I
Vine
al mundo en
el año 1463 en la ciudad de Toledo, que por aquel entonces era la
sede de la corte real y ,por tanto, capital del reino. Fui bautizada
con el nombre de Sancha.
Hija
de un zapatero, crecí en un ambiente humilde pero feliz, dos años
después nació mi hermana, Filomena. Nuestra madre murió en el
parto y, aunque mi padre la lloró el resto de su vida, se sobrepuso
a su desgracia y consiguió sacarnos adelante él solo, ya que no
teníamos más parientes.
Vivimos
así, como una familia feliz y unida hasta que el año 1480, tras una
larga enfermedad, mi padre murió dejándonos solas a mi hermana y a
mi, yo tenía 17 años, mi hermana 15. Aunque en aquella época era
normal que una mujer de 17 años ya estuviera casada, yo permanecí
soltera para poder cuidar de los míos. De muy jovencita tuve que
ocupar el lugar de mi madre en el cuidado de la casa y de mi hermana
menor y eso me dejaba poco tiempo para “amoríos”.
La
situación en la que nos dejó la muerte de mi padre era mucho más
precaria de lo que podéis imaginar la gente de esta época. Todos
los oficios eran controlados entonces por los gremios y era
inimaginable que una mujer se pusiera al frente de un taller de
zapatero, ni al frente de ningún otro negocio, a excepción de un
burdel. El gremio confiscó el taller de mi padre con todo lo que
contenía y nos comunicó a Filomena y a mi que seríamos enviadas a
un convento, donde cuidarían de nosotras, en cuestión de unos días.
Antes
de que eso ocurriera, cogí los escasos ahorros que mi padre tenía
escondidos y mi hermana y yo abandonamos la casa que nos había visto
crecer.
Saqué
pasajes para la primera diligencia que abandonaba la ciudad y así
dejamos atrás, por primera vez en nuestras vidas, nuestra ciudad
natal. Nuestro destino: Madrid.
Cuando
llegamos al fin de nuestro viaje, tras pedir información al cochero,
este nos aconsejó una pensión que estaba regentada por una hermana
suya. Nos aseguró que era limpia y barata y que si le decíamos a su
hermana que íbamos de su parte, esta nos trataría bien.
La
pensión era efectivamente un lugar limpio y aseado y la habitación,
aunque pequeña, suficiente para albergarnos a nosotras y las pocas
pertenencias que pudimos sustraer a la rapiña del gremio.
El
dinero que traíamos era mas bien escaso y no podríamos pagar mucho
tiempo de alquiler, así que nada mas tomar posesión de nuestra
habitación, dejé a mi hermana para que acomodase nuestro modesto
equipaje y salí a la calle en busca de trabajo.
Al
principio pensé en emplearme en un taller de zapatero, ya que tenía
experiencia por haber ayudado en numerosas ocasiones a mi padre. Tuve
que desistir de esa idea, en aquella época ningún artesano habría
tomado como aprendiz a una mujer. Tampoco dieron resultado, en días
posteriores, mis intentos de emplearme en algún puesto del mercado o
como sirvienta en una casa rica.
Cuando
nuestra última moneda desapareció en las manos de nuestra casera,
tomé una dura decisión. Solo había una forma de ganar dinero,
saldría a la calle esa misma noche y vendería mi cuerpo a cualquier
hombre que estuviera dispuesto a pagar por el.
Me
puse mi mejor vestido y salí a las oscuras calles de Madrid. Yo bien
poco sabía del oficio más viejo del mundo. No sabía como debía
actuar. ¿Debía de ofrecerme a los hombres o, por el contrario,
esperar a que me hicieran alguna oferta? Finalmente, mis pasos me
llevaron hasta una calle donde se apreciaba más movimiento de gente.
Fue en esa calle donde encontré la forma de resolver nuestros
problemas financieros, y sin necesidad de prostituirme.
Al
pasar frente a una taberna escuché música de guitarras y esa música
me recordó una taberna similar en Toledo. También me recordó a
Herminia.
De
niña había entrado en aquella taberna para recoger a mi padre en
las excepcionales ocasiones en que este se emborrachaba. Cuando eso
sucedía, se quedaba dormido sobre la mesa hasta que aparecía yo
para despertarlo. En alguna de esas ocasiones, había podido ver a
Herminia desplegando su arte. Ella se ganaba la vida bailando al son
de los músicos sobre una pequeña tarima y recogiendo las monedas
que los hombres le lanzaban. Recuerdo que me fascinaban los
movimientos de aquella mujer y que más tarde, en la habitación que
compartía con Filomena los imitaba y me imaginaba una lluvia de
monedas a mi alrededor que en mi infantil inocencia, veía solo como
un reconocimiento a mi arte.
Animada
por esa nueva posibilidad de ganar dinero de una forma mas o menos
honrada, me armé de valor y entré en el local con paso decidido.
Todas las miradas se dirigieron a mi, ya que a excepción de un par
de prostitutas, todos los parroquianos eran hombres. Ignoré esas
miradas y me dirigí al dueño y le pedí para hablar con el en
privado. Entramos en un pequeño habitáculo que había tras la barra
y allí le hice mi propuesta de bailar para sus clientes a cambio de
las monedas que estos me lanzaran.
Le
pareció bien, ya que me vio joven y bonita. Me preguntó cuando
quería empezar y le respondí que esa misma noche. Hizo un
movimiento afirmativo con la cabeza y salimos de nuevo al local.
Subió a la tarima de los músicos y me anunció como “la bellísima
Sancha” que les fascinaría con sus danzas.
Subí
a la tarima entre aplausos, silbidos, hurras y piropos de mal gusto.
Cuando empezó a sonar la música, me moví imitando los movimientos
de Herminia, que tantas veces había ensayado ante mi hermana en
nuestra habitación. Cuando acabó la pieza me quedé estática,
esperando la respuesta del publico, entonces, los silbidos y los
hurras subieron de volumen mientras una lluvia de monedas caía a mi
alrededor. Después de esa primera pieza, bailé otras tres tras las
cuales me marché con mis ganancias no sin antes prometer a mi
público que volvería.
Así,
con el primer dinero que ganaba por mi cuenta, regresé a nuestra
habitación para decirle a mi hermana que ya no volvería a faltarnos
el dinero.
II
Con
el tiempo fui comprendiendo lo que les gustaba a aquellos hombres y
mis movimientos se volvieron cada vez más obscenos y con ello
aumentaba el número de monedas. Por lo visto, debía de gustarles mi
forma de bailar pues corrieron las voces y la clientela fue
aumentando día tras día hasta llegar al punto que el tabernero no
daba abasto. Fue entonces cuando me propuso que cuando acabase de
bailar, le ayudase a servir las mesas a cambio de un modesto sueldo.
Como el dinero no nos sobraba, acepté el empleo y así, con este
suplemento monetario, nuestra vida se volvió un poco más cómoda.
Yo
salía cada noche a trabajar y Filomena se cuidaba de la limpieza de
nuestro hogar, salía de compras y cocinaba para las dos. No podíamos
tener lujos pero nunca pasamos hambre y eramos felices.
Hasta
que llego un día en que nuestro estilo de vida dio un gran cambio.
Llevábamos apenas un año en Madrid cuando una madrugada, al volver
de la taberna, Filomena me sorprendió con la noticia de que ella
también había encontrado trabajo. Me contó que la dueña de la
pensión conocía a una familia adinerada que necesitaba una
sirvienta y les habló de mi hermana. Se interesaron por ella y
concertaron una entrevista, les pareció una buena chica y le
ofrecieron el empleo.
Yo
puse mis objeciones, ya que ella tendría que irse a vivir con ellos
y apenas podríamos vernos. Filomena me contestó que no podía
pasarse toda la vida viviendo a mis expensas y que era la mejor
solución. No tuve mas remedio que aceptar su decisión, pero le hice
prometer que si intentaban maltratarla volvería conmigo. Al día
siguiente nos despedimos entre lágrimas. No podía saber que solo la
volvería a ver una vez más.
Yo
seguí trabajando como bailarina y camarera ya que mi fama se había
extendido y no podía ni soñar con encontrar un empleo como el de
Filomena. Tenía, sin embargo, la ventaja que a partir de entonces
todo el dinero que ganaba era solo para mi, lo que me permitió a la
larga comprar algún mueble y renovar mi vestuario. Fue entonces
cuando conocí a Angelo.
Aún
no me había acostumbrado a mi vida en solitario cuando una
madrugada, después de mi trabajo en la taberna, al llegar a mi
habitación vacié la bolsa de las monedas que me arrojaron a la
tarima para contarlas. No podéis imaginar lo que me impresionó
encontrar entre toda aquella morralla una moneda de oro. Me imaginé
que alguno de mis admiradores, estaba demasiado borracho para darse
cuenta de lo que me arrojaba. ¡Que equivocada estaba!
La
siguiente noche presté más atención mientras recogía las monedas
de la tarima y pude ver otra moneda de oro como la anterior. Busqué
entre el público y pude ver a un hombre vestido con ropas muy
elegantes y visiblemente caras. Era joven y apuesto, de cabello negro
y ojos oscuros y una sonrisa encantadora. Bajé de mi tarima y fui a
su encuentro.
-¿Sois
vos quien me ha arrojado esta moneda?
-Eres
muy perspicaz.
-No
puedo aceptarla.
-¿Porqué
no?
Parecía
francamente sorprendido, como si fuera incapaz de comprender que no
quisiera su dinero.
-Nadie
paga tanto por unos simples bailes. Si me dais una moneda como esta,
dos de echo, porque imagino que la de ayer también era vuestra, es
porque esperáis algo más de mi. Y no estoy dispuesta a dar ese
“algo”, no a cambio de dinero.
-Muy
perspicaz, en efecto-respondió sin perder esa sonrisa.- En primer
lugar, bella Sancha, esa moneda no tiene el mismo valor para mi que
para ti. Soy asquerosamente rico. Y en segundo lugar, has acertado al
pensar que quiero algo más de ti, pero no lo que tú piensas.
-¿Y
que queréis de mi, si puede saberse?
-No,
aún es pronto, pero lo sabrás. Y cuando lo sepas tendrás la opción
de negarte a ello.
-Prefiero
no saber nada de vos. Guardaros vuestra moneda.
-No,
ahora es tuya.
-Guardárosla
o empezare a gritar que queréis violarme.
-Como
quieras.
Cogió
la moneda y la guardó en su bolsa, pero cuando a la madrugada vacié
mi bolsa sobre la mesa, la moneda estaba allí.
Al
día siguiente, al ocaso, me dirigí a la taberna tomando el camino
habitual, sin embargo, no llegué a mi destino. Pasaba en mi camino
por algunas calles mal iluminadas y en una de ellas me salió al paso
una oscura figura que salía de un callejón. Se situó debajo de una
de las escasas farolas para que pudiera verle y reconocí al elegante
caballero que me obsequió con las monedas de oro. Me planté delante
suyo y sacando las monedas de mi bolsa se las tendí.
-Ya
os dije que no quería vuestro oro, señor. Por favor guardároslas.
-¡Al
diablo con las malditas monedas!- respondió dando un manotazo que
las envió por los aires.
Antes
de que pudiera oír el tintineo de las monedas al caer, él ya se
había lanzado sobre mi y mordía mi cuello con ferocidad animal.
Pude sentir como succionaba mi sangre y recordé con terror las
leyendas que había oído contar a los viejos en mi ciudad natal. Un
vampiro, un demonio chupador de sangre estaba acabando con mi vida.
O
al menos eso es lo que pensé en esos momentos, pero antes de que
perdiera todas mis fuerzas me soltó y caí al suelo de rodillas.
-¿Recuerdas,
querida Sancha, que te dije que podrías elegir?
No
respondí, no tenía fuerzas ni para hablar, apenas si podía
mantenerme consciente.
-Puedes
morir aquí en esta calle oscura, nadie echará en falta a una
bailarina de taberna...
Seguí
en silencio, no comprendía a donde quería llegar.
-...O
puedes vivir para siempre, tú eliges.
Mordió
su antebrazo y pude oír el sonido de su carne desgarrándose. Tendió
su brazo ante mi rostro y pude ver la sangre resbalar por su pálida
piel. Su sangre despedía un olor dulce que me recordó las rebanadas
de pan untadas en miel que me daba mi padre de chiquilla.
Una
parte de mi mente me gritaba que no lo hiciera, que me convertiría
en un monstruo como él; la otra parte decía que bebiera, que no
quería morir. Antes de que pudiera darme cuenta de lo que hacía ya
estaba sorbiendo la sangre de esa bestia y me supo tan dulce como su
olor. Bebí hasta quedar sin fuerzas y me desmayé.
III
Me
desperté a la noche siguiente en una gran cama con dosel, miré a mi
alrededor y pude contemplar una habitación que era más grande de lo
que había sido toda nuestra casa allá en Toledo. Todo el mobiliario
era lujoso y las paredes estaban decoradas con grandes tapices.
Comprobé
que estaba completamente desnuda, pero estaba segura de que ese ser
no me había tocado. Busqué mis ropas sin encontrarlas, pero a mi
lado sobre una silla había un precioso vestido blanco ornado con
pedrería, era digno de una dama de la corte. Me puse el vestido y
pude comprobar ante un espejo que me quedaba como un guante, justo en
ese momento entró mi creador.
-Podrías
pasar por una dama. Sabía que te quedaría perfecto.
-Es
precioso, jamás pensé que podría ponerme algo así.
-Ven
conmigo es hora de empezar tu instrucción.
-Entonces
es cierto, ahora soy como tú.
-Si.
-¿Y
en que consiste esa instrucción? ¿Vas a enseñarme como hay que
adorar al diablo?
-Ja
ja ja ja...¿Crees que te has convertido en un ser diabólico? Eso
son cuentos de vieja.
-Eso
es lo que tu dices.
-Piensa
un poco, Sancha. ¿Acaso tienes ganas de adorar al diablo?
-No.
-Ni
Dios ni el diablo tienen nada que ver con esto. No eres una criatura
infernal. Prueba a recitar el Padrenuestro.
Lo
hice, y nada sucedió. Ni mi lengua ardió al pronunciar esas
palabras ni mi compañero se retorció asustado como yo creía que
haría.
-¿Lo
ves? Tu instrucción consiste en aprender a sobrevivir como
vampiresa, nada más.
Salimos
a la calle y me sentí conmocionada al descubrir mi visión
vampírica. Veía mejor de noche en ese oscuro callejón que lo que
hasta ahora había visto de día en una avenida. Todos los seres
vivos brillaban con luz propia. La gente, los animales y las plantas
eran más hermosos de lo que mi mente hubiera podido concebir. Los
colores eran más vivos y descubría nuevos matices insospechados en
cada uno de ellos.
Mientras
paseábamos me dijo su nombre, Angelo. Me contó que casi cien años
atrás el había sido un conde italiano. Cuando fue transformado en
vampiro tuvo que abandonar su estilo de vida y desaparecer. Desde
entonces había errado por toda Europa.
-¿Que
fue de tu creador?
-Le
abandoné. No he vuelto a saber más de el.
Para
disipar completamente mis dudas, lo primero que hizo mi creador fue
llevarme a una iglesia. Cuando llegamos al portal dudé, pero cuando
le vi cruzar la entrada y que nada le sucedía entré detrás de el.
Paseamos entre los bancos, besamos cruces, acariciamos las imágenes
y nada nos sucedió. Ningún fuego divino cayó del cielo para
abrasarnos, ningún ángel vengador apareció para ensartarnos en su
espada flamígera.
-¿Estás
convencida ahora?
-Si,
tenías razón,- contesté-ni Dios ni el diablo tienen nada que ver
con nosotros.
-Bien,
es hora de tu primera cacería.
Salimos
de la iglesia y nos internamos por las calles de aquel Madrid del
siglo XV, vimos a un borracho salir de una taberna y le seguimos
hasta llegar a una calle solitaria. Angelo se lanzó sobre él y lo
empujó contra una pared.
-Mira,
así es como debes sujetarlos para que no griten ni puedan escaparse.
Observé
como sujetaba a aquel hombre contra la pared con el peso de su cuerpo
y como con la mano izquierda oprimía su traquea para impedirle
gritar.
-Mira
su cuello. ¿Lo ves?
-Si.-conteste.
Las
venas resaltaban como cuerdas gracias a mi nueva visión vampírica.
Angelo mordió su cuello y bebió pero antes de acabarlo se apartó y
me dijo:
-Termínalo.
Sujeté
al hombre imitando la técnica de mi creador.
-Eso
es, no temas no escapará, ahora tú eres mucho más fuerte que él.
Acerqué
mis labios al sangrante cuello y bebí. Algo cambió en mi mente en
ese momento. Me sentí poderosa. Toda mi vida había sido una
víctima, crecí sin madre y tuve que abandonar mi niñez casi antes
de que empezara para asumir su puesto, fui despojada de mi hogar y
obligada a alejarme de la ciudad donde me crié, tenía que exhibirme
ante un atajo de borrachos para ganar unas monedas...Pero todo eso
había cambiado, ahora era yo la figura dominante, tenía poder de
vida o muerte.
Y
me gustó.
Yo
fui la primera en atacar a nuestra siguiente presa y dejé que Angelo
la acabara. Él se mostró complacido y dijo que era una alumna
verdaderamente aventajada.
IV
Sin
embargo, poco más aprendí de mi creador, aunque yo intuía que
había muchas más cosas que podía enseñarme. Eso despertó un
cierto rencor en mi que fue creciendo con el paso del tiempo. Mi
relación con él era difícil para mi. Aunque durante el tiempo que
estuvimos juntos jamás intentó dañarme de ningún modo, su trato
hacia mi era de soberbia, me trataba como a un inferior, como
trataría a una criada.
Aún
así, en mi ignorancia, sentía que le debía fidelidad. Después de
todo, él me había hecho poderosa. Y ya no tenía que trabajar
puesto que vivía en su casa y el me compraba todo lo que le pedía.
Fue
durante el segundo año de nuestra relación que tuvimos una
conversación que trocó mi rencor en auténtico odio. Cierta noche
le pregunté porqué había abandonado a su creador.
-Eso
es algo que todos hacemos más pronto o más tarde. Está en nuestra
naturaleza-dijo.
-Entonces,
si algún día yo te abandonara...
-Jamás
permitiré que eso pase, pretendo retenerte a mi lado eternamente.
-¿Y
como pretendes lograrlo?
-Mediante
amenazas si es preciso.
-¿Y
con qué puedes amenazarme? ¿Qué daño mayor que el que me has echo
puede retenerme a tu lado?
-Si
me abandonas, iré a por tu hermana, haré de ella mi nueva
compañera.
-¡Maldito!
No serás capaz.
-Lo
soy, te lo aseguro.
-Sabes
que no puedes retenerme siempre con esa amenaza. Mi hermana es
mortal.
-Pero
es muy bella. Seguramente acabará casándose y teniendo hijos. Haré
extensiva mi amenaza a ellos y también a sus nietos.
-Eres
un malnacido.
-No
te dejaré escapar. Eres la mejor compañera que he tenido.
Así
fue como comprendí que el rencor que sentía no era más que el
deseo natural de abandonar a Angelo. Lamentablemente me tenía bien
agarrada, por lo que tuve que permanecer a su lado. Hasta que, de
forma inesperada, llegó el día de mi liberación.
De
vez en cuando, hacíamos alguna escapada a las afueras de la ciudad y
atacábamos alguna granja solitaria. Angelo decía que la gente del
campo tenía un sabor diferente y que le gustaba variar de menú.
En
una de esas ocasiones, encontramos en el interior de una granja a un
matrimonio joven. Devoramos a la pareja en su lecho. Al salir, Angelo
se detuvo ante una puerta y aspiró fuerte.
-He
aquí el postre perfecto para tan deliciosa cena- dijo con una
sonrisa.
Abrió
la puerta y en su interior pude ver a una niña que no debía tener
ni diez años, durmiendo plácidamente en su jergón.
-¡No,
no puedes hacer eso!
-¿Porqué
no? Seguro que está deliciosa.
-Solo
es una niña.
-Eres
demasiado sentimental. No son más que ganado, así deberías verlos.
-No
pienso hacerlo.
-Entonces
será solo mía.
Entró
en la habitación y ante mi aterrada mirada empezó a desangrar a la
pequeña.
Volví
la vista a un lado para no ver esa terrible escena y mis ojos se
posaron en una horca de madera de tres puntas que estaba apoyada en
un muro. Cogí el instrumento y empuñándola con toda mi rabia y
toda mi fuerza la clavé en la espalda de mi creador.
Las
tres puntas salieron por su pecho, una de ellas le había atravesado
el corazón. No tubo tiempo de pronunciar ni una palabra, murió en
el acto, al mismo tiempo que su última presa. Así aprendí que
también nosotros somos mortales.
Era
el año 1492. El mismo año en que los reyes católicos
reconquistaron Granada y Cristóbal Colón descubría América, yo me
libré para siempre de mi creador.
Al
volver a la ciudad, pasé por la casa donde trabajaba mi hermana.
Llamé y pidiendo mil disculpas por presentarme a horas tan
intempestivas le supliqué que me dejaran ver a Filomena. Argüí que
había encontrado un trabajo y que abandonaba la ciudad en pocas
horas y que era mi última oportunidad de volver a ver a mi hermana.
La criada que me abrió la puerta se compadeció de mi y me permitió
pasar, nos dejaron solas en la cocina donde con los ojos inundados de
lágrimas nos despedimos. Nunca más volví a verla.
Cuando
llegó el alba fui a la casa de Angelo, donde dormí durante todo el
día. Al llegar la noche, recogí algunas pertenencias y el dinero
que había en la casa y montando en uno de los caballos que había en
la cuadra, abandoné Madrid para no volver jamás.
Desde
ese día nunca eché raíces en ningún lado, viajé durante años
por toda la península, trabajando siempre en tabernas, ya fuera
sirviendo mesas o bailando, ya que si bien no necesitaba el dinero
para comer, si lo necesitaba para pagar un alojamiento o para renovar
mi vestuario. Cuando encontraba trabajo, me establecía en el lugar
durante unos años, pero nunca más de una década, así nadie podía
darse cuenta de que no envejecía.
Durante
ese tiempo me encontré ocasionalmente con otros de mi especie, todos
ellos varones, pero solo establecí con ellos relaciones temporales,
de no más de unos meses. Fue de ellos que aprendí todo lo que
Angelo se negó a enseñarme. Todos fueron amables y agradables, pero
yo me sentía mejor sola. Mi nefasta experiencia con Angelo me hacía
rehuir instintivamente cualquier relación duradera. Hasta que llegó
1629 y conocí a María.
V
A
mediados de ese año me establecí en Valencia, alquilé una
habitación e inmediatamente me puse a buscar trabajo por las
tabernas del lugar. Ese tipo de trabajo me daba la excusa perfecta
para mi vida nocturna, podía dormir durante el día y permanecer
despierta por la noche sin levantar sospechas sobre quien era en
realidad.
Encontré
trabajo en una taberna muy concurrida sirviendo mesas, ya que el
dueño del local me dijo que ya tenía una bailarina y que su
clientela estaba muy satisfecha con el arte de la chica. Empecé mi
trabajo esa misma noche. Era casi medianoche cuando el tabernero
subió a la tarima de los músicos y anunció a la bellísima y
sensual María.
El
local se llenó de aplausos y silbidos. Yo ya estaba acostumbrada a
esas manifestaciones ya que me los habían dedicado a mi en numerosas
ocasiones.
Entonces
hizo su aparición la criatura más fascinante que había visto en mi
larga vida. Era alta y esbelta, con las curvas precisas en los
lugares precisos. Una larguísima melena negra enmarcaba un rostro
ovalado de piel olivácea y grandes ojos verdes. Pero lo que más me
atrajo de ella, fue su inconfundible aura vampírica.
Empezó
a moverse al son de la música y el silencio se apoderó del local.
Los tenía a todos embobados con sus ondulantes y sensuales
movimientos. Yo me creía buena haciendo eso, dada mi larga
experiencia, pero a su lado no era mas que una aprendiza.
Finalmente
ella se fijó en mi y pude ver en sus ojos que me reconoció como una
de los suyos. Me dirigió una enigmática sonrisa y continuó con su
baile. Bailó seis piezas en total y tras eso, recogió sus ganancias
y abandonó el local ignorando las múltiples proposiciones que le
dirigían los parroquianos.
Cuando
acabó mi turno dejé la taberna sin poder sacarme a María de la
cabeza. No me sorprendió demasiado comprobar que me esperaba a la
salida.
Esa
noche cazamos juntas y empezamos a conocernos. Pronto congeniamos y
dejé mi habitación para irme a vivir con ella en una casita que
poseía cerca del centro, estableciéndonos como pareja.
Cuando
le conté que yo también había bailado en muchas ocasiones como
ella, quiso verme en acción.
-Me
da vergüenza, no soy tan buena como tú.
-No
digas eso, no lo harás tan mal si te pagaban por ello.
María
cogió una guitarra y comenzó a pulsarla con maestría. Empecé unos
tímidos pasos pero al final me dejé llevar por el ritmo de las
notas que las hábiles manos de María arrancaban al instrumento.
-¿Como
puedes decir que no eres buena?
-¿Crees
que lo soy?
-Eres
magnífica. Y se me acaba de ocurrir una cosa.
-¿Que
has pensado?
-Podríamos
ensayar un número donde bailásemos juntas. Podríamos comernos el
mundo si somos lo suficientemente descaradas.
-Puedo
ser tan descarada como tú.
-Éso
lo veremos.
Ensayamos
durante semanas y cuando tuvimos a punto nuestra coreografía, María
le propuso nuestra idea al tabernero.
El
me miró con desconfianza.
-¿Estas
segura de que es lo bastante buena? No la he visto bailar nunca.
-Te
voy a hacer una proposición. Si nuestro número no gusta, continuaré
yo sola y tú te quedaras con mis ganancias de hoy.
-De
acuerdo, es tu dinero, puedes arriesgarlo si quieres.
El
tabernero anunció que esa noche verían algo especial, María
bailaría a dúo con una de las camareras, la bellísima Sancha.
El
público aulló ante la perspectiva y María y yo subimos al
escenario. Empezamos a movernos al son de la música con movimientos
insinuantes, la una frente a la otra. Cada movimiento que hacía una
se complementaba perfectamente con el de la otra. Nuestros cuerpos se
rozaban continuamente sin llegar a entrar en contacto. Pronto nos
olvidamos de nuestro público para concentrarnos la una en la otra
hasta llegar el momento que en lugar de bailar parecía que hacíamos
el amor.
Cuando
acabamos el número el público permaneció en silencio durante
varios segundos, Estaban todos anonadados, nunca habían visto algo
parecido. Cuando por fin reaccionaron el local se hundió con sus
gritos y fue tal la cantidad de monedas que cayeron sobre el
escenario que tuvimos que abandonarlo para evitar llevarnos algún
chichón.
La
fama de nuestro número creció y creció, la taberna se llenaba a
rebosar cada noche, María y yo actuábamos primero en solitario y
después en pareja. El público quería más y tuvimos que crear
nuevas coreografías. Nos hicimos tan famosas que llegó el día en
que un representante de un teatro de variedades nos propuso un
contrato.
Eso
nos puso en alerta, empezábamos a ser demasiado conocidas y nuestro
secreto estaba en peligro. Vistas las circunstancias, decidimos
desaparecer. María vendió su casita y con ese dinero mas lo que
habíamos podido ahorrar, salimos a escondidas de Valencia para no
volver en mucho tiempo.
Decidimos
entonces adoptar la vida errante que yo había llevado antes de
conocer a María, vagamos de ciudad en ciudad sin quedarnos en un
mismo lugar mas de dos años. Nunca volvimos a actuar en pareja, cada
una buscaba trabajo por su cuenta ya fuera bailando o sirviendo
mesas, pero al finalizar nuestras jornadas íbamos de caza juntas y
durante el día dormíamos en la misma cama.
Eramos
felices con esa vida y nos llevábamos de maravilla, aunque sabíamos
que nuestra relación terminaría algún día, que por bien que nos
lleváramos, llegaría el momento en que una de las dos querría
probar algo nuevo. Como dijo uno de nosotros: “Para siempre es
mucho tiempo, incluso para los vampiros”.
Ese
momento llegó en otoño de 1821.
VI
Fue
a finales de ese año cuando conocí a Héctor. En esa época ya
había desaparecido la costumbre de bailar en las tabernas pero, a
cambio, había aparecido un nuevo tipo de local donde podíamos
desarrollar nuestro arte: los cabarets.
En
realidad, era más de lo mismo, no eran más que locales donde los
hombres iban a ver mujeres ligeras de ropa bailando sobre un
escenario o sirviendo las mesas.
Hacía
poco más de un año que nos habíamos instalado en Barcelona. Yo
formaba parte del grupo de chicas que actuaban como acompañamiento
de las estrellas del local, lo que llamaban “las chicas del coro”.
Fue
durante una de esas representaciones que sentí una poderosa
presencia en el local. Busqué entre el público y no me costó mucho
identificarlo. No aparentaba más de dieciocho años, tenía una
larga cabellera rubia que le llegaba a la cintura y que llevaba
recogida en una cola, ojos de un verde luminoso y una boca pequeña
pero de labios carnosos. Su rostro era hermoso como el de una
muchacha, pero lo que me fascinó fue su aura. Debía de ser muy
viejo, pues desprendía tanto poder que podía sentirla desde el otro
lado de la sala. Vi que me miraba directamente, me había
identificado, y supe que me esperaría a la salida.
Así
fue, al abandonar el local, allí estaba el, con su elegante traje y
esa sonrisa irresistible en su rostro. Se acercó a mi.
-Me
llamo Héctor-dijo- y me gustaría acompañarte a casa.
-Soy
Ruth-contesté.
Ya
hacía años que me hacía llamar así. Mi verdadero nombre hacía ya
años que había caído en desuso y a la gente se le hacía raro.
-Es
un placer conocerte, Ruth. ¿Que me dices, puedo acompañarte?
-Me
encantaría, pero mi pareja me espera para salir de caza.
-¿Crees
que le importaría que me uniera a la partida?
-Solo
hay un modo de saberlo.
Subimos
a su coche que estaba aparcado a la puerta y le guié hasta el local
donde trabajaba María. Ella estaba en la puerta esperándome y
cuando se la señalé a Héctor su rostro se iluminó.
-¡Eso
si que es una sorpresa! Esperaba a un varón.
Hice
las presentaciones y a María no le importó que esa noche Héctor se
uniera a nosotras. Creo que quedó tan fascinada por el como yo
misma.
Desde
esa ocasión, Héctor se unió a nuestras correrías cada noche. Era
increíblemente rico y se mostraba muy amable con nosotras y
continuamente nos hacía caros regalos que nosotras aceptábamos
encantadas. Sin embargo, pude observar que conmigo mostraba una
especial atención que no hacía extensiva a mi compañera.
Y
esa especial atención, hizo efecto.
Una
madrugada, al volver a casa después de nuestras correría nocturnas,
le comuniqué a María mi decisión.
-Tenemos
que hablar-le dije.
-Lo
sospechaba desde hace días-respondió.-Te vas con Héctor,
-Si.
Por favor, no me guardes rencor, no podría soportarlo.
-¿Rencor?
Yo te amo pequeña. ¿Como podría guardarte rencor?
-Entonces...¿Lo
comprendes?
-Ambas
sabíamos que esto pasaría un día o otro. Eres tu la que me
abandona, pero podría haber sido yo. Espero que seas feliz con el.
Me
arrojé a sus brazos y nos cubrimos de besos. Nos tumbamos en la cama
abrazadas y llorando como dos Magdalenas hasta que el sueño nos
venció.
La
noche siguiente me instalé en casa de Héctor, una lujosa mansión
en las afueras. El insistió en que dejase el trabajo ya que su gran
fortuna nos permitía vivir lujosamente a los dos.
Héctor
me contó que había sido un viajero incansable, pero que hacía unos
años se había cansado de esa vida y decidió echar raíces y llevar
una vida más acomodada. Y ciertamente su hogar era muy confortable.
Recuerdo lo que me impresionó su biblioteca, la cual contenía
algunos ejemplares antiquísimos. También era un apasionado de la
pintura y colgados de las paredes de toda la casa había retratos
suyos de todas las épocas, algunos firmados por artistas de renombre
como Miguel Ángel, Botticelli o Rembrant.
María
se unía ocasionalmente a nuestras correrías, pero esas ocasiones
fueron haciéndose cada vez más espaciadas hasta que un día nos
presentó a su nueva pareja. Se trataba de René, un vampiro de
origen francés. René era adinerado, aunque no tanto como Héctor,
pero lo suficiente para que ella también pudiera dejar el trabajo.
Ambos se marchaban a vivir a París y yo me sentí feliz de que
hubiera rehecho su vida con otra pareja.
Intenté
aficionarme a la lectura, pero era un ejercicio que me cansaba, hasta
que llegó a mis manos una novela romántica. Me aficioné enseguida
a ese género, me fascinaba leer sobre unos sentimientos y unas
sensaciones que yo jamás había experimentado, yo seguía virgen
cuando fui convertida, y que ya nunca podría sentir dada mi
condición de vampiresa.
Vivíamos,
como ya he dicho, confortablemente, pero había una faceta de Héctor
que me desagradaba de forma especial. Había decidido que los
alrededores de nuestro hogar eran su coto privado de caza y no
toleraba que otro vampiro entrara en ellos. Cuando eso sucedía,
Héctor lo detectaba enseguida e iba a por el. Normalmente se
limitaba a acercarse al intruso y proyectar su poder hacia el
invasor. Eso no dañaba al intruso, pero le hacía consciente de su
desagrado y, dado el temible aspecto de su aura, este huía para no
volver.
Pero
hubo una vez que fue muy diferente, el intruso se encaró con Héctor.
Después de su advertencia se quedó ahí, de pie, desafiándole.
Héctor no lo dudó ni un segundo y a una velocidad que hasta a mi me
fue imposible de seguir, se echo encima suyo y le arrancó el corazón
con las manos. Fue un espectáculo asqueroso y aterrador, estaba
allí, de pie, con el corazón todavía latente de su víctima en la
mano y parecía disfrutar con ello.
Jamás
pude haber sospechado esa faceta de mi compañero. Ese nuevo aspecto
de su personalidad, esa cara oculta me aterró y en ese momento
decidí abandonarle. Era el año 1960.
VII
Me
instalé en el centro, en un pequeño pisito y, como ya no estaba
bajo la protección de Héctor, empecé a buscar un trabajo. Lo
encontré en una empresa de limpieza de oficinas, estuve veinte años
en la empresa, pero tuve que marcharme cuando mis compañeras
empezaron a hacerse preguntas sobre como podía mantenerme tan joven.
En
1980 volví al baile en un local de “streep tease”, el
cual dejé en 1999 para entrar en un local de copas de ambiente gay,
trabajaría detrás de la barra. Al principio fue muy chocante el
hecho de que los piropos y las insinuaciones vinieran esta vez de las
mujeres. Las ignoré, como había venido haciendo hasta entonces con
los hombres y a los pocos días, las más habituales ya sabían que
no tenían nada que hacer conmigo.
El
horario no era estricto y me dejaba tiempo más que suficiente para
salir de caza después de mi turno. Además, tenía dos días libres
a la semana. Y en uno de esos días libres conocí a Víctor. Era el
año 2005.
Esa
noche estaba devorando a un apuesto joven de color cuando sentí la
presencia de otro vampiro. Al principio me asusté, porque pensé que
era Héctor, pero al observar su aura pude apreciar que era un
desconocido y muy joven además, no podía llevar más de diez años
como vampiro.
-¿Quieres
un poco?- le pregunté.
-Gracias-
respondió.
Se
sentó en el banco dejando al joven negro entre los dos y cogiéndole
la mano le mordió en la muñeca y bebió con moderación,
seguramente ya se había alimentado. Después se quedó observando
como terminaba con el chico.
-Me
llamo Ruth-dije.
-Víctor-
respondió.
Y
esa es mi historia, los que habéis leído las memorias de Víctor ya
sabéis como nos convertimos en pareja y las aventuras que corrimos
juntos.
FIN
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