Tras
su decisión de dedicarse a la piratería Arex y sus compañeros
llevan el “Halcón del Mar” alrededor de las costas de Herconia
y entran en las azules aguas del Mar del Sur. Allí empiezan a
ejercer su nuevo oficio atacando a barcos mercantes y pequeñas
poblaciones portuarias logrando importantes botines. Arex se gana un
sobrenombre que pronto es conocido y temido en todo el Mar del Sur:
sus hombres le llaman “Halcón”.
Hartos de sus desmanes, los gobiernos de Nubia, Nissia y Aristán se alían y envían sus flotas de guerra a cazar al “Halcón del Mar”. Arex y sus hombres consiguen escapar al ataque de dos naves nubianas abandonando el Mar del Sur y costeando el reino de Keishan. Finalmente fondean varias millas al sur de ese país frente a las costas de alguno de los reinos negros completamente desconocidos por el hombre blanco.
Hartos de sus desmanes, los gobiernos de Nubia, Nissia y Aristán se alían y envían sus flotas de guerra a cazar al “Halcón del Mar”. Arex y sus hombres consiguen escapar al ataque de dos naves nubianas abandonando el Mar del Sur y costeando el reino de Keishan. Finalmente fondean varias millas al sur de ese país frente a las costas de alguno de los reinos negros completamente desconocidos por el hombre blanco.
I
El
maltrecho navío se balanceaba sobre las oscuras aguas débilmente
iluminadas por una luna en cuarto menguante. Los treinta hombres
supervivientes del ataque que habían sufrido por parte de dos
bajeles de guerra nubianos se afanaban por la cubierta haciendo
reparaciones. Eran hombres de todas las nacionalidades: había
herconianos, micosianos, sommorios, aristanos y vanires. Iban
semidesnudos, pero las pocas ropas que llevaban pese a estar
manchadas de brea y de sangre eran de buena calidad. Todos llevaban
las orejas perforadas por grandes aros de oro y las joyas relucían
en los anillos que llevaban en sus dedos y en las empuñaduras de las
espadas que colgaban desnudas de sus cintos. Aunque ninguno
desatendía sus tareas, todos estaban pendientes de las evoluciones
de su capitán,que observaba la costa desde el castillo de popa.
Este
era un gigantesco vanir de poderosa musculatura y larga cabellera
roja. Aparentaba unos veinticinco años, vestía al estilo aristano y
sobre su túnica llevaba una cota de mallas, de su costado izquierdo
colgaba un pesado alfanje que muchos hombres apenas habrían
conseguido levantar. Sus ojos, de un azul acerado, estaban fijos en
la cercana costa.
No
se veía ninguna ciudad o aldea, solo una playa de arena blanca y
tras ella, la selva impenetrable. Se encontraban al sur de la
frontera de Keishán, el más conocido de los reinos negros. Esta era
una región desconocida por el hombre blanco, lo poco que se sabía
de esas tierras era a través de los cuentos y leyendas que contaban
los mercaderes nubianos. Y todo el mundo sabía que no podías
creerte ni la mitad de lo que te contara un nubiano ya que son
maestros en el arte de la mentira.
A
sus pies, sentada sobre la cubierta se encontraba Vania, su actual
compañera sentimental. Vania era hija de un noble de Kritein, el
cual la había entregado en matrimonio a un príncipe aristano a
cambio de algunos favores políticos. Arex la había rescatado de su
destino cuando abordó con sus hombres el barco que la llevaba a
Aristán.
-¿Cuanto
tiempo permaneceremos aquí, Halcón? Este sitio no me gusta, tengo
un mal presentimiento.
Arex
apartó la vista de la costa para fijarla en la muchacha. Vania era
una mujer hermosa de ojos color miel, melena castaña, labios rojos y
un curvilíneo cuerpo de grandes pechos y voluptuosas caderas.
Recordó el día que la había conocido:
La
encontró en uno de los camarotes encadenada a la cama con una cadena
de plata. Lejos de asustarse por su presencia, la chica se arrojó a
sus brazos.
-Por
favor, Halcón, llévame contigo.
-Una
oferta tentadora, pero un barco pirata no es el mejor lugar para una
muchachita como tú.
-Piratas,
batallas navales, sangre y fuego...todo eso es preferible a la vida
que llevaba en Kritein y a la que me esperaba en Aristán donde no
sería mas que una prisionera en una jaula de oro. Seré tu amante,
tu esclava, lo que quieras; pero no me devuelvas a esa vida.
Y
eso es lo que hizo Arex, la liberó de sus cadenas y la tomó como
amante, desde ese momento ella jamás se había separado de su lado y
Vania parecía feliz con su nueva vida.
-¿En
qué piensas, Halcón?
-En
nada. Respondiendo a tu pregunta, estaremos varios días aquí.
Mañana bajaremos a la costa. Tenemos que encontrar madera con la que
reparar el barco y, sobre todo, agua y víveres ya que nuestras
reservas están agotadas.
-No
me gusta, hay algo malo en esa selva, lo noto en los huesos.
-Solo
encontraremos fieras y, tal vez, algunos salvajes. Nada que deba
preocuparnos. Anda, ve al camarote; está refrescando, eso es lo que
sienten tus huesos. Me reuniré contigo dentro de un rato.
Vania
se retiró en silencio y Arex volvió a fijar la vista en la costa.
No quería preocupar a Vania, pero él también tenía esa sensación
de que algo maligno les observaba desde la selva.
II
El
sol naciente teñía de oro las aguas del océano en el momento en
que la chalupa tocaba fondo en las blancas arenas de la costa y los
diez hombres que viajaban en ella se apearon y la empujaron tierra
adentro. Arex dejó a uno de ellos vigilando la embarcación y guió
a los demás hacia el interior de la selva. Todos llevaban arcos de
caza que esperaban poder usar para reponer sus suministros de carne.
La
columna avanzaba lentamente entre la maraña de la selva y pronto los
hombres empezaron a murmurar juramentos y maldiciones a causa de los
mosquitos que los acribillaban a picotazos y a la humedad y el
bochorno reinantes a los cuales no estaban acostumbrados y que hacían
que sus cuerpos se cubrieran de sudor. Arex se detuvo y se encaró
con ellos.
-Maldita
sea, parecéis viejas. ¿Es qué os asustan unos insectos y un poco
de calor? Avanzad en silencio, perros.
Después
se acercó a su viejo compañero de armas, Hajib.
-Adelántate
para explorar el terreno- le dijo. -Si encuentras algo da la vuelta e
infórmame.
Hajib
hizo un gesto afirmativo y sin pronunciar palabra echó a andar a
grandes pasos y desapareció entre la vegetación. Arex miró a sus
hombres.
-No
quiero oír más quejas. El que quiera puede dar media vuelta y
esperar en la playa.
Los
hombres se removieron, inquietos y avergonzados por las palabras de
su capitán.
-Te
seguiremos hasta el mismo infierno si hace falta, Halcón- dijo uno
de ellos. Todos los demás asintieron.
-Bien,
entonces adelante.
La
columna siguió avanzando, esta vez en silencio, hasta que dos horas
más tarde Hajib regresó a su encuentro.
-He
encontrado un camino a una media hora de marcha- informó.
-¿Un
camino aquí, en medio de la nada?
Arex
dejó a sus hombres en aquel lugar para que descansaran un rato
mientras esperaban su regreso y siguió a Hajib para inspeccionar ese
camino.
Cuando
llegaron al lugar Arex sonrió. Al igual que el resto de sus
compañeros, Hajib era un hombre de ciudad y sabía muy poco de
entornos salvajes como aquel.
-No
es un camino,- dijo- es una senda. Un paso que han abierto los
animales al pasar continuamente por aquí. Si lo seguimos nos llevará
a una fuente de agua potable. Vé a buscar a los hombres.
Hajib
desapareció nuevamente entre la jungla y Arex se acuclilló al borde
de la senda, oteando a un lado y a otro. Volvió a él la sensación
de que un gran peligro les acechaba, uno que nada tenía que ver con
los peligros habituales de la selva.
Cuando
Hajib volvió con el resto, continuaron su camino. El paso por la
senda era mucho más fácil que a través de la jungla y eso animo a
los hombres.
-Tened
los arcos preparados- les dijo Arex. -Y estad alerta, los
depredadores suelen acechar cerca de estos pasos.
Algunos
minutos después, llegaron a orillas de un pequeño río de unos diez
o doce metros de ancho. Saciaron su sed y se bañaron. El contacto de
las frescas aguas en sus sudorosos cuerpos alegró el ánimo de
todos, pero Arex no dejó que se relajaran.
-Ya
está bien de juegos, perros. Tenemos trabajo que hacer, dispersaros
y empezad a buscar víveres. Hajib, vuelve al barco y mañana por la
mañana regresa con otros diez hombres, traed los barriles para
reponer nuestras reservas de agua y cestas para los vegetales que
podamos encontrar.
Arex
ya conocía un poco el ambiente de la jungla ya que había visitado
Keishán tiempo atrás junto a Asha la zíngara y un sacerdote-brujo
llamado Tutmosés (1). Instruyó a sus hombres sobre lo que debían
buscar y estos se dispersaron por parejas hacia el interior de la
jungla. Al final de la tarde habían hecho un buen acopio de frutas:
mangos, plátanos, piñas tropicales, frutas de la pasión y papayas,
así como algunas verduras como hojas de n'dole que recordaban mucho
a las espinacas, batatas y mandiocas. Lo reunieron todo en un pequeño
claro que encontraron a poca distancia del río.
Solo
faltaba conseguir algo de carne. Arex sabía que estaban en el lugar
y momento correctos. El sol estaba ya muy bajo en el cielo y sabía
que a estas horas muchos animales se acercarían al río para
abrevar. Dispuso a sus hombres a los márgenes de la senda, ocultos
entre la vegetación, con los arcos a punto. Tuvieron suerte, pues
los primeros en acercarse al río a saciar su sed fueron una manada
de gacelas. Arex esperó a que empezaran a abrevar y dio a sus
hombres la señal de disparar. Las cuerdas de los arcos vibraron, las
flechas silbaron y cinco de los animales cayeron, el resto huyó
senda atrás, pero tres más cayeron a causa de la segunda andanada
de flechas.
Volvieron
al claro con las últimas luces del día, dejaron sus presas junto a
una hoguera que hicieron con ramas verdes para que el humo mantuviera
alejados a los insectos, cenaron frugalmente con lo que llevaban en
sus zurrones y, tras asignar los turnos de guardia se echaron a
dormir.
- Ver: Los colmillos de Sharag.
III
Arex
abrió los ojos, se levantó y echó a andar sin hacer ruido. Enfiló
la senda hasta el río, no llevaba ninguna antorcha, ya que una
brillante luna llena iluminaba todo el entorno. Cuando fue consciente
de ese hecho se sorprendió, pues la noche anterior estaba en cuarto
menguante. Comprendió entonces que estaba soñando, pero intuyó que
era algo más que un simple sueño. Algo en su interior le impulsaba
a encaminar sus pasos más allá del río donde la senda continuaba.
Pensó
que al tratarse de un sueño no podía sucederle nada malo, así que
cruzó la corriente y siguió la senda. Tras unos minutos de marcha
esta quedaba cortada por un precipicio. Se asomó al borde, la pared
tenía unos trescientos metros y se extendía hacia ambos lados
formando un arco. En el fondo pudo ver varios edificios de piedra que
a la pálida luz de la luna parecían negros como el azabache.
Descubrió unos agujeros en la roca que formaban una rudimentaria
escalera de mano. El mismo impulso que le había llevado hasta allí
le decidió a descender. No le llevó mucho tiempo, como cualquiera
de su raza estaba acostumbrado a escalar altas cumbres, así que el
descenso no le supuso ningún problema.
Al
llegar abajo estuvo un rato contemplando el conjunto de edificios en
silencio. El más cercano a él se encontraba a un centenar de metros
de donde se encontraba. No se observaba ninguna luz ni ningún
movimiento excepto en el mayor de todos. Por la estructura del mismo
parecía algún tipo de edificio público, posiblemente un templo.
Pudo ver el fulgor de varias antorchas en el interior y escucho un
rumor, como si una multitud estuviera murmurando.
Se
encaminó hacia allí, llegó ante dos grandes puertas y se asomó.
El interior constaba de un solo espacio, una enorme habitación cuyo
techo estaba sostenido por grandes columnas. Una multitud de negros
semidesnudos abarrotaba el local. El lugar carecía de adornos a
excepción de los soportes de las antorchas y un altar.
La
persona que se encontraba tras ese altar parecía tan fuera de lugar
en ese sitio como un sacerdote de Ishtar en un lupanar. Se trataba de
una joven de piel blanca que aparentaba unos quince años de edad.
Iba completamente desnuda pero no mostraba ningún pudor. Arex dio
unos pasos hacia el interior pero nadie, ni los negros ni la
muchacha, parecieron advertir su presencia, comprendió en ese
momento que lo que estaba experimentando no era un sueño si no una
visión. La escena que estaba contemplando había sucedido en algún
remoto pasado.
La
muchacha dio un paso al frente y señaló a uno de los salvajes, un
auténtico coloso de dos metros de altura y poderosa musculatura. El
hombre se acercó a ella y se arrodilló. Los rostros de ambos
quedaron así a la misma altura, la muchacha tomó el rostro del
coloso entre sus manos y unió sus labios a los de él. La extrema
palidez de ella, de un blanco marmóreo, contrastaba vivamente con la
piel de ébano del hombre.
El
beso se prolongó y un gemido de agonía se escapó de la garganta
del coloso. Un escalofriante fenómeno tuvo lugar ante la mirada de
Arex. La piel del hombre pareció volverse gris, sus músculos
empezaron a perder volumen y profundas arrugas fueron apareciendo en
su rostro y su cuerpo. Al mismo tiempo, la piel de la muchacha fue
perdiendo su palidez y adquirió un saludable tono rosado. Ella puso
fin al vampírico beso y soltó el rostro del hombre que cayó al
suelo muerto, su aspecto era el de un anciano de cien años.
Cuatro
de los salvajes que asistían a la extraña ceremonia recogieron el
cadáver y abandonaron el local seguidos por el resto mientras la
muchacha desaparecía tras unas cortinas cercanas al altar.
-Su
nombre es Lilith.
Arex
se volvió hacia la persona que había pronunciado esas palabras.
-¡Brunilda!(2).
¿Has sido tú quién me ha provocado esta visión?
La
valquiria sonrió ante la pregunta.
-No,
no he sido yo, te la envía el padre de todos, Odín.
-¡Lilith!
¿Qué sabes de esa extraña mujer y porqué estas tú aquí?
-No
es una mujer, es uno de los demonios primigenios. Ya era vieja cuando
Atlantis se hundió en las aguas. Y estoy aquí para advertirte, tú
y los tuyos estáis en peligro.
-¿Qué
clase de peligro?
-Lilith
sigue aquí, en lo que ahora son las ruinas de este templo. Hace
siglos, tras diezmar la tribu que habitaba esta zona, a los que había
subyugado con un hechizo de seducción, entró en un sueño
preservador que le permitía sobrevivir sin alimentarse. Ahora,
vuestra presencia la ha despertado y está hambrienta. Debéis
marcharos antes de que caigáis ante su hechizo.
-No
podemos, nuestro barco necesita reparaciones, en el estado en que se
encuentra no podemos aventurarnos en alta mar.
-Debéis
daros prisa.
-Así
lo haremos, gracias por tu aviso.
-Antes
de despedirnos, tengo un regalo.
Brunilda
sacó un puñal de su cinto y se lo entregó. Arex examinó el arma.
La hoja medía unos cincuenta centímetros, su vaina y su empuñadura
eran de oro y estaban exquisitamente adornadas con perlas.
-¿Qué
puedo hacer con esto que no pueda hacer con mi sable?
-No
es para ti, es para Vania.
-¿Para
Vania, qué diablos va a hacer la chica con esto? Nunca ha empuñado
un arma.
-Te
sorprendería saber de lo que es capaz. Prométeme que se lo
entregarás.
-Está
bien, lo prometo.
-Permaneced
alerta, todos vosotros.
La
valquiria y el templo en que ambos se encontraban empezaron a
difuminarse ante los ojos de Arex que en ese momento despertó. Se
incorporó pensando que era el sueño más extraño que había tenido
nunca, pero en ese momento notó que tenía algo agarrado con su mano
derecha.
Era
el puñal que le había entregado Brunilda.
- Ver: Yo hilo mi propio destino.
IV
Arex
movilizó a sus hombres para que empezaran a buscar la madera
necesaria para reparar el barco. Les costó un poco encontrar el
árbol adecuado, pero cuando el carpintero seleccionó uno que le
satisfizo no tardaron demasiado en derribarlo. Estaban desbrozándolo
cuando llegó Hajib con el resto de los hombres. Vania venía con
ellos, iba vestida con ropas de hombre y calzaba unas botas de gruesa
suela.
-Lo
siento, amigo- se disculpó Hajib.- Ha insistido en venir, no he
podido convencerla de que se quedara en el barco.
-No
te enfades conmigo, Halcón. Tenía miedo de quedarme sola en el
barco.
-¿Y
de qué serviría enfadarme? Ahora ya está hecho. Por lo menos te
has vestido de forma adecuada para andar por la selva.
La
abrazó y le dio un apasionado beso.
-Hajib,
que los que han venido contigo llenen esos barriles de agua y recojan
los vegetales y la carne y lo lleven todo al barco. Vania, ven
conmigo, tengo algo para ti.
Vania
le siguió intrigada, vio como Arex rebuscaba en su petate y extraía
el puñal.
-¿Recuerdas
cuando te hablé de Brunilda?
-¿La
valquiria a la que te enfrentaste?
-Si,
ella me lo dio para ti.
Le
contó el extraño sueño que había tenido y como, al despertar,
tenía el arma en su mano. Vania la tomó en sus manos sin dudar ni
por un momento de la historia que le había contado Arex.
-¿Porqué
crees que Brunilda quiere que yo tenga este arma?
-No
estoy seguro. Tal vez porque eres la única de nosotros que va
desarmada.
Vania
sujetó el arma en su cinturón, al estilo de los hombres que la
acompañaban.
-Pareces
una auténtica guerrera.
-Halcón,
estoy asustada. Si esa Lilith es tan peligrosa como parece...¿Porqué
no nos alejamos de aquí inmediatamente?
-No
sin antes conseguir la madera que necesitamos.
Hajib
y los otros acabaron de recoger el agua y los víveres y se
encaminaron hacia el barco. Poco después uno de los que se habían
quedado con él, un micosiano llamado Vitelius, apareció a la
carrera.
-Halcón,
han surgido problemas.
-¿Qué
sucede?
-Balder
y Rugard han desaparecido.
Arex
frunció el ceño al oír esos nombres, de los cuatro compatriotas
que le habían acompañado en la batalla de Fuerte Tulsen solo ellos
dos habían sobrevivido.(3)
-¿Cómo
que han desaparecido?
-Mientras
estábamos seleccionando el árbol adecuado se separaron del grupo.
No hemos vuelto ha verlos. Los demás les están buscando.
Arex
permaneció un rato pensando. Se había quedado tan solo con nueve
hombres, los demás habían regresado al barco. No había tiempo de
enviar a alguien en busca de refuerzos, debía apañárselas con lo
que tenía.
-Está
bien, ve en busca de los demás, organizaremos la búsqueda pero no
debemos olvidarnos de llevar ese tronco al barco, nos dividiremos en
dos grupos. ¡Muévete!
Vitelius
salió a la carrera y desapareció entre la vegetación.
Una
hora después, Arex y Vania seguían esperando el regreso de sus
compañeros.
-Malditos
perros. ¿Donde se habrán metido?
Vania
se agarró al fuerte brazo de su compañero.
-¿Y
si esa bruja de la que me has hablado tiene algo que ver en la
desaparición de los demás?
-¡Lilith,
claro! Brunilda ya me habló de su hechizo de seducción. Vamos.
Arrastró
a Vania hasta la senda y continuaron hasta el río.
-Debemos
pasar a la otra orilla, cógete a mi, la corriente es bastante fuerte
y podría arrastrarte.
Cuando
llegaron al otro lado, Arex se quedó un momento inmóvil, su rostro
adquirió una expresión extraña, como ausente.
-¿Qué
sucede, Halcón?
Arex
no respondió y empezó a andar a grandes pasos. Vania corría tras
él casi sin poder seguir su ritmo.
-Halcón,
esperame. No puedo ir tan deprisa.
Arex
mantuvo el paso sin responder a su amante. Cuando llegaron al
precipicio empezó a descender por la escala tallada en la roca sin
inmutarse por las preguntas y los lamentos de Vania. Esta la ver como
descendía se horrorizó. Ya había comprendido hacía rato que Arex
había caído en el hechizo de Lilith, ahora, mientras contemplaba
las ruinas del fondo, no sabía si podría reunir el valor para
seguirle en tan vertiginoso descenso.
Cuando
tocó el suelo, Arex encaminó sus pasos hacia las ruinas y entró en
lo que quedaba del antiguo templo. Allí estaban sus compañeros,
todos permanecían en pie, completamente inmóviles, con la mirada
perdida. Lilith estaba frente al altar, como en la visión que le
había enviado Odín.
-¡Ah!
Por fin has llegado, Arex, el Halcón, acércate.
Arex
avanzó hacia ella pero entonces vio los dos cadáveres que yacían a
sus pies. A pesar del lamentable estado en que los había dejado
Lilith, reconoció a Balder y Rugard. Una alarma resonó en algún
lugar de su cerebro y se detuvo. La visión de sus compañeros
muertos le hizo recuperar el control de sus pensamientos, pero su
cuerpo estaba paralizado.
-¿Porqué
te detienes? Acercate.
-No.
Ya
solo pronunciar ese simple monosílabo le había supuesto un
esfuerzo, pero siguió luchando por recuperar el control.
-¿Te
resistes? ¡Extraordinario! Muy pocos lo han logrado. Pero todos han
caído, al fin.
-Zorra...te...mataré.
-Ningún
hombre puede matarme. Así está escrito, así será hasta el fin de
los tiempos.
Lilith
se acercó a Arex y apoyo sus manos en el amplio pecho del hombre.
-Arrodíllate.
Arex
luchó con todo su ser, con todas sus fuerzas para desoír esa orden,
pero sus rodillas se doblaron hasta tocar el suelo. Lilith acercó
lentamente su rostro al de Arex, que seguía luchando por recuperar
el control de su cuerpo. Cuando los labios de la arpía rozaban ya
los suyos, ella soltó un gemido y echó el rostro atrás.
Arex
pudo ver como la punta de una hoja de acero asomaba por el pecho de
la bruja a la altura del corazón.
-¡No!-gritó.-No
puede ser, ningún hombre puede matarme.
-Yo
no soy un hombre, zorra.
Vania
empujó con fuerza el puñal hasta que la empuñadura golpeó la
espalda de Lilith. La bruja soltó un grito de rabia y se desplomó
muerta mientras Arex y los demás recuperaban el control de sus
mentes y cuerpos.
Arex
se puso trabajosamente en pie y abrazó a Vania.
-Chica,
nos has salvado a todos. Has sido muy valiente.
Los
demás se acercaron a la pareja y todos pudieron ver como el cadáver
de Lilith se convertía lentamente en polvo.
EPÍLOGO
Vania
estaba de pie en el castillo de popa, su mano apoyada en la
empuñadura de la enjoyada hoja que colgaba de su cinto, viendo como
los hombres ultimaban los preparativos para la partida. Arex y Hajib,
un poco más atrás la observaban divertidos. Ahora los hombres la
llamaban cariñosamente “capitana”, ninguno de ellos olvidaba que
le debían la vida.
-¿Qué
crees que debemos hacer ahora?-pregunto Hagib.
-No
podemos volver al mar del sur, seguro que aún nos están buscando.
Creo que lo mejor es que rodeemos las costas de Herconia y entremos
en el mar del norte. Podríamos desembarcar en algún puerto de
Kritein, repartir el botín acumulado y disolver nuestra hermandad.
-¿Y
luego?
-Nos
dispersaremos. Que cada cual se vaya por su lado.
-Me
parece un buen plan. Creo que los demás estarán de acuerdo. Voy a
comunicárselo.
-Bien,
entonces ocúpate tú de las maniobras. Puedes ordenar zarpar cuando
quieras.
Hajib
bajó a cubierta y empezó a hablar con los hombres, mientras, Arex
se acercó a Vania y pasó los brazos alrededor de su cintura.
-¿Estás
muy ocupada, capitana?
-Mmmm...Creo
que podrán arreglárselas sin mi.
-Perfecto.
Desde
la cubierta Hajib sonrió al ver como Arex levantaba a Vania en
brazos y entraba en el camarote del capitán...¿O debería decir de
la “capitana”?
FIN
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