Todo
empezó en un momento en que los zombies estaban de moda. Tanto en la
literatura como en el cine, la TV e incluso los video juegos. Pero
todo se desarrolló de forma muy distinta a la que nos mostraban,
sobre todo, el cine y la TV.
Dicen
que la primera fue una chica de 22 años en Amsterdam. Murió a causa
de una sobredosis de barbitúricos en el hospital mientras intentaban
hacerle un lavado de estómago. Dicen que cinco minutos después de
su muerte se levantó y empezó a andar.
No
se si fue realmente la primera, tal vez solo fue la primera en ser
documentada, pero eso no importa. El caso es que después de ella
siguieron otros y el problema se fue extendiendo.
El
caso es que ahora, todas las personas que mueren, sean de la edad que
sean y sea cual sea la causa de su muerte, a los pocos minutos del
óbito, se levantan y echan a andar.
El
caso, como ya he dicho más arriba, es que la cosa no fue como en las
películas. Los zombies, (prefiero usar esta palabra. ¿Se han dado
cuenta de la incongruencia del término “muerto-viviente”?) no
atacaban a los vivos para devorarlos, de hecho, nunca se les ha visto
comer nada.
La
verdad es que se limitaban a andar por ahí y nunca molestaron en lo
más mínimo a nadie, excepto por el olor. No olvidemos que estaban
muertos y sus cuerpos, a pesar de estar dotados de movimiento, se
degradaban, se pudrían lentamente, lo que era muy desagradable a la
vista y al olfato.
Así
que, al principio, se les encerraba en grandes corrales construidos a
tal efecto, se les dejaba allí hasta que sus cuerpos se degradaban
tanto que ya no podían moverse, entonces se les enterraba en fosas
comunes. El primer efecto negativo de esa plaga, fue la total
bancarrota de las compañías funerarias.
Pero
lo peor, aún estaba por venir.
Alguien,
seguramente un avispado ejecutivo de alguna multinacional, descubrió
que los zombies podían ser domesticados.
Al
parecer, no eran tan estúpidos como parecían. Se les podía enseñar
algunos trucos, a ejecutar tareas manuales. Pronto, muchas empresas
empezaron a adquirir zombies para substituir a sus trabajadores,
muchos obreros de la construcción y de cadenas de montaje se
encontraron en la calle.
Un
zombie era mucho más barato que un trabajador vivo.
No
había que pagarle ningún sueldo, no había que darle de alta en la
Seguridad Social (estaban muertos, no podían enfermar), no tenían
que adoptar medidas de protección laboral (si, porque estaban
muertos, así que si uno de ellos se caía de la sexta planta de un
edificio en construcción, no pasaba nada, porque ya estaba muerto).
Ni tan solo el hecho de que un zombie se mantuviera en movimiento
solamente entre seis meses y un año era un problema. ¡Que diablos!
Continuamente moría gente y nuevos zombies engrosaban las filas de
esclavos gratuitos.
Incluso
hubo una conocidísima cadena de hamburgueserías que intentó
cambiar a todos sus empleados por zombies. Por suerte, tuvieron que
desistir. A nadie le apetecía comer una hamburguesa preparada y
servida por cadáveres. ¡A saber si parte de esos cadáveres pasaba,
por accidente, a formar parte de la hamburguesa!
Hubo
manifestaciones laborales en todo el mundo. Los sindicatos
protestaron e intentaron que se declarara ilegal emplear a zombies,
pero todo fue inútil. Las multinacionales, los que tenían el dinero
y, por tanto, el poder, lograron que se implantara una ley en la que
se declaraba a los zombies como mano de obra esclava.
La
“Ley de Asuntos Zombies” decía, entre otras cosas, que estos se
movían gracias a unos inexplicables impulsos eléctricos del cerebro
que se manifestaban a los pocos minutos de la muerte del sujeto. Se
decía que no tenían recuerdos y que, por tanto, la persona que
antes ocupaba ese cuerpo había desaparecido y que ese cuerpo que se
movía no tenía nada que ver con esa persona. Por eso los familiares
no podían reclamar ningún derecho sobre el zombie.
Las
manifestaciones contra los zombies fueron aumentando en numero y eran
cada vez mas multitudinarias. Pronto, la cantidad de gente que se
encontró sin empleo y viviendo en la calle fue insostenible y lo que
antaño fueron barrios obreros se convirtieron en guetos donde los
“sin techo” malvivían como podían. Nadie podía entrar ni salir
de esos guetos sin un salvoconducto que solo podía obtenerse si se
tenía un empleo...
Y
así están las cosas. Los muertos trabajando para los vivos ricos y
los vivos pobres muriendo de hambre en sus guetos para acabar
engrosando las filas de esa nueva casta de esclavos.
Si,
estamos realmente jodidos. ¿Pero, sabéis qué? Yo, por quién más
lo siento es por los zombies.
Antes
de que se convirtieran en una realidad, los zombies eran el símbolo
de una sociedad que alienaba a las multitudes. Representaban,
también, la parte oscura de nosotros mismos, nuestros peores miedos
y pesadillas.
Ahora
solo simbolizan la capacidad de manipulación de los poderosos.
¡Malditas
multinacionales!
¡¡Se
han cargado un mito!!
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