-¿Estás
segura de querer hacer esto? ¿No prefieres celebrar tu cumpleaños
en casa, con tu padre, como siempre?
Raúl
observó con preocupación a su hija Aida. La joven acababa de salir
de su habitación con su mochila a la espalda.
-Vamos
papá, es mi 18º cumpleaños, ya no soy una niña. Le prometí a mis
amigas que lo celebraríamos juntas.
-¿Y
necesitáis todo un fin de semana?
Aida
abrazó a su padre y le besó en ambas mejillas.
-No
te preocupes, seremos solo chicas, además, estaremos en un lugar
seguro.
Raúl
asintió a esta última afirmación. Aida y sus amigas pasarían el
fin de semana en un chalet de montaña, propiedad de la familia de
una de sus amigas.
-No
pongas esa cara papá, te compensaré, cuando vuelva lo celebraremos
juntos tú y yo. ¿Ok?
-Supongo
que no puedo detenerte.
-No
seas tan melodramático.
-Está
bien, pero prométeme que me llamarás si algo no va bien.
Aida
cruzó sus dedos índice y depositó un beso en la cruz que estos
formaban.
-Prometido.
¿Estás más tranquilo ahora?
-No.
Pero supongo que tendré que acostumbrarme a que ya eres una mujer
adulta. Lárgate antes de que me lo piense y te encadene a una silla.
Aida
besó de nuevo a su padre.
-No
te preocupes, me portaré bien. Y antes de que te des cuenta ya
estaré de vuelta.
Aida
salió a la calle y Raúl observó por la ventana como se alejaba
calle abajo y como antes de desaparecer por una esquina se giraba y
se despedía con la mano.
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Se
apartó de la ventana y entró en la cocina. Lavó los platos del
desayuno de forma mecánica, preguntándose si había hecho bien
dejando marchar a su hija, precisamente hoy, en su 18º cumpleaños.
Si por lo menos hubiese caído entre semana... Cuando acabó con los
platos se encaminó al salón, cogió el álbum familiar de un
estante, se sentó en el sillón y empezó a hojearlo.
En
las primeras fotografías aparecían él y su difunta esposa Laura
con Aida, cuando era solo un bebé. Acarició con la yema de los
dedos el rostro de Laura. Aida solo tenía dos años cuando...
Cerró
el álbum de un golpe, cayó de rodillas y empezó a rezar.
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Cuando
a las seis de la mañana sonó el móvil, Raúl seguía de rodillas
en el mismo lugar, rezando. Miró al artefacto que sonaba encima de
la mesa como el que mira un objeto maldito. Lo cogió haciendo un
gran esfuerzo, como si el pequeño objeto pesara una tonelada. Miro
la pantalla... era Aida.
-¿Aida?
-¿Papá?
Papá, tienes que venir enseguida...ha...ha pasado algo horrible.
-¿Estás
bien? ¿Qué ha pasado?
-Estoy
bien, pero mis amigas... Papá ven ya...por favor.
-No
te muevas de donde estás. Cojo el coche y estaré ahí en media
hora.
-Date
prisa papá.
Colgó
y durante unos segundos permaneció quieto, con la mirada perdida.
Cuando por fin reaccionó, lanzó el móvil contra la pared,
haciéndolo añicos.
-¿Porqué,
Dios, porqué nos haces esto?
Con
los hombros hundidos subió a su habitación, abrió un cajón de su
armario y extrajo un estuche. Lo abrió y , tras examinarlo
detenidamente, guardó lo que había en su interior en un bolsillo de
su chaqueta. Cogió las llaves del coche y salió de la casa con los
ojos anegados de lágrimas.
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Cuando
llegó al chalet vio a su hija esperando fuera. Su ropa desgarrada,
toda cubierta de sangre, su larga cabellera azabache totalmente
encrespada...fue una visión que desgarró su corazón.
Salió
del coche y abrazó a su hija que acudió corriendo a su lado.
-Mi
niña, mi pequeña...
-Papá,
es horrible, ellas...están...están...
-¿Qué
ha pasado?
-No...no
lo se. Lo último que recuerdo es que acabábamos de cenar cuando
Yoli y Marta fueron a la cocina y salieron con una tarta enorme llena
de velas...después de eso no recuerdo nada. Me desperté en el suelo
y ellas estaban...¡Muertas! ¡Muertas de una forma horrible!
-Cálmate.
Espera aquí mientras voy a ver.
Entró
en la vivienda y vomitó al ver lo que había allí. Sabía de
antemano lo que encontraría, pero nada podía prepararle para eso.
Salió y regreso junto a Aida.
-¿De
verdad no recuerdas nada?
-No.
-¡Oh,
mi pequeña, mi niña! ¿De verdad no te das cuenta de lo que has
hecho?
-¿Pero
qué estás diciendo papá? ¿Crees que las he matado yo?
-Mírate,
estás ilesa, toda esa sangre no es tuya, es de ellas.
-Papá,
me estás asustando. No puedes creer de verdad que yo...
-Mira
tus manos niña, mira la sangre bajo tus uñas, en tu boca. ¡Dios
mio! ¿De verdad no sientes el sabor de la sangre en tu boca?
Sacó
la pistola de su bolsillo y apuntó a su hija.
-¿Papá?
¿De donde has sacado eso? ¿Qué vas a hacer?
-¿Recuerdas
cuando te conté que mamá murió en un accidente de tráfico?
-Si,
pero qué tiene que ver...?
-Te
mentí. No fue un accidente. Yo la maté, con esta misma pistola.
-¡No!
No puedo creerte. Te has vuelto loco.
-¡Ojala
fuera eso! Tu madre era un licántropo, una mujer-lobo. Cuando me
enteré tuve que matarla. Una vez al mes, durante tres días y tres
noches ella se iba a visitar a su madre. Nunca sospeche de una
posible infidelidad, siempre me llamaba desde allí, incluso la llevé
un par de veces en el coche. Finalmente me enteré de porqué iba
cada mes allí sin falta. No quieras saber como lo supe. La vi
transformarse, mi niña, a ella y a la abuela. Al mes siguiente la
seguí a escondidas y las maté, a las dos.
-No
puedes hablar en serio...es una locura.
-¿Una
locura? ¿Y cómo llamas a lo que ha pasado ahí dentro? ¿Cómo te
explicas que no tengas ni un rasguño?
-Tiene
que haber una explicación más racional,
-La
policía jamás sospechó de mi. Me comunicaron sus muertes y,
evidentemente, nunca encontraron al asesino. Durante años estuve
estudiando esta maldición. Leía todo lo que caía en mis manos
sobre licantropía y otros fenómenos parecidos. Así aprendí que,
a veces, la maldición se salta una generación. Por eso te permití
vivir hasta hoy, aferrándome a esa pequeña esperanza. Pero después
de lo de hoy, no puedo permitirte continuar con vida.
Una
vez leyó que cuando una persona tiene un subidón de adrenalina sus
sentidos se agudizan, que tiene la sensación de que todo a su
alrededor se mueve a cámara lenta. Raúl pudo comprobar lo cierta
que era esa aseveración. Pudo ver como las dos balas de plata salían
volando del cañón de su pistola, como dos hadas resplandecientes, e
impactaban en el cuerpo de su hija.
Se
acercó a ella y comprobó que la vida había huido de su precioso
cuerpo. Entonó una oración por el alma de su hija y por la suya
propia, introdujo el cañón del arma en su boca y, por última vez,
apretó el gatillo.
FIN
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