I
Todo
ha empezado esta mañana. Acababa de salir de la ducha cuando
llamaron a la puerta. Al abrir, me encontré con un tipo bajito,
medio calvo y con un fino bigotito. Iba vestido con un pulcro traje
de color gris marengo y sostenía una carpeta en sus manos.
-¿El
sr. Andrés Alcántara?-preguntó.
-Yo
mismo.
-¿MIHACE?
Nunca he oído hablar de tal entidad.
-Es
un organismo nuevo. Se trata de la fusión de los departamentos de
Hacienda y del Censo. El gobierno los ha fusionado en uno solo para
poder solucionar casos como el suyo.
-No
entiendo...
-¿Me
permite pasar? Será más fácil para ambos si le entrego este
comunicado mientras estamos sentados.
-¡Claro!
Por favor, pase, pase...
---------------------
-¿Qué
ha querido decir con “casos como el mio”?-pregunté una vez nos
encontramos sentados en el salón.
-Verá,
hemos comprobado que lleva usted muchos años sin pagar sus
impuestos. El total acumulado, junto a los intereses pertinentes, se
eleva a una cantidad que usted no puede pagar. Lo hemos comprobado,
aún vaciando sus cuentas y vendiendo todas sus pertenencias, no
cubre usted mas que los dos tercios del total.
-¿Y
que van a hacer, llevarme a la cárcel?
-¿La
cárcel? No. Eso supondría que el estado tendría que mantenerlo. Y,
francamente, ya nos ha costado usted bastante dinero.
-¿Entonces...?
-Nos
limitaremos a denegarle todos los derechos de ciudadano. Usted a sido
borrado del censo y de cualquier entidad con la que mantenga o haya
mantenido relaciones. Todo en carácter retroactivo. En pocas
palabras: Oficialmente usted no existe,
ni ha existido nunca.
-¡Pero
esto es muy grave! ¿No hay otra manera de solucionarlo?
Entonces,
el tipo me dio un sobre que sacó de su carpeta.
-Aquí
tiene usted el documento donde se le comunica la pérdida de sus
derechos y las gestiones que tiene que hacer para recuperarlos.
Cogí
el sobre que me tendía el hombrecillo sin saber que decir, estaba
anonadado por lo que me había comunicado.
-Ahora,
si me disculpa, tengo otros documentos que entregar y el tiempo se me
echa encima.
Le
acompañe hasta la puerta y vi como desaparecía tras la puerta del
ascensor.
II
Jordi
Rius, estaba sentado tranquilamente en el bar, tomando una cerveza,
cuando ese tipo se sentó frente a él en la mesa, con su vaso de
whisky con hielo en la mano y empezó a contarle su historia. Al
principio, le fastidió, no soportaba a esos borrachos que se ponen a
contarle sus penas al primero que pillan, pero lo cierto es que su
historia empezaba a fascinarle. Por eso cuando el hombre se calló y
se quedó ensimismado contemplando como el hielo se fundía en la
bebida, preguntó:
-¿Y
qué hizo usted entonces?
El
otro levantó la cabeza de golpe, como si se acabara de despertar de
sopetón.
-Dejé
el sobre encima de la mesita del salón y me marché, ya llegaba
tarde al trabajo. Pensé que ya me lo leería con calma al volver a
casa. No me imaginaba el grave error que cometía...
Lo
primero que hice, antes de coger el autobús que me llevaría a la
oficina, fue pasar por el cajero automático para sacar algo de
dinero. Ahí empezaron mis desventuras...
Una
vez introducida la tarjeta y tecleado mi número secreto, apareció
un mensaje en la pantalla donde se me comunicaba que mi tarjeta no
era válida y quedaba confiscada. Entré en la sucursal y me dirigí
a la caja. Laura, la simpática cajera, me atendió con una sonrisa y
me preguntó en que podía ayudarme. Le conté lo que había sucedido
y me pidió la libreta.
-No
la llevo encima, no podía saber que la necesitaría.
-¿Me
permite su D.N.I.?
Se
lo di y ella empezó a teclear en su ordenador.
-Lo
siento mucho, sr. Alcántara, pero no consta en ningún lado que
tenga usted cuenta en nuestra entidad.
-¡Pero
eso es imposible- dije anonadado.- Llevo gestionando todas mis
transacciones a través de esta sucursal desde hace quince años!
Usted misma me ha atendido en numerosas ocasiones.
-Lo
lamento, señor, pero no recuerdo haberle visto en mi vida.
-Por
favor, dígale al sr. Gutierrez que quiero verle enseguida.
Diego
Gutierrez, el director de la sucursal al que conocía desde que ocupó
su puesto hace ya nueve años, no solo confirmó lo que me había
dicho Laura, sino que también afirmó no haberme visto en su vida.
Grité, supliqué y clamé a las más altas instancias pero todo fue
inútil, tuve que salir de allí tras la amenaza de Gutierrez de
llamar a la policía si persistía en mi actitud.
Al
salir miré mi reloj, era tardísimo, no llegaría a tiempo a la
oficina. Eché mano del móvil para avisar que llegaría tarde, pero
tras marcar el numero una voz pregrabada me anunció que el número
desde el que llamaba no estaba registrado. En ese momento me acorde
de lo que me dijo el agente del MIHACE: “Oficialmente, usted no
existe ni ha existido nunca”. Nunca pensé que pudieran llegar tan
lejos. ¿Como diablos lo habían hecho?
Subí
al autobús y al abrir la cartera para sacar el abono vi que mi
carnet de identidad había desaparecido. No podía ser, una cosa es
que te hagan desaparecer administrativamente, y otra, que
consiguieran hacer desaparecer objetos físicos como si nunca
hubieran existido. Entonces recordé que había sacado el carnet en
la sucursal y supuse que lo había extraviado allí, todo y que
estaba seguro de haberlo devuelto a mi cartera.
Cuando
bajé del bus, busqué una cabina y llamé a la sucursal. Ni siquiera
recordaban que hubiera pasado por allí hacía escasamente cuarenta y
cinco minutos.
Le
aseguro que ya no sabía que pensar, pero mi sorpresa fue en aumento
cuando al entrar en el edificio donde estaba mi oficina, Fermín, el
portero, me espetó:
-Disculpe,
señor. ¿A donde se dirige?
-¿Y
a donde quiere que vaya? A Hiperión Ltd.
-¿Tiene
usted cita?
-¡Por
Dios, Fermín! ¿Es que no me conoce?
-No
recuerdo haberle visto nunca por aquí.
-¡Pero
si llevo siete años trabajando en Hiperión y pasando cada día
frente a su portería!
Fue
inútil, se repitió la situación de la sucursal y una vez más tuve
que salir de allí bajo la amenaza de Fermín de llamar a la policía.
La mano del MIHACE era más larga de lo que jamás pudiera haber
imaginado.
-¡Claro!-
pensé- El sobre que me dio el hombrecillo, seguro que allí se me
explicaba como salir de ese embrollo.
III
Cuando
llegué a la puerta de mi piso comprobé alucinado que mi llave no
encajaba en la cerradura. Frustrado,di un puñetazo a la puerta y
cual fue mi sorpresa cuando esta se abrió y me encontré frente a
frente con un tipo mal encarado.
-¿Que
coño esta pasando aquí, a que vienen esos golpes?
-¿Quien
es usted y que está haciendo en mi casa?
-¿Su
casa? Esta es MI casa. Llevo viviendo aquí más de veinte años.
Nuevas
amenazas de llamar a la policía me hicieron salir de allí a toda
prisa, pero no sin antes comprobar que realmente no me había
confundido de piso ni de finca. Debí andar sin rumbo fijo durante
casi una hora, la cabeza me daba vueltas como si estuviera borracho.
¿Como lo hacían, como podían borrar la existencia de alguien de
esa manera? Tenía que haber alguna constancia de mi existencia en
alguna parte, tenía que haber alguien que me recordara.
¡Eso
era! Busqué una cabina y llamé a Ana, mi prometida.
-¿Diga?-oí
la voz de mi amada.
-Ana,
soy Andrés.
-Hola
cariño.
¡Me
recordaba!
-Ana,
necesito verte inmediatamente. ¿Estarás en casa?
-Claro.
¿Que sucede? Te noto raro.
-Te
lo contaré cuando llegue, no te preocupes, estoy bien.
Colgué
y salí pitando a casa de Ana. Cuando llamé a su puerta ella abrió
con la cadena de seguridad puesta.
-¿Que
desea?-preguntó.
Se
me cayó el alma a los pies.
-¿Es
que no me reconoces?
-No.
¿Debería?
-Acabamos
de hablar por teléfono.
-No
he hablado con nadie en toda la mañana.
Salí
corriendo y al llegar a la calle vomité en la acera, estaba mareado,
confundido, ¿Como podía estar pasándome eso? ¿Es que nadie me
recordaba ya? Tenía que haber alguien que... ¡Mamá...!
Busqué
otra cabina y llamé a mi madre. Reconocí su voz enseguida.
-¿Diga?
-Soy
yo, mamá, Andrés.
-¿Quién?
-Andrés.
Tu hijo.
-¿Que
es esto? ¿Alguna broma de esas que hacen por la radio?
-No
es ninguna broma...yo...
-Oiga,
no se quien es usted, pero no es mi hijo, eso seguro. Yo no tengo
hijos.
Colgó.
No se cuanto tiempo permanecí inmóvil dentro de la cabina, incapaz
de reaccionar hasta que una anciana empezó a dar golpes a la misma
con su bastón exigiendo que dejara libre el artefacto.
He
estado todo el día dando vueltas por la ciudad, andando sin rumbo
fijo, sin prestar apenas atención a mi alrededor, con la mirada
perdida, como un zombie. Hasta que he pasado frente a la tienda de
electrónica que hay al lado de este bar.
IV
-¿Qué
pasó entonces?-preguntó Jordi Rius al desconocido cuando este se
sumió nuevamente en la contemplación de su vaso.
-¿Conoce
la tienda?
-Si.
-Entonces
sabrá que en el escaparate hay una gran pantalla de televisión. Una
pantalla plana, de esas modernas. Una pantalla enorme que está
conectada a una cámara enfocada a la calle, de modo que cualquiera
que pase por delante, se verá reflejado en ella.
-Si,
me he fijado.
-Pues
bien, cuando he mirado la pantalla, he podido ver toda la calle, los
coches y los peatones que pasaban, árboles, edificios, todo...todo
excepto a mi. Yo no aparecía en la pantalla. No lo he podido
resistir. Así que he entrado aquí dispuesto a agarrar la borrachera
más grande de mi vida.
-Esa
es una historia realmente increíble. Pero seguro que hay una
explicación razonable para todo lo que le está pasando.
-¿Usted
cree? ¿Se le ocurre alguna?
-Ahora
mismo no.
-Ya.
-Le
diré lo que haremos. Yo me voy un momento al baño, esta es ya mi
tercera cerveza y estoy empezando a sentir los efectos. Cuando salga
pensaremos juntos en ello.
-Se
lo agradezco infinito.
Jordi
se levantó y entró en el baño. Estuvo orinando largo rato (tres
cervezas dan para mucho) y cuando salió se encontró la mesa vacía.
Llamó la atención al camarero.
-Pedro,
¿donde se ha metido el tipo que estaba conmigo?
-Mas
vale que no bebas más por hoy, Jordi.
-¿Porqué
lo dices?
-Has
estado solo todo el rato.
-¿Queee?
Entonces, ¿de quién es ese vaso de whisky a medio acabar que hay en
la mesa?
-Vaya,
no lo había visto. No sé de quien pueda ser.
-Que
raro. Bueno, olvidalo y sírveme otra cerveza.
-¿Seguro?
-Estoy
bien, no te preocupes. Seguramente me he quedado dormido y lo he
soñado.
Jordi
Rius volvió a sentarse en el mismo sitio mientras el camarero le
servía otra cerveza y retiraba la vacía y el vaso con el whisky sin
terminar. Bebió un largo sorbo y frunció el entrecejo.
-Que
raro-se dijo-Debe de estar subiéndome la cerveza a la cabeza. Por
mucho que me esfuerzo no consigo recordar que estaba haciendo antes
de entrar en el baño.
FIN
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