada y ojos rasgados.
-¿Hagib?
-Puedes
apostar por ello. No te veía desde nuestro encuentro con ese maldito
ídolo-lobo (1). ¿Como te ha ido desde entonces?
-No
tan bien como a ti por lo que veo. -respondió Arex estrechando la
mano de su antiguo compañero. -¿De verdad eres centurión o le has
robado ese casco a su legítimo dueño?
-Es
una larga historia. ¿Son amigos tuyos estos muchachos?
-Son
compatriotas, hemos hecho el viaje hasta aquí juntos. Son buenos
muchachos, hábiles con la espada y el hacha de guerra.
Hagib
observó a los jóvenes con mirada crítica e hizo un movimiento
afirmativo con la cabeza.
-Si
sois la mitad de buenos que vuestro pelirrojo amigo sois bienvenidos.
¿Donde os han destinado?
-Segunda
cohorte, tercera manípula.
-¡Vaya!
Entonces estáis bajo mis ordenes, venid, os asignaré vuestras
literas y después iremos a la taberna, quiero saber en que líos te
has metido desde nuestro último encuentro.
- Ver: “El dios licántropo”
I
Gracus
despertó con un terrible dolor de cabeza, sentía como si mil
tambores resonaran en el interior de su cráneo. Sacudió la cabeza
para librarse del ruido, pero los tambores siguieron sonando. Intentó
estirar los brazos para librarse de la sensación de anquilosamiento
que sentía en todo su cuerpo y descubrió que no podía moverse. Por
fin, se decidió a abrir los ojos y descubrió que su inmovilidad se
debía a que estaba atado a un poste, también descubrió que los
tambores eran reales.
Se
encontraba en el centro de un poblado picto. Su mente se fue
aclarando y recordó como había llegado allí. Había salido de
Fuerte Tulsen con tres compañeros en misión de exploración, para
intentar averiguar que planes tenían los pictos, cuando fueron
sorprendidos en medio de la selva por un grupo de esos salvajes. Se
defendieron bien, pero acabaron sucumbiendo ante la superioridad
numérica del enemigo. Lo último que recordaba era que había
recibido un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente.
Eso
había sucedido dos horas antes del ocaso, ahora la luna llena
brillaba directamente sobre su cabeza.
Echó
un vistazo a su alrededor y reconoció la típica distribución de un
poblado picto. Varias construcciones de madera con techumbre de paja
dispuestas en círculos concéntricos alrededor de una gran plaza
central en cuyo centro ahora ardía una gran hoguera. A un lado un
grupo de hechiceros adornados con tocados de plumas de pavo tocaban
los tam-tam sagrados cuyo sonido le había despertado. En el lado
opuesto habían levantado un estrado sobre el que varios jefes bebían
y hablaban entre ellos, Gracus reconoció gracias a las pinturas con
que se adornaban a los líderes de los clanes del lobo, del cuervo y
del león, los otros cuatro llevaban símbolos que no reconoció y
supuso que pertenecían a otros clanes desconocidos para el.
Alrededor
de la hoguera cientos de guerreros danzaban y aullaban haciendo aún
más ensordecedora la algarabía producida por los tambores. Eran
hombres de piel morena y de baja estatura, pero Gracus sabía que no
debía menospreciarlos por ello, sabía por propia experiencia que
eran temibles guerreros. Algunos de ellos llevaban corazas hechas de
cuero endurecido que protegían sus torsos, pero la mayoría iban
desnudos, a excepción de un taparrabos. Todos ellos portaban lanzas
y escudos de cuero y largas espadas que pendían de sus cinturas,
cubrían sus cuerpos sudorosos con pinturas de guerra que a la luz de
la hoguera les daba el aspecto de diablos.
De
pronto se escuchó un grito que se elevó por encima del sonido de
los tambores y los aullidos de los guerreros y que provocó que se
hiciera el más absoluto silencio.
De
entre el grupo de hechiceros un hombre se puso en pie y se encaminó
hacia el estrado donde departían los jefes. Se trataba de un hombre
de extrema delgadez, parecía tener solo piel y huesos, una multitud
de arrugas surcaban su cuerpo y rostro y su larga melena era
completamente blanca. Parecía tan viejo como el mundo. Gracus no le
había visto nunca, pero reconoció al hombre del que todos hablaban
con temor reverencial. Era Morn McTarg, el más poderoso hechicero
de su raza, de quién se decía que podía hacerse obedecer por los
animales de la selva.
Morn
se detuvo frente al estrado y pronunció unas palabras con voz
gutural. Uno de los jefes se puso en pie y le respondió. Ambos
hablaban en un dialecto que Gracus no había oído nunca por lo que
la conversación fue completamente incomprensible para él. Morn
respondió al jefe elevando la voz y haciendo grandes aspavientos
mientras señalaba al prisionero. El rostro del jefe mostró una
expresión de cansancio o hastío, como si hubieran tenido esa
conversación mil veces en el pasado. Finalmente, respondió con un
monosílabo mientras hacía un gesto con el brazo y se sentó de
nuevo.
Morn
dio media vuelta y se encamino al centro de la plaza, se detuvo a
escasa distancia de la hoguera, levanto los brazos y entonó una
extraña salmodia.
En
ese momento se hizo el silencio en la selva sumándose esta al
silencio del poblado, ya solo podía oírse la voz gutural de
Morn
McTarg que no cesaba en su cántico.
Pocos
minutos después, Gracus pudo observar unas sombras que salían de la
oscuridad de la selva y se internaban en el poblado y que al quedar
iluminadas por la hoguera identificó como un grupo de lobos. Contó
siete animales en total que se internaron en el poblado sin acercarse
a ninguno de sus habitantes. Morn habló al que parecía su líder y
señalo a su prisionero.
Lo
último que pudo ver Gracus antes de abandonar este mundo fueron las
fauces del lobo líder antes de que se clavaran en su garganta.
II
El
sol naciente teñía de rojo las aguas del océano cuando las diez
naves que transportaban a la tercera legión partieron del puerto de
Duncarc dando la sensación de que estas se deslizaban sobre un mar
de fuego líquido.
Sobre
la cubierta de una de esas naves, Arex y Hajib conversaban con la
mirada fija en el horizonte.
-Hace
treinta años, el rey Gaélicus decidió ampliar su reino invadiendo
las islas pictas- explicaba Hajib.- Envió tropas para conquistar las
islas, pero los pictos resultaron irreductibles. Tras diez años de
lucha, las legiones apenas se habían internado unos cien kilómetros
en el territorio y a costa de gran pérdida de tropas. Gaélicus
murió y cuando su heredero, el actual rey Gaélicus II se coronó,
decidió dar fin a la invasión. El gasto en tropas y recursos
empleados en conquistar aquel miserable pedazo de terreno había sido
excesivo. Retiró a las tropas de la isla y dejo solo una guarnición
en Fuerte Tulsen para proteger a los pocos colonos que se habían
instalado en la costa.
La
guarnición se ha defendido bien desde entonces de los ataques de
diferentes clanes. Pero ahora corren rumores que uno de los jefes a
conseguido unir a todos los clanes para un ataque definitivo y
recuperar el territorio perdido ante Micosia.
-¿Crees
que son ciertos esos rumores?
-Es
difícil de decir. Los pictos son muy territoriales, siempre hay
algún enfrentamiento entre diferentes clanes. Si esos rumores son
ciertos, el hombre que ha conseguido unir a las distintas facciones
debe ser un líder formidable.
-¿Qué
sabes de los pictos, qué clase de gente son?
-Son
gente menuda, de piel y cabellos oscuros, pero no debes
menospreciarlos por su tamaño, no encontrarás guerreros más
fieros, cuando luchan no dan ni piden cuartel, matar o morir, ese es
su lema.
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Conn
McCrow, jefe del clan del Cuervo, despertó a causa de las
insistentes llamadas a la puerta de su cabaña.
-¿Quién
es?
-Soy
Morn, tenemos que hablar.
-Vuelve
mañana, hechicero, estoy ocupado.
-No,
debemos hablar ahora.
Conn
hizo una mueca de disgusto. Se incorporó y miró al muchacho que
compartía su lecho, una sonrisa floreció en su rostro.
-No
te preocupes, Danar,- dijo acariciándole el rostro -no dejaré que
ese brujo te moleste.
Se
incorporó, se puso el taparrabo y una capa de piel de lobo y
abandonó la cabaña.
-¿Qué
quieres, Morn? Sabes lo que me disgusta que me molesten en la
intimidad de mi casa.
-Tus
preferencias sexuales no me interesan, Conn. Estoy aquí por otro
tema. Quiero que me entregues a uno de los prisioneros.
-¿Para
qué?
-Necesito
su sangre para preparar uno de mis hechizos.
-Ya
me estoy cansando de tus brujerías, viejo.
-¿Tengo
que recordarte que sin mi ayuda nunca habrías conseguido reunir a
todos los clanes?
-Está
bien, tú ganas, pero es la última vez. La próxima tendrás que
capturar tú mismo una víctima para tus negros experimentos.
-Bien,
sabía que serías razonable.
Conn
no replicó al irónico comentario del hechicero, se dio la vuelta y
entró de nuevo en la cabaña. El joven Danar le esperaba en la cama.
Conn lo abrazó, besó sus labios con ternura y se metió de nuevo en
la cama.
-¿Donde
nos habíamos quedado antes de esta inoportuna interrupción?
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Era
ya mediodía cuando las naves atracaron en la costa picta.
El
puerto de la colonia consistía en apenas una docena de cabañas de
pescadores que ahora se encontraban vacías ya que sus habitantes se
habían refugiado en el fuerte.
Tomaron
un camino que se abría paso a través de la selva y tras cuarenta
kilómetros de marcha llegaron a Fuerte Tulsen, cuatro hectáreas de
terreno rodeadas de una fuerte empalizada doble donde se emplazaban
treinta barracones capaces de albergar a una legión completa. Cuando
la guarnición, cerca de un centenar de hombres, y los colonos
refugiados los vieron llegar, respiraron aliviados.
Al
acabar el día, la tercera legión ya se había instalado y Hajib
encomendaba a Arex su primera misión.
-El
pretor Celsius a ordenado enviar exploradores al interior para
averiguar qué hay de cierto sobre esa unión de los clanes. Creo que
tu y tus compatriotas sois los mas adecuados.
-Esta
selva no es muy diferente de los grandes bosques de mi país. Creo
que los chicos lo harán bien. ¿Cuando partimos?
-Inmediatamente.
III
Conn
McCrow corría abriéndose paso a través de la maleza, huyendo de la
jauría que le perseguía. Había salido de caza esa madrugada cuando
se vio sorprendido por esa manada de lobos. Era un comportamiento
extraño, los lobos no suelen atacar al hombre. Sentía como los
animales iban rodeándolo poco a poco, pudo vislumbrar a algunos de
ellos corriendo por sus flancos para cerrar el círculo. Debían ser
entre doce o quince ejemplares y estaban liderados por un enorme
ejemplar de pelaje blanco.
Cuando
el círculo estaba a punto de cerrarse llegó a un zona donde la
jungla se aclaraba, apoyo la espalda contra un árbol para que no
pudieran atacarle por atrás y, dado que perdió su lanza durante la
carrera, desenvainó la espada y se dispuso a vender cara su vida.
Los
lobos salieron lentamente de la espesura y formaron un semicírculo
alrededor de Conn mientras el líder albino se quedaba atrás. El
primero de los lobos saltó hacia él, pero con un hábil movimiento
de su espada lo ensartó dándole muerte. El segundo lobo lo atacó
antes de que pudiera liberar su espada, ya se daba por muerto cuando
una daga certeramente lanzada surgió de la espesura acabando con el
animal.
Conn
miró hacia el punto donde había surgido la daga y vio aparecer a la
carrera a un gigante de pelo rojo, vestido con cota de mallas que
blandía una enorme espada. El gigante acabó con dos de los lobos
con sendos mandobles antes de que Conn reaccionara y atacara a su
vez. Cuatro lobos más cayeron antes de que el resto huyera a través
de la oscura jungla, todos excepto su líder.
Era
el lobo más grande que Conn había visto en su vida y se acercaba
lentamente a él con las fauces abiertas. De reojo vio al gigante
pelirrojo acercarse con la espada en alto.
-¡No!
Este es mio.
El
otro se detuvo a prudente distancia pero se mantuvo alerta con la
espada en alto.
La
bestia saltó buscando la garganta de Conn pero este describió un
brillante arco con su espada y el animal cayó con la cabeza separada
de su cuerpo.
Así
que toco el suelo, la bestia sufrió una transformación y su cuerpo
se convirtió en el de un humano. Conn agarró la cabeza por su larga
melena blanca.
-¡Morn
McTarg! Hechicero del demonio, sabía de tus ansias de poder, pero no
imaginé que llegarías al extremo de atacarme. Bien, ahora tienes lo
que te mereces, espero que te pudras en el infierno.
Lanzó
lejos la cabeza del hechicero y se giró hacia el hombre que le había
ayudado.
-Soy
Conn McCrow, jefe del clan Cuervo.
-Soy
Arex de Vanaheim.
-No
quisiera parecer desagradecido, pero...¿Porqué me has ayudado?
Vistes el uniforme de la legión, eres mi enemigo.
-He
visto a un hombre atacado por los lobos. Nadie merece morir así, ni
siquiera un enemigo.
Conn
envainó su espada y tendió su mano a Arex que respondió del mismo
modo estrechando con su mano la que el otro le tendía.
-Enemigo
de mi pueblo o no, ahora tengo una deuda de vida contigo, Arex de
Vanaheim.
-Olvidalo.
-No
puedo, para un picto una deuda de vida es sagrada.
-Como
quieras.
-Supongo
que eres un espía.
-Si,
mi misión es averiguar que hay de cierto en esos rumores sobre una
unión de clanes y, de ser ciertos, vuestros planes de ataque.
-Bien,
puedes informar a tus jefes que la unión picta es un hecho y que
diez mil guerreros atacarán dentro de dos noches, con la luna llena.
-¿Y
me lo dices así, por las buenas?
-Te
estoy dando la oportunidad de recoger tus cosas reunir a los tuyos y
largarte de estas tierras antes del ataque.
-¿Crees
que así pagarás tu deuda de vida? Sabes bien que la legión no
abandonará el fuerte sin lucha.
-Lo
he intentado, haz lo que quieras. Suerte en la batalla, Arex. Adiós.
-Adiós,
Conn del clan Cuervo. Suerte en la batalla.
Arex
se quedó observando al pequeño guerrero hasta que desapareció
entre la espesura, dio media vuelta y volvió sobre sus pasos hacia
Fuerte Tulsen.
IV
El
silencio reinaba en Fuerte Tulsen mientras los hombres de la tercera
legión esperaban el ataque de los pictos. No se apreciaba movimiento
en el bosque que circundaba la explanada que rodeaba el fuerte, pero
todos sabían que el enemigo estaba allí, situándose para el
inminente ataque.
Arex
estaba de pie en lo alto de la empalizada, escudriñando la oscura
selva. A su lado, sentado con la espalda apoyada en el muro, Balder
jugueteaba con su arco. Hajib estaba con ellos.
-No
te pongas nervioso joven Balder- dijo.- Eso es lo que pretenden.
Se
acercó a Arex y le habló en susurros.
-Espero
que lo que te dijo ese picto sea cierto y el ataque sea esta noche,
porque de no ser así esta noche en vela solo servirá para crispar
los nervios de los hombres.
-Parecía
sincero. Además, ¿para qué mentirme?
En
ese momento, una infinidad de puntos luminosos surcaron el cielo.
-¡Flechas
incendiarias, cubríos!- gritó alguien.
La
lluvia de proyectiles se cobraron las primeras víctimas de la noche
y muchas de ellas se clavaron en las edificaciones de madera del
fuerte.
Los
primeros conatos de incendio fueron sofocados gracias a la rápida
intervención de los colonos refugiados que se apresuraron a
rociarlos con cubos de agua. Pero a la primera oleada de flechas le
siguió una segunda y una tercera. Poco después las edificaciones
del fuerte ardían iluminando la noche.
-Que
nadie dispare hasta que no los tengamos a la vista- gritaban los
centuriones.- no podemos malgastar flechas.
Las
tropas pictas surgieron de la selva con enorme griterío. Portaban
lanzas, espadas y hachas de guerra.
Los
defensores descargaron una lluvia de proyectiles, flechas, lanzas y
piedras. Causaron muchas bajas entre los atacantes, pero estos
avanzaron imparables y pronto las primeras escalas estuvieron
apoyadas contra el muro del fuerte. La tercera legión detuvo la
primera oleada de atacantes no sin sufrir muchas bajas. De pronto se
escuchó un fuerte estruendo.
-¡Traen
un ariete!- gritó alguien.-¡Que refuercen ese punto de inmediato!
Dos
centurias completas se movilizaron para reforzar la defensa de las
puertas y dificultar el trabajo del ariete, pero finalmente las
puertas cayeron y los pictos entraron en el fuerte.
Los
hombres abandonaron los arcos y echaron mano de las espadas y el aire
se llenó con el chocar de las espadas, los gritos de guerra y los
lamentos de los heridos.
La
ventaja numérica de los atacantes se impuso y tres horas después de
que empezara la batalla, solo unos cuarenta hombres entre los que se
encontraban Arex, Balder y Hajib formaban un círculo en el centro
del fuerte dispuestos a hacerles pagar caras sus vidas a los pictos.
-¡Alto,
cesad el ataque!
Los
pictos se detuvieron ante aquella orden que se elevó por encima del
sonido de la batalla. La muchedumbre que rodeaba a los supervivientes
se apartó para dejar paso a la figura que profirió esa orden. Se
trataba de un jefe picto, vestido solo con un taparrabos y una capa
de piel de lobo y un yelmo que cubría su cabeza.
El
jefe picto se acercó a los pocos defensores que quedaban, se detuvo
frente a Arex y se quitó el yelmo.
-¡Conn
McCrow! Así que tú eres ese misterioso jefe que ha unido los
clanes.
-Así
es, Arex.
-¿Y
bien, qué piensas hacer con nosotros?
-Tú
y tus compañeros sois libres.
-Comprendo,
saldas así tu deuda de vida.
-En
efecto. Ahora estamos en paz. Por la mañana subiréis a una de las
naves que os a traído hasta aquí y marchareis para no volver. Ahora
deponed vuestras armas, se os devolverán cuando esteis en vuestra
nave.
EPÍLOGO
El
Halcón del Mar partió al amanecer de las costas pictas con los
cuarenta y siete supervivientes de la tercera legión rumbo al
continente.
-Cuarenta
y siete hombres, Hajib. La tercera legión estaba formada por seis
mil hombres a los que hay que sumar a la guarnición del fuerte y a
los colonos y nosotros somos todo lo que queda.
-Y
hemos escapado de la muerte gracias a ti. Si no fuera por esa deuda
de vida que Conn McCrow contrajo contigo ahora también estaríamos
muertos. Los hombres lo saben y por eso creo que te aceptarán como
líder.
-¿Su
líder?
-Todo
grupo necesita un líder. Ahora están desorientados, se sienten
perdidos, necesitan alguien que les diga que deben hacer a
continuación, tú serás ese alguien.
-Está
bien, reúnelos, les haré una arenga.
-Así
me gusta.
Hajib
los reunió en cubierta y Arex se paseó un rato entre ellos,
estrechando sus manos o golpeando amistosamente sus hombros, por fin
se decidió a hablar.
-Escuchad
hombres. Supongo que todos comprendéis que no podemos volver a
Micosia. Acabamos de perder las tierras que ese país poseía en las
islas. El rey estará furioso y podría descargar esa furia en
nosotros. Todos sabéis lo que eso significa. Además, solo cuatro de
nosotros son micosianos y podrían tener algún deseo de volver. Veo
aquí gente de Herconia, Kritein y Opar, de lugares lejanos como
Vanaheim, Somoria o Kaurán. ¿Alguno desea volver para rendir
cuentas ante Gaelicus?
Todos
respondieron negativamente.
-¿Que
haremos ahora, Arex. A donde iremos?
-Tenemos
un barco y somos guerreros experimentados. Sugiero que nos dediquemos
a la piratería. Haríamos nuestras propias leyes y no rendiríamos
cuentas ante nadie. Lo que ganemos con el filo de nuestras espadas y
la fuerza de nuestros brazos será solo para nosotros. ¿Qué decís?
Un
grito unánime apoyó sus palabras.
-¿A
qué esperáis entonces? ¡Izad la mayor, poned rumbo al oeste!
Asolaremos las costas del continente, dejaremos un rastro de sangre y
fuego y pronto nuestros nombres serán pronunciados con temor.
Adelante, compañeros libres. Convirtámonos en los reyes del mar.
FIN
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